Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de octubre de 2008 Num: 711

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El fin del mundo ya pasó
BRUNO ESTAÑOL

Los milagros expresivos de la poesía
JAVIER GALINDO ULLOA entrevista con JUAN GELMAN

Henry Miller: antes de regresar a casa
ANTONIO VALLE

J.M.G. Le Clézio: un Nobel multipolar e inclasificable
LUIS TOVAR

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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JUVENTUD, MAR Y ASOMBRO

RAÚL OLVERA MIJARES

 


Encuentros,
Juan García Ponce,
Fondo de Cultura Económica,
México, 1972.

El lenguaje, la profundidad psicológica y los símbolos enriquecen y al mismo tiempo vuelven algo abstruso el estilo de Juan García Ponce (1932-2003). En tono de burla, Emmanuel Carballo, el crítico y periodista, afirmaría que es como si sus escritos los hubiera hecho en alemán. En efecto, de los germanos y sobre todo de los austríacos, García Ponce tomaría esa manera de componer oraciones interminables, llenas de frases subordinadas, aposiciones y salvedades que hacen de la sintaxis de su obra un objeto digno de estudio.

Lo matizado y tortuoso de la expresión parece guardar una fiel correspondencia con la complejidad interior y la vida de los personajes. Si algo tiene fuerza y expresión en la obra narrativa de Juan García Ponce son sus personajes. De sus inicios como dramaturgo, de la enseñanza y amistad con Luisa Josefina Hernández, va a conservar tanto la relevancia del carácter y de sus lados ocultos como la fuerza de los símbolos, cosas o animales en que se concentra la idea fundamental y de naturaleza necesariamente metafórica de la obra.

La forma en García Ponce es decisiva, pero no lo es menos la materia: su propia vida y la exploración incansable del deseo. Encuentros (Fondo de Cultura Económica, 1972) es una colección de tres historias, más relatos que cuentos a juzgar por la estructura y el tono. El más logrado de ellos, una verdadera joya de la literatura en español, “La gaviota”, por su dibujo de los personajes, es un relato extenso con hálito de novela breve. García Ponce acariciaría la celebridad más bien por “El gato”, un cuento, puesto que presenta dos historias (la de los amantes y aquel felino pequeño y gris), el cual cobrará dimensiones de relato. Más tarde el mismo autor, al darse cuenta, va a convertirlo en una especie de noveleta; aunque el tema tan sugerente, debido a su riqueza de símbolos, acabó por volverse algo monótono.

El mismo título recuerda la pieza inmortal de Poe, “The Black Cat”, si bien privada de su misterio, horror y connotaciones sanguinarias. El gatito grisáceo de García Ponce, no carente de misterio, tiene una carga positiva, pues es el detonador del deseo en los amantes, en particular en la parte pasiva, pues él mismo juega un rol activo: dos machos que comparten la misma hembra. El triángulo metafórico se completa. Ahondar en las posibles interpretaciones de este tercer elemento no tiene fin. El gato es el testigo, el voyeur, pero también el demiurgo, el facilitador, el mensajero del deseo. La presencia de un mediador en la intimidad remite a las ideas de Bataille, y más específicamente de Klossowsky, respecto de la intervención, un concepto que García Ponce explorará en su opus maius , la novela extensa Crónica de la intervención (Bruguera, 1982).

“La plaza” es un relato simbólico. El regreso de un personaje a un ámbito que representa lo que él es: la infancia, la inocencia perdida, la sencillez. Hay una búsqueda tácita del origen en García Ponce. No es un azar que los personajes de “La gaviota” sean dos púberes, Luis, el mexicano, y Katina, la bávara, que coinciden en una playa del Caribe yucateco (históricamente puede llamarse así). El título recuerda la obra homónima de Chéjov (no es posible dejar fuera la filiación teatral de García Ponce), una pieza donde la tragedia, la muerte y la frustración de varios personajes parece estar asociada al nombre del ave.

Hay tantas cosas en el relato de García Ponce: el amor hacia la naturaleza, la vida sencilla, la amistad entre familias, los contactos con el extranjero, el afán de entender al otro en su extrañeza radical. Luis y Katina son como un mismo ser, pero también como dos islas. La trama va construyendo la tensión y, geométricamente, a la manera del cuento, volverá a los elementos iniciales de la escopeta y la gaviota. El disparo contra el ave es la pérdida de la virginidad, el vencer el abismo salvando ese océano que divide las islas, la comunión con el todo, a un tiempo el pecado y la expiación. Son múltiples, por no decir infinitas, las posibles lecturas del relato.

