DIRECTORA GENERAL: CARMEN LIRA SAADE
DIRECTOR FUNDADOR: CARLOS PAYAN VELVER
SUPLEMENTO MENSUAL  DIRECTOR: IVAN RESTREPO  
EDICIÓN: LAURA ANGULO   LUNES 7 DE MAYO 2007 
NUMERO ESPECIAL


Portada

Presentación

Tradición oriental, amenaza para los tiburones
Marcos de Jesús Roldán

El tiburón tampoco es como lo pintan
Juan José Bolaños Guerra

Las rayas, especies marinas importantes en espera de protección
David Corro Espinosa y Crescencio Castillo Castro

Marcando al gran tiburón blanco de Isla Guadalupe
Erick Cristóbal Oñate González

Ecoturismo con un tiburón peso pesado


Correo electrónico:

[email protected]

  

Tradición oriental, amenaza para los tiburones

Marcos de Jesús Roldán
Centro de Estudios Tecnológicos del Mar Nº 30, SEP-DGECyTM
Puerto San Carlos, Baja California Sur
Correo electrónico:
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Sólo tiene 30 minutos para almorzar por lo que Miss Weng apura sus fideos y da pequeños mordiscos a su tostada de arroz, haciendo lo mismo que otros cientos de jóvenes adultos contratados por compañías transnacionales para laborar en sus oficinas enclavadas en la bulliciosa y dinámica Hong Kong.


Imagen tomada en Isla Tiburón Foto: Marcos de Jesús Roldán

Mientras ingiere sus alimentos de manera mecánica, su mente se ocupa en repasar la lista de invitados a su banquete nupcial, una mezcla de antiguas tradiciones chinas y costumbres occidentales que servirá para celebrar su unión con Mr. Wong. También visualiza los arreglos florales, la decoración del salón, su vestido de novia y el de sus damas de honor pero sobre todo, tal vez más importante que el novio mismo, el menú que degustarán sus invitados: Yu chi, aletas de tiburón.

Comer aletas de tiburón es una costumbre antiquísima en la cultura china. Su consumo se registra desde el año 960 de nuestra era, durante la dinastía Sung cuando comenzó a servirse en las mesas de palacio. Con el tiempo esta costumbre se hizo tradición y aun cuando parecía desaparecer durante el periodo maoísta y el establecimiento del régimen comunista, actualmente está ampliamente en uso por los nuevos chinos y su economía de libre mercado.

La manera más común de comerla es como sopa pero también pueden rellenarse, prepararse estofados o simplemente como aderezo en otro platillo para darle mejor presentación. Se ofrece en banquetes nupciales, fiestas de Año Nuevo, para festejar promociones o ascensos pero siempre para atraer prosperidad y denotar opulencia: a mayor cantidad de invitados mayor solvencia, más aletas o fibras más gruesas igual a mayor poder adquisitivo.

Todo esto no sería más que otra costumbre oriental, no muy distinta de nuestros banquetes de bodas con mole poblano y guajolote, birria o barbacoa dependiendo donde vivan los futuros esposos, a no ser por la fuente de la materia prima necesaria para la sopa nupcial: verdaderas aletas de tiburón.

La cornuda o tiburón martillo, el tiburón azul, el mako, el tiburón piloto y hasta el tiburón blanco, son algunas de las especies de tiburones a las que se les cortan las aletas, se ponen a secar y luego se procesan para obtener los filamentos de proteína (parecidos a fideos) que se agregan a una mezcla de caldo de pollo, cerdo o res, además de ciertos condimentos ya que dichos filamentos no tienen sabor.

El primer impulso de Miss Weng cuando conoció el precio de cada plato de aleta de tiburón fue cambiar el menú pero recordó las historias que su madre contaba sobre su propia boda y las de sus antepasados. También vino a su memoria la boda de Miss Lin donde sus padres habían derrochado miles de yuans con tal de que todos los asistentes a la cena se fueran satisfechos y hablando de la fortuna de Yun Lin por haber iniciado su vida conyugal con tanta bonanza.

El cocinero principal del restaurante donde encargó los platillos le mostró a Miss Weng algunas fotografías de los hermosos platos, le dio a probar de un tazón que desprendía aromático vapor pero ella no encontró lo maravilloso por ningún lado. También escuchó sobre el elevado precio del principal ingrediente y del anticipo que debía entregar para asegurar que la cantidad y calidad de las aletas fuera la que tal evento merecía.

