Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de noviembre de 2008 Num: 717

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Al Sur
JORGE VARGAS BOHORQUEZ

El verano
DÍNOS SIÓTIS

Pedro Henríquez Ureña, el militante
NÉSTOR E. RODRÍGUEZ

José Carlos Somoza: el estilo fluctuante
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Carta desde (La) Resistencia
ESTHER ANDRADI

Los inmigrantes en la era Obama
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

El alfaquí
PAUL BOWLES

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

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El alfaquí

Paul Bowles

Una tarde de verano un perro atravesó corriendo un pueblo, deteniéndose solamente para morder a un joven parado en la calle principal. La herida no fue profunda. El muchacho la lavó en una fuente cercana y no pensó más en ella. Sin embargo, varias personas que habían presenciado los hechos se lo contaron a su hermano menor. Debes llevarlo a un doctor de la ciudad, le dijeron.

Cuando el niño llegó a casa y lo sugirió, el hermano se limitó a reír. Al día siguiente el niño decidió consultar al alfaquí del pueblo. Encontró al viejo sentado bajo la sombra de la higuera del patio de la mezquita. Besó su mano y le contó cómo un perro, que nadie había visto antes, mordió a su hermano y huyó.

Eso está muy mal, dijo el alfaquí. ¿Tienes un establo donde puedas encerrarlo? Mételo ahí, pero átale las manos por la espalda. Nadie debe acercársele, ¿entiendes?

El muchacho agradeció al alfaquí y se dirigió a casa. En el camino decidió cubrir un martillo con tela y golpear a su hermano en la nuca. Sabiendo que su madre jamás consentiría, decidió hacerlo cuando ella no estuviera en casa.

Esa tarde, cuando la mujer se encontraba en el pozo, se acercó sigilosamente a su hermano por la espalda y lo golpeó con el martillo hasta que cayó al suelo. Ató sus manos y lo arrastró hasta el cobertizo junto a la casa. Lo dejó tirado y salió, cerrando la puerta con un candado.

Cuando el hermano volvió en sí, comenzó a protestar a gritos. La madre dijo al niño: ¡Anda, ve a ver qué le sucede a Mohammed! Yo sé lo que tiene, contestó. Un perro lo mordió y el alfaquí dijo que debía permanecer en el cobertizo.

La mujer comenzó a tirar de sus cabellos, a rasguñarse la cara y golpear sus pechos. El niño intentó apaciguarla, pero ella lo empujó y corrió hacia el cobertizo. Pegó su oreja a la puerta. Solamente escuchaba los pesados jadeos de su hijo al intentar liberarse de la cuerda. Golpeó la puerta gritando su nombre, pero él forcejeaba con la cara en el lodo y no contestó. Finalmente, el niño la condujo de regreso a la casa. Todo está escrito, le dijo.

A la mañana siguiente la mujer subió al burro y se dirigió al pueblo para ver al alfaquí. Pero éste había partido por la mañana para visitar a su hermana en Rafsai y nadie sabía cuándo regresaría. Así que compró pan y tomó el camino a Rafsai con un grupo de gente del pueblo que viajaba a un zoko de la región. Aquella noche durmió ahí y a la mañana siguiente salió al amanecer con otras personas.

Todos los días el niño arrojaba comida a su hermano a través de una pequeña ventana con barrotes, elevada sobre uno de los tapancos del cobertizo. Al tercer día también le tiró un cuchillo para que pudiera cortar las cuerdas y usar las manos para comer. Después se le ocurrió que había sido una tontería, ya que si se empeñaba podría abrir una salida por la puerta de madera . Entonces lo amenazó con no llevarle más comida si no devolvía el cuchillo por la ventana.

Al llegar a Rafsai la madre cayó enferma con fiebre. La familia con la que había viajado la hospedó y cuidó de ella, pero transcurrió casi un mes antes de que pudiera levantarse del colchón en el piso. Para entonces el alfaquí ya había regresado a su pueblo.

Finalmente mejoró lo suficiente para emprender el regreso. Después de dos días a lomo de burro, regresó a su casa agotada y fue recibida por el niño.

¿Y tu hermano? le preguntó, segura de que para entonces ya estaría muerto. El niño señaló el cobertizo. Ella corrió hacia la puerta y comenzó a llamarlo. Trae la llave y déjame salir, gritó él.

Primero debo ver al alfaquí, aoulidi. Mañana.

Al día siguiente, ella y el niño fueron al pueblo. Cuando el alfaquí vio a la mujer y a su hijo entrar por el patio, levantó la mirada hacia el cielo. Es la voluntad de Alá que tu hijo haya muerto de esa manera, le dijo.

¡Pero si no está muerto! exclamó ella. Y no debería seguir encerrado.

El alfaquí estaba perplejo. Entonces dijo: Pues sáquenlo de ahí, sáquenlo ya. Alá ha sido misericordioso.

Sin embargo, el niño suplicó al alfaquí que fuera él a abrir la puerta. Entonces emprendieron el camino. El viejo sobre el burro y la madre y su hijo siguiéndolo a pie. Al llegar al cobertizo, el niño le entregó la llave y éste abrió la puerta. El joven salió a tropezones seguido de una pestilencia tan insoportable que el viejo cerró la puerta de nuevo.

Se fueron a la casa y la mujer preparó el té. Mientras bebían el alfaquí le dijo al joven: Alá ha sido piadoso. Jamás deberás maltratar a tu hermano por haberte encerrado. Lo hizo bajo mis órdenes.

El joven juró nunca levantar su mano en contra del niño. Pero éste aún tenía miedo y no se atrevía siquiera a mirar a su hermano. Cuando el alfaquí tomó el camino hacia el pueblo, el niño lo acompañó para traer al burro de regreso. Durante el trayecto le dijo: Le tengo miedo a Mohammed.

El viejo se molestó. Tu hermano es mayor que tú, le contestó y lo escuchaste jurar que no te tocaría.

Esa noche, mientras cenaban, la mujer se dirigió al fogón para preparar el té. Por primera vez el niño miró subrepticiamente a su hermano y se paralizó de miedo. Mohammed le mostró los dientes con un extraño gruñido que provenía de su garganta. Lo había hecho de broma, pero para el niño tenía un significado muy distinto.

El alfaquí nunca debió dejarlo salir, se dijo a sí mismo. Ahora me morderá, caeré enfermo como él y le dirá que me encierre en el cobertizo.

No se atrevió a mirar de nuevo a Mohammed. Durante toda la noche, en la oscuridad, sólo pensaba en eso, sin poder dormir. Temprano por la mañana se dirigió al pueblo para ver al alfaquí antes de que empezara sus lecciones en el msid.

Qué sucede ahora, preguntó el alfaquí.

Cuando el niño externó sus temores, el viejo rió. ¡Pero si no está enfermo! Nunca tuvo ninguna enfermedad, gracias a Alá.

Pero usted mismo me dijo que lo encerrara, sidi.

Sí, sí, pero Alá ha sido misericordioso. Ahora ve a casa y olvida el asunto. Tu hermano no te morderá.

El niño agradeció al alfaquí y se fue. Caminó por el pueblo hasta llegar a la calle que conducía a la carretera. A la mañana siguiente se subió a un camión que lo llevó a Casablanca. Nadie en el pueblo supo más de él.

Traducción de Lucinda Gutiérrez