Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de octubre de 2008 Num: 711

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El fin del mundo ya pasó
BRUNO ESTAÑOL

Los milagros expresivos de la poesía
JAVIER GALINDO ULLOA entrevista con JUAN GELMAN

Henry Miller: antes de regresar a casa
ANTONIO VALLE

J.M.G. Le Clézio: un Nobel multipolar e inclasificable
LUIS TOVAR

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Verónica Murguía

El censor

Hay ciertos rasgos del carácter que uno detesta con toda el alma. La hipocresía es uno de ellos, y si he de creer lo que la gente dice, no sólo me choca a mí, sino al noventa y nueve por ciento de la humanidad. Y muy cerca de la hipocresía, aunque esté alejada en el diccionario, está la odiosa censura.

El censor es, por definición, un juzgón moralista que, además, suele incurrir con frenesí en aquello que prohíbe. Es un hipocritón oleoso, como Eliot Spitzer, el político de Nueva York, quien frecuentaba burdeles mientras hacía una nauseabunda campaña de valores familiares y despotricaba contra la proliferación de la pornografía, igualito a Serrano Limón, quien todavía no aclara para qué compró las decenas de calzones emplumados y decorados con lentejuelas de su Tangagate, mientras se persigna afanosamente cuando se habla del condón en su ínfima presencia.

De censores están plagadas las filas de los partidos políticos y las jerarquías de todas las religiones que en este mundo han sido. Hace años una mujer fue ejecutada en Irán por haber participado en filmes pornográficos. Quienes descubrieron la identidad de la actriz fueron A yatollahs que llegaron a la conclusión de que los filmes habían sido hechos en Irán por el mobiliario incluido en la escenografía. Me los imagino diciendo: “Repítele, repítele, que no estoy seguro de lo que vi.” Y, sí, comiéndose con los ojos a la víctima.

Sarah Palin, esa palurda dictatorial, es un ejemplo diamantino de censora: una mujer mediocre e ignorante quien, cuando era alcaldesa de Wasilla, en Alaska, disgustada por la presencia de la Teoría de la evolución de las especies en la biblioteca municipal, trató de correr a la bibliotecaria porque no quiso sacar a Darwin de los estantes. La señora Palin se escandaliza por las teorías de Darwin, pero no le da ninguna pena usar rifles con mira telescópica cuando sale a cazar en helicóptero, y tampoco tuvo escrúpulos para esquilmar a los contribuyentes. Los escándalos que rodean su vida familiar no llamarían la atención de nadie, si no fuera porque suceden en la casa de la farsante en cuestión.

El censor es, pues, una figura ramplona, gazmoña e ignorante. En la censura se iguala lo peor de la derecha y la izquierda, de la religión y el Estado. La lista es ancestral y atroz: los herejes torturados por la Iglesia católica, los libros quemados por los maoístas en la Revolución cultural, los poetas muertos por órdenes de Stalin, las pinturas surrealistas destruidas por los nazis, las mujeres azotadas por los talibanes… en fin. Por eso, si uno piensa en la censura retrocede como si se hubiera machucado el dedo con la plancha. Así, pocas cosas espantan tanto como comprobar que, si uno tuviera poder, incurriría en actos de censura. Pero como no soy embustera, debo aceptar que algo de inquisidora he de tener, pues estoy harta de ver cosas que me repelen y me dejan un sombrío sedimento de melancolía.

No cerraría periódicos ni canales de televisión, pero sí les ordenaría que dejaran de publicar en portada fotos horripilantes con encabezados dizque ingeniosos; limitaría las entrevistas con vedettes que detallan su patibularia vida sexual y sus cirugías plásticas; cancelaría los suplementos de sociales en los que los ricos mexicanos pormenorizan sus gastos ridículos ? fiestas de disfraces amenizadas por Ricki Martin, en las que cada platillo servido vale tres sueldos mínimos ? y quitaría todas las calcomanías de la Santa Muerte que decoran los peseros. No creo que esas medidas empobrecieran la variedad de la vida mexicana.

Aceptar mi rechazo ante la violencia, la ostentación y la pornografía, me deja en un lugar muy incómodo en esta época de todo se vale, pero sería una mentirosa si dijera que no me afectan. He visto fotos que me arruinan el día, y encabezados que me dejan el hígado como el de los patos que engordan para el foie gras. No sé cómo le haría para obligar a los políticos a dejar de mentir de forma tan flagrante, pues también tanta falacia aturde. Lo bueno es que a ellos nadie les cree nada.

Habrá quien piense al leer estas líneas que quiero ser una escritora de torre de marfil. No lo soy porque no existe tal torre, y si la hubiera, no me alcanzaría para la renta.

Decía Johann Huizinga que cada época tiene su pecado: los romanos eran crueles y lujuriosos; los medievales, arrogantes y coléricos. Nosotros somos, ay, tan violentos como ellos, pero más vulgares que ninguno.