Más tarde convenció a su futuro esposo que la acompañara a la calle Wing Lok. Ahí encontró un lugar donde subastaban lotes completos de aletas, cargamentos enteros provenientes de todos los continentes y al que acudían agentes comerciales, cocineros, comerciantes y todo aquel interesado en tan lucrativo negocio.


Aletas de tiburón secándose al sol
Foto: Marcos de Jesús Roldán

Alcanzó a ver que, dependiendo del tamaño, el color de las aletas y la especie de procedencia, los precios variaban. Observó cómo un juego de aletas de tiburón ballena se llevó el record del día al alcanzar un precio exorbitante. Se encontró con aletas secas, congeladas. Tuvo la oportunidad de apreciar las delicadas redecillas que formaban los filamentos deshidratados y pensó en los nidos de golondrinas que traían desde cuevas filipinas.

La naturaleza del producto y la simpleza de la ley de la oferta y la demanda hacen de las aletas de tiburón uno de los productos marinos más caros del mundo. Pero es necesario explicar el proceso de comercialización para comprender por qué para conseguir un kilogramo de aleta en Hong Kong se deben pagar cientos de dólares.

Primero, hay dos formas de que el pescador obtenga las aletas: pescando el tiburón y separándolas del cuerpo que, una vez sin vísceras, se convertirá en filetes o chuletas.

La otra, salvaje y cruel, consiste en atrapar al tiburón y cortarle las aletas para después arrojar el cuerpo sangrante y vivo de vuelta al mar donde, en el mejor de los casos, será devorado por otros tiburones; en el peor de ellos, se ahogará por la incapacidad para nadar. Y es que, a diferencia de los peces con huesos y escamas, los tiburones no nadan con movimientos de sus aletas si no ondulando su cuerpo mientras usan sus aletas como estabilizadores y timón.

Una vez que el pescador tiene las aletas, ya sea en su campamento o a bordo del barco, se tienden al aire para orearlas y secarlas. Cuando llegue el "aletero" se las venderán al precio que él fije. En la mayoría de los casos, es el mismo que ofrecen los otros compradores ya que en algunas ocasiones son agentes que trabajan en México para alguna compañía china o norteamericana.

El precio en playa, muy alto en comparación con la carne de tiburón, puede llegar hasta los $1 000 por kilogramo aunque siempre se buscará que el pescador acepte lo que le ofrezcan.

Y mientras el pescador regresa a sus labores, el "aletero" seguirá colectando aletas de tiburón, pagando en dólares y al contado. Será dinero fresco para el pescador que necesita avituallarse, reponerse de un viaje poco productivo, o simplemente sentir que su trabajo le da para vivir y más.

Una vez asegurado un cargamento que valga la inversión, el "aletero" se prepara para cruzar la frontera norte y hacerlo llegar a Los Ángeles o San Francisco, donde una pequeña parte se vende al mercado local para satisfacer las necesidades de la comunidad china mientras que el resto se embarca con destino a Hong Kong, el principal puerto de entrada al que llegan cargamentos provenientes de más de 80 países.

Una vez que las aletas tocan tierra en Hong Kong son reexportadas a China continental donde son procesadas en maquiladoras que se caracterizan por disponer de mano de obra barata. Después, las aletas retornan a Hong Kong pero ya como "redes de filamentos" o enlatadas y listas para servir. Por increíble que parezca, estos productos finales llegan como mercancía a países donde se pescaron los tiburones y ¡se venden! a un elevado precio.

Una vez que se conoce el largo viaje del producto y la cantidad de intermediarios que participan en el negocio, no resulta difícil entender por qué el consumidor final debe pagar hasta 744 dólares o más por ellas. Por otra parte, se sabe que en toda la historia reciente del comercio exterior chino no se ha observado disminución ni en el precio ni en la demanda de aletas de tiburón.

Y aunque pudiera sonar temerario o infundado, se ha escrito que la existencia de un mercado negro, el alto precio de la mercancía y el volumen de dinero involucrado en su compra—venta, permiten suponer la participación de grupos delictivos en el control del mercado de las aletas de tiburón y el establecimiento de los precios de las mismas.

Inquieta por lo que vio y escuchó, Miss Weng decidió buscar mayor información. Luego de navegar por el ciberespacio encontró los trabajos de Debra Rose y de Shelley Clark quienes escribieron sobre el comercio internacional de subproductos del tiburón fundamentando sus afirmaciones con datos estadísticos propios y los procedentes de la FAO (siglas en inglés de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). También conoció los resultados de la encuesta telefónica que "Earthcare" aplicó entre habitantes de Hong Kong para conocer su participación en el consumo de aleta de tiburón y determinar el grado de conocimiento sobre el origen de las aletas que consumían.

Visitó los "web sites" del Departamento de Ictiología del Museo de Historia Natural de Florida (www.flmnh.ufl.edu/fish/sharks/sharks.htm), del Shark Trust (www.sharktrust.org) y de la Shark Foundation (www.shark.ch/preservation/facts/finning.html) donde leyó la opinión de investigadores y conservacionistas; conoció de segunda mano el poder de la gente al lograr que un parque de diversiones eliminara la sopa de aleta de su menú.

Supo igualmente de las iniciativas de países como Sudáfrica, Australia, Estados Unidos, Costa Rica y El Salvador para erradicar el finning o "aleteo" de sus prácticas pesqueras; leyó sobre la ley mexicana que propone el manejo de las pesquerías de tiburones y rayas donde también se prohíbe aprovechar las aletas y desechar el resto del tiburón. Pero no pudo entender por qué una iniciativa como esa tardaba tanto tiempo en aplicarse.

Esta situación poco común, un trabajo realizado y validado por expertos y que fue derogado en el sexenio del presidente Fox antes de ponerse a prueba, la llevó a buscar más sobre México y sus tiburones.

Se enteró, por ejemplo, que en las aguas mexicanas pueden encontrarse más de 188 especies de tiburones y rayas y que por muchos años este país fue el principal productor de tiburón y también el principal proveedor en América de aletas de tiburón al mercado chino, logrando el décimo lugar a nivel mundial. De México salieron, por ejemplo, 740 toneladas de esas aletas en un periodo de tres años.


Presentación en latas de los fideos provenientes de las aletas de tiburones
Foto: Marcos de Jesús Roldán

Lamentó leer que la pesca irresponsable y sin control de tiburón estaba acabando con los ejemplares gigantescos que pescadores de antaño capturaban en el Golfo de México y en el de California.

En algún lugar encontró un dato por demás interesante: el primer embarque de aletas de tiburón a China dsde México se realizó vía La Paz, Distrito Sur de la Baja California (hoy Baja California Sur) en 1888 . Y que es una actividad que continúa hasta la fecha.

También pudo leer que un tal Fernando Jordán escribía "…en esa época (principios del siglo XX) lo único que se aprovechaba de un tiburón eran las aletas y el resto era abandonado, como desperdicio..." y que el mismo Jordán denunciaba y alertaba líneas más adelante que las leyes mexicanas relacionadas con la pesca no se cumplen por falta de vigilancia (y falta de voluntad, pensó ella). Y que en esa misma ciudad mexicana, pionera en la exportación de aleta de tiburón, el dueño de un pequeño restaurante de comida china ha quitado de su menú la famosísima sopa uniéndose a las campañas que por todo el mundo intentan disminuir y hasta impedir su consumo.

Se horrorizó al saber que para obtener los 7.6 millones de kilogramos de aletas comercializados en 1999, fue necesario sacrificar casi 50 millones de tiburones. Considerando que la producción se incrementa anualmente en 5 por ciento, calculó en 67 millones el número de animales que se sacrificaron durante 2005.

Haciendo cuentas estimó que se capturaron 407 millones de tiburones entre 1999 y 2005 para sostener el comercio mundial de aleta de tiburón.

Con tanta información en la cabeza, con números y países dándole vueltas y vueltas, y con muchas dudas, se preguntó si habría alguna alternativa para no participar en el comercio de aleta. En el mundo vegetariano encontró la respuesta: existen productos derivados de algas, frutas o cereales que, cocinados de manera adecuada, semejan al platillo original.

Ahora lo más difícil: ¿Cómo convencer a su familia, a sus invitados que el uso de un sustituto no era falta de dinero si no conciencia ambiental? ¿Cómo mostraría opulencia y abundancia? ¿Sería ella la que rompería una tradición ancestral?

Como en la mayoría de los casos, la baja demanda de un producto puede llevar a la disminución de su precio. Considerando que la aleta de tiburón no es un alimento de primera necesidad sino más bien un bien suntuario, podría pensarse que el consumidor chino debería abstenerse de consumir aleta de tiburón alegando conciencia ambiental colectiva.

Sin embargo, esto puede parecer otro intento del mundo occidental por desacreditar lo que no es propio, una maniobra que pretenda indicarle a una pueblo entero qué hacer y cómo hacerlo.

No obstante, existen mecanismos para asegurar que el producto que se ofrece cumpla con los lineamientos de responsabilidad pesquera, de calidad y bajo prácticas comerciales claras y justas.

Se ha propuesto entonces que sea el Estado chino quien fije los precios, maneje las operaciones y vigile los procedimientos; también se han sugerido impuestos especiales para desalentar el consumo, o apelar a la conciencia e interés comercial del pescador y del vendedor bajo la premisa de que los tiburones de mayor edad tendrán aletas más valiosas desalentando así la captura de ejemplares pequeños o inmaduros.

A los anteriores agregaría que los países involucrados en este comercio se comprometieran a cumplir con leyes y acuerdos internacionales y buscaran los mecanismos necesarios para garantizar el manejo adecuado del recurso tiburón con que cuentan.

Me uno a aquellos que ven a la Norma Oficial Mexicana NOM-029—PESC-2006, publicada recientemente, como el medio que debemos usar para seguir aprovechando un recurso que a) se está acabando y b) no podremos recuperar fácilmente.

Me permito transcribir un fragmento de una de las especificaciones publicadas en la norma referida:

"4.2.1 ... Se prohíbe el aprovechamiento exclusivo de las aletas de cualquier especie de tiburón. En ningún caso se podrá arribar aletas de tiburón cuyos cuerpos no se encuentren a bordo..."

Más claro ni el agua. Pero la letra por sí sola no garantiza nada, ya lo dijeron los opositores a la norma y tienen razón. Por eso sugiero que cada quien haga lo que tiene que hacer:


Aletas de tiburón secándose al aire libre en Puerto Madero, Chiapas Foto: Leonardo Castillo

Los pescadores, capturar el recurso de manera que se garantice la recuperación de las poblaciones y la disponibilidad del mismo por muchas generaciones más. Utilizando los artes y equipos de pesca recomendados. Y lo más importante, colaborando en la vigilancia de las costas nacionales.

En cuanto a las autoridades competentes, por una parte deben establecer los operativos de vigilancia requeridos y aplicar las sanciones correspondientes a los transgresores de la ley. Y por la otra, administrar todos los recursos pesqueros nacionales, pero muy especialmente aquellos que se encuentren en riesgo de sobreexplotación o de extinción.

Por su parte, los legisladores, diputados y senadores, deben trabajar para cuidar los intereses de los que votaron por ellos y también por los que no lo hicieron. Revisar cuidadosamente las propuestas y dar curso a los procedimientos constitucionales para aprobar o rechazar las iniciativas que lleguen a sus manos importando exclusivamente el bienestar de los mexicanos y el interés de la Nación.

A los expertos, académicos e investigadores, les corresponde realizar aquellos trabajos que lleven a conocer el estado del recurso y proponer el manejo óptimo del mismo. De esa manera los tomadores de decisiones contarán con las bases científicas y sociales para respaldar sus decisiones correctamente. También los expertos deben buscar alternativas para el aprovechamiento integral y sustentable que beneficie tanto a los pequeños productores como a los grandes.

El consumidor nacional aportaría su grano de arena consumiendo preferentemente productos regionales y nacionales para beneficiar a los productores, sin caer en prácticas comerciales desleales como el boicot o el "chauvinismo".

Si todos los involucrados cumplen con su parte, tal vez logremos que el tiburón siga haciendo su trabajo: deambular por los mares del mundo contribuyendo al equilibrio del ecosistema marino y desempeñando el papel que le fue conferido: el de ser el rey de los mares.

–Nada pasó, –pensó Miss Weng mientras repasaba todos los momentos del día anterior. A final de cuentas ya era la señora Wong y la riqueza y bonanza dependerían del esfuerzo conyugal y no del número de aletas que se ofrecieron la noche anterior. Y tal vez un día, con hijos de la mano, visitaría ese México que está luchando por que sus tiburones, grandes y pequeños, sigan embelleciendo sus mares.

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