El deseo humano, con su doble manifestación, en los hombres y en las mujeres, es avasallador, la fuerza vital, el meollo mismo de la existencia y, paradójicamente, la mejor preparación para el final. Juan García Ponce fue, hasta las últimas, un incansable explorador del deseo. Ya en este modesto libro de cuentos, de desigual factura, carácter y extensión, puede sentirse la presencia del gran novelista y ensayista que llegó a ser, uno de los más grandes en las letras españolas del siglo XX . No hubiera tenido que escribir más para pasar a la historia. Cómo olvidar a Katina, delgada, fuerte, de piel bronceada y ojos azules. Luis representa a todos los mexicanos, luchando por alcanzar lo imposible, por rozar lo sublime y hallar así el significado último de las cosas.


LA CONQUISTA SEGÚN LE CLÉZIO

MIGUEL BARBERENA


El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido,
J.M.G. Le Clézio,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2008.

Jean Marie Gustave Le Clézio, Premio Nobel de Literatura 2008, es un enamorado de México. Encontró aquí ese “mundo primario”, esa “humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”, a la que hizo referencia la Academia Sueca cuando otorgó el 9 de octubre su prestigiado galardón a este escritor nacido en Niza en 1940.

Le Clézio llegó a México a finales de los años sesenta como “cooperante”; dio clases de literatura francesa en el Instituto Francés de América Latina y años más tarde, ya en los ochenta, era maestro visitante en el Colegio de Michoacán. Epígono de una suerte de “nouveau-nouveau roman”, tiene en su haber varios libros sobre temas mexicanos que continúan la tradición iniciática fundada por Antonin Artaud en sus Tarahumaras. Dos de estos libros se han reimpreso en el Fondo de Cultura Económica, ahora que Le Clézio se ha convertido, al menos durante los dos o tres próximos meses, en un bestseller: La conquista divina de Michoacán, publicado originalmente en 1984, y El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, de 1988.

“El sueño mexicano” a que se refiere Le Clézio en el libro que ahora comento da inicio el 8 de septiembre de 1517, cuando Bernal Díaz ve por primera vez, desde el puente de la nave, la gran ciudad blanca de los mayas, que los españoles llamaron “el Gran Cairo”. Así comienza esta historia para Le Clézio, con el encuentro de dos sueños: el sueño de oro de los españoles y el sueño mágico-religioso de los antiguos mexicanos, que esperaban la llegada de los hombres barbudos guiados por Quetzalcóatl, para dejarse dominar por ellos. La tragedia de este encuentro radica precisamente en este desequilibrio: por un lado, el oro, las armas modernas y el pensamiento racional; por el otro, la magia y los dioses. La conquista que surge de este ensayo no es la epopeya que muchos quieren imaginar sino la lenta, difícil, e irresistible destrucción del imperio mexicano, el fin de un mundo.

Para Le Clézio no hay duda: la gloria y la civilización de “la conquista” están del lado azteca. “Sin este mundo mágico, sin el esplendor de esta civilización condenada, Hernán Cortés no hubiese sido más que un bandido a la cabeza de una pandilla de aventureros.” La grandeza no está en Cortés, ni en sus acciones temerarias, sino en el mundo mexicano que destruyó casi por completo. Y si el capitán Cortés, prosigue Le Clézio, merece un lugar en la historia, no lo es tanto por su valentía, sino por el uso que supo darle “al instrumento de dominación más temible: la palabra”.

Para el escritor francés, lo más audaz del conquistador extremeño era su discurso. Sus primeras derrotas ocurrieron porque los mayas no le dieron tiempo de hablar, y sus últimos reveses -en particular el de “la noche triste”- porque los indígenas comprendieron, un poco tarde, que no había que escuchar sus palabras.

Estas ideas, claro, no tienen nada de novedoso. Pero lo importante aquí es el “cómo” se dice. Afortunadamente, Le Clézio no es etnólogo del INAH, ni poeta-filósofo de la tan llevada y traída “mexicanidad”, ni un indigenista trasnochado. Él es sólo un novelista que nos enfrenta, en frases depuradas, sobrias, contundentes, al universo destructor de Cortés, el “nuevo Minotauro”, y sus 508 hombres.

