Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 1 de junio de 2002
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Economía

Carlos Marichal

La banca hunde a la economía privada

Habitualmente se considera que el sistema bancario debe proporcionar el oxígeno que requiere la actividad económica, por medio de la eficiente intermediación entre ahorradores y demandantes de crédito. Sin embargo, en el caso de la banca mexicana lo que se viene observando en los últimos años es que ésta va sofocando a las pequeñas y medianas empresas al mantener unas tasas de interés extraordinariamente altas sobre los préstamos. Lamentablemente, el gobierno está cooperando en esta estrategia, que consiste en subsidiar a las instituciones financieras mientras que se va resquebrajando gran parte del tejido industrial de México.

La reducción en el crédito comercial para la economía privada en el quinquenio pasado ha sido aterradora. Todavía en 1996, un año después de la devaluación y del comienzo de la crisis financiera, el crédito bancario al sector privado alcanzaba 25 por ciento del producto interno bruto (PIB), mientras que en 2001 bajó a 7. Peor aún, en el primer trimestre del presente año ha seguido cayendo, de acuerdo con los informes del Banco de México y de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.

La explicación de este fenómeno verdaderamente trágico lo ofrece un reciente reporte de la firma financiera Credit Suisse First Boston, titulado Mexico Credit Chartbook. A partir de un estudio y una serie de encuestas detalladas, el documento indica que la causa de la caída en la oferta del crédito bancario para el sector productivo se debe a "las elevadas tasas de interés activas". En otras palabras, los bancos cobran intereses desmesuradamente altos para cualquier préstamo, siendo avalados en estas conductas por las máximas autoridades bancarias y financieras del Estado. A ello se agrega la resistencia de los bancos a prestar sin garantías extraordinarias, lo que se traduce en la enorme cantidad de solicitudes de pequeñas empresas que son rechazadas.

Lo que se observa es que la economía privada mexicana está trabajando sin el soporte de un sistema bancario. ƑPero cómo es posible que las empresas trabajen sin bancos? La solución básica ha consistido en recurrir a los proveedores para que adelanten mercancías o créditos para la inmensa mayoría de las compañías que no cuentan con los fondos requeridos para mantener su producción. De acuerdo con el mismo informe de Credit Suisse, 62 por ciento de las empresas en México actualmente se financian por medio de sus proveedores. Pero esto va provocando una serie de cuellos de botella que llevan inevitablemente a una cadena de quiebras o, alternativamente, a una gradual asfixia de las industrias. Ante la incapacidad de compra de sus clientes, los proveedores extienden crédito, pero al hacerlo se quedan sin los dineros que requieren para realizar nuevas inversiones y sostener su producción. El círculo vicioso se vuelve un nudo por falta de préstamos.

La banca mexicana (ahora mayoritariamente extranjera) es responsable de esta situación. Pero también lo es el gobierno al subsidiar a los banqueros sin exigir un cambio de estrategia. Los bancos están obteniendo el grueso de sus ganancias de dos fuentes: 1. Los intereses que reciben del gobierno en pago por el inmenso volumen de pagarés del IPAB que tienen en su poder; 2. los préstamos que hace la banca al gobierno. De hecho, el sector público se ha vuelto a situar como el cliente más importante de la banca comercial, con un aumento de más de 14 por ciento en los créditos al gobierno en el primer trimestre de 2002.

Se trata de un claro contubernio entre instituciones financieras y gobierno que perjudica a la industria. Esa alianza, que ha sido el eje de la política financiera del Estado mexicano desde 1982, se ha mantenido firme a pesar de los cambios en la situación jurídica de la banca. En los 80 el gobierno utilizaba a la banca nacionalizada para financiar sus déficits. Luego, con la privatización de la banca a principios de los 90, el gobierno aseguró a los nuevos dueños las tasas más altas de intermediación conocidas a escala mundial para que pudieran recuperar sus capitales. Finalmente, desde la crisis de 1995 el Estado ha rescatado a la banca, garantizando a viejos y nuevos dueños un respaldo colosal mediante el IPAB.

La economía y los contribuyentes han sufrido las consecuencias de que las autoridades financieras de todas las administraciones presidenciales privilegien a la banca como el gran niño mimado que necesita un flujo constante de subsidios. Es hora ya de que el Congreso exija la adopción de una política económica que favorezca a la industria, castigada por una banca ya muy malcriada.

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