Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 12 de septiembre de 2002
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Cultura

Margo Glantz

Aniversarios aciagos

En una de las calles más céntricas de Buenos Aires, quizá Libertador, me llama la atención un anuncio que dice más o menos así: se imparten conferencias de apoyo para personas deprimidas en un país en estado de crisis. Camino luego por Santa Fe, una de las antiguas calles elegantes de la ciudad, como también lo fuera hace más de 20 años Florida, calle peatonal, ambas estaban llenas de negocios finos que se han abaratado y compiten actualmente con el comercio informal que se instala en todas las aceras, en el suelo, donde se exhiben los mismos innumerables pares de calcetines llamativos y brillantes (Ƒde Taiwán?); no cabe duda, Buenos Aires se latinoamericaniza en cualquiera de sus barrios: en las esquinas los cartoneros recogen la basura, son legiones, sobre todo al atardecer.

Un hombre viejo de ojos claros y piel muy blanca que lleva un abrigo de lana fina y oscura (Ƒcashmere?), muy clásico, a la antigua usanza inglesa, se me acerca sigilosamente y murmura algo, me desconcierto, lo rechazo y cuando comprendo que me ha pedido limosna trato de alcanzarlo para dársela, pero lo pierdo de vista, ya sea porque camina mucho más rápido de los que sus años me sugieren o porque ha entrado rápidamente en un edificio. Casi todas las banquetas de esta prodigiosa ciudad de anchas y arboladas avenidas, edificios majestuosos, altos y modernos, están llenas de agujeros; una de mis más queridas amigas (fenómeno cada vez más habitual) tropieza en uno de ellos y se rompe el pie, tiene que quedarse inmóvil cerca de seis semanas.

Entro en una zapatería, he visto un par de choclos beige y rojo, al estilo de los gángsters de los años 30 en Chicago, están baratísimos y preciosos, cuestan cuatro veces menos de lo que costaban el año anterior y me precipito a comprarlos, formo parte de una de esas jaurías de extranjeros que caemos sobre Buenos Aires para aprovisionarnos de los objetos de consumo más vistosos, más escogidos, más delicados. Los zapatos me aprietan un poco, no me decido, el dueño de la tienda me mira suplicante. "Son de la mejor calidad y preciosos, lléveselos si quiere, luego me los paga, cuando se convenza de que son maravillosos: šlas cosas están tan mal!", dice, redundantemente. Yo lo miro y le digo: "a mí se me hace que usted es de los que votaron por Menem". Su sonrisa equívoca me lo confirma. "A mí se me hace -continúo diciendo, indignada- que usted es de los que votarían de nuevo por él", y me salgo de la tienda con las manos (más bien los pies) vacías, con ademanes indignados de profeta. En las calles se lee una propaganda en rectángulos grises y reiterativos: "Menem, regresá". Mi capacidad de asombro empieza a agotarse.

Me subo a un taxi, sigo cuidadosamente las instrucciones de mis amigos, tiene que ser un radio taxi, debe ostentar un letrero con las letras IRA, tiene que tener dos antenas (nunca entiendo porque dos y no una, aunque me lo explican diariamente), en los demás se corre gran peligro, dicen, hay muchos secuestros, como en México, pero se han multiplicado, Ƒcentuplicado?, sí, en Buenos Aires, donde hasta hace muy poco el transporte público era de los más seguros del mundo. Le pregunto al taxista, a boca de jarro: "Ƒy usted, por quién va a votar?" "ƑQuiere usted que se lo diga, de verdad?", contesta. "Sí, por favor". "Bueno -me dice-, yo voy a votar por Menem". "No es posible -lo regaño indignada-, no es posible, ustedes tiene la culpa de la situación en que se encuentra el país, si vuelven a votar por Menem este país ya no tiene remedio". Me mira desconcertado, el viaje continúa en el más impenetrable silencio.

Los taxistas pueden darle a uno el pulso de un país, o en este caso el pulso de una ciudad (perogrullada o conversación plana, como decía mi querido amigo Tito Monterroso). Con una amiga abordamos otro taxi rumbo a los bosques de Palermo, esos hermosos campos arbolados tan semejantes al bosque de Bolonia en París; el día es asoleado, tibio, aunque estemos en pleno invierno, a principios de agosto. Vuelvo a hacer la pregunta que reitero cada vez más seguido: "Ƒy usted por quién va a votar?" El chofer contesta dubitativo: "mis amigos no saben bien por quién van a votar". Vuelvo a hacer la pregunta y me da la misma respuesta; por fin, ante mi insistencia, exclama: "šSi hubiera justicia en este país, llevarían a Menem al paredón!" Casi al unísono, los tres enumeramos los males que ese enano patilludo e infame ha ayudado a perpetrar en su país, siguiendo de manera irrestricta (y corrompida) los mandatos del Fondo Monetario Internacional (FMI). (Cuando al final de mi viaje llego a Chile, leo en el avión las declaraciones que hace el economista Milton Friedman, de 92 años, es legítimo, asegura, que los brasileños voten por el gobernante que prefieran para presidente de su país, pero si eligen un gobernante que no haya sido aprobado por el FMI pagarán muy caro su error. Me estremezco, cuando lo leo, sigo estremeciéndome en estos días aciagos de aniversarios cuando veo en los periódicos que es muy probable e inminente la invasión a Irak).

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