El sueño mexicano, además de un ensayo, es un testimonio, un compendio de historia azteca, para demostrar lo evidente: que los barbudos europeos no desembarcaron en una tierra virgen habitada por pueblos salvajes. Uno de los capítulos, por ejemplo, está dedicado a Nezahualcóyotl, príncipe-poeta de Texcoco, creador de “la primera literatura mexicana”. Otro de los ensayos, “El sueño bárbaro”, es sobre las tribus “salvajes” del México precortesiano. Cada quien, dice Le Clézio, tiene su “salvaje” personal: para los latinos fueron los germánicos, para los germánicos son los mongoles, y para los aztecas son los ahomes, los opatas, sisibotaris, chichimecas, taguecos, julimes, pananas, pastalocas y, más al norte, ya casi en Texas, los ovaes, aix, olives y nacogodoches, “los mejores arqueros del mundo”, según La relación de Texcoco. Estos pueblos nómadas, que los conquistadores bautizaron con el genérico de “gandules” o “borrados”, son para Le Clézio el epítome del hombre libre: “la característica principal de estos pueblos es el espacio, la inmensidad de las tierras que ocupan”.

El siguiente texto, “El pensamiento interrumpido”, contiene reflexiones sobre la conquista y el renacimiento: mientras en Europa circulaban las ideas humanistas de Erasmo, Tomás Moro y De Vinci, en México se exterminaba a una nación. Le Clézio se extiende sobre algo que también ya todos sabíamos: que el oro de la Nueva España pagaba buena parte del esplendor renacentista del viejo continente.

Con este libro, Le Clézio se une al tipo de escritores -Breton, Artaud, Lawrence- que ven en México una “tierra de sueños” y de “fuerzas ocultas” llegadas del fondo de la historia, un lugar privilegiado por el misterio y la leyenda. En 1936, hastiado del surrealismo y de la cultura europea, Antonin Artaud llega a México en busca de “una nueva idea del hombre”. Su experiencia fue un fracaso: “Es la experiencia extrema del hombre moderno que descubre un pueblo primitivo e intuitivo: el reconocimiento de la superioridad absoluta del rito y de la magia sobre el arte y la ciencia.”

¿Qué hubiese sido de este mundo sin esa destrucción, sin el silencio eterno de los pueblos indígenas? ¿Si la violencia del mundo moderno no hubiese extinguido la luz y la magia de nuestros antepasados? Las preguntas que obsesionan a Le Clézio no tienen respuesta. Sólo de una cosa podemos estar seguros: “Al destruir las culturas indígenas, el conquistador destruía una parte de sí mismo, una parte que sin duda nunca más podrá recobrar.” Felicidades a Le Clézio, amigo de México, por su merecido Premio Nobel.



Imagen de Julio Cortázar,
Ignacio Solares,
prólogo de Gabriel García Márquez,
Fondo de Cultura Económica,
Argentina, 2008.

La primera edición de este ensayo de nuestro amigo y colaborador Ignacio Solares vio la luz en 2002, y ahora es el FCE en Argentina quien tiene a cargo el relanzamiento de éste, un estudio acucioso, penetrante, y al mismo tiempo cálido y entrañable en torno a la inagotable obra del Enormísimo Cronopio.



La voz sin amo,
Rodolfo Alonso,
Ediciones de Medianoche/Instituto Zacatecano
de Cultura Ramón López Velarde,
México, 2008.

Más de sesenta ensayos, algunos de los cuales han aparecido en las páginas de este suplemento, componen esta edición compilada por el propio autor, argentino de nacimiento pero, como puede leerse en cada página de La voz sin amo , auténtico ciudadano de la República Latinoamericana de las Letras.



De cómo los escombros dejan de serlo,
José Cedeño,
Editorial Praxis,
México, 2008.

Casi una centena de poemas conforman este volumen del también narrador y ensayista Cedeño, moreliano de nacimiento, quien anteriormente ha publicado, entre otros, Aunque sea por error, De ese deseo furtivo y la novela Capicúa, además de la antología Palabras en poesía, cincuenta poetas mexicanos.



Números para contar,
Manuel Lino,
Ficticia/Ayuntamiento de Ecatepec,
México, 2008.

Con este cuentario –que al mismo tiempo es su primer libro publicado– el autor obtuvo el Premio Nacional de Cuento Ciudad Ecatepec. Hace seis años Lino fue el ganador del trigesimoprimer Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés.