Opinión
Ver día anteriorMiércoles 7 de noviembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desbarranque
L

a opinión de todo el sistema de convencimiento del país ha sido contundente: cancelar el aeropuerto de Texcoco es un error básico, cardinal. Marcará con intensos tonos negativos, afirman con variados acentos, graves y compartidos, el futuro gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Hay quien ha llegado a afirmar que la relación con el empresariado terminó. Tan drástica opinión se extendió todavía más allá: en verdad su política económica se desbarrancó, tal y como se predijo. El tiro, afirman sin dudar, fue certero al pie. Tan bien que había iniciado su reconciliación con opositores después de una tironeada campaña electoral, sostienen con dejo resignado. La luna de miel fue sólo un momento pasajero, una ilusión. Al presidente electo le salió el chamuco que traía insepulto y todo se enredó. Tiró por la borda la confianza de los inversionistas, un asunto crucial para el crecimiento prometido. Las calificadoras y sus severos analistas se aprestan a modificar el grado de inversión del país, catástrofe que afectará a millones, se concluye.

Sería repetitivo enumerar las doctas versiones que condenan, en sentidos casi idénticos, el futuro desarrollo del gobierno venidero. Ese que, en repetidas ocasiones, ofertó ser tan bueno como los tres mejores del santoral nacional. Sin recato alguno, los conspicuos miembros de la comentocracia sentencian al triunfador de la pasada elección. La trágica cancelación de una obra multimillonaria, ya en avanzada ejecución, era imposible de visualizar para ellos. No es cualquier obra, alegan con seguridad notable, sino la que llevaría a México entero a la modernidad.

La visión que se desprende del chaparrón mediático desatado se completa con la especulación bursátil. Sin tapujo que valga, y muy a pesar de que los guias (plutócratas) no aparecen, la beligerancia mostrada en días pasados fue un primer y serio forcejeo político. Lo fue entre el grupo de mando, establecido desde hace ya décadas, frente a una presidencia respaldada por 30 millones de mexicanos. Y en ese forcejeo se ha permanecido sin asimilar el golpe que canceló la magna obra aeroportuaria, donde tantos más cuantos intereses masivos se cruzan.

La prueba de fuerza parece inclinarse, por ahora al menos, en favor de un decidido presidente electo que no ceja en su intención de llevar a término su programa transformador. Muy a pesar de las abiertas formas de amenazas y críticas desaforadas que han surgido, el cambio anunciado sigue su curso trazado. Es la primera vez, después de varias presidencias sucesivas, que el modelo imperante y sus beneficiarios y sostenedores entran en un periodo de prueba y ajustes drásticos.

Mientras el fuego desatado por los actores de este drama nacional ajustan posiciones, López Obrador no descansa. Se ha sumergido en los toques finales del presupuesto del año entrante. En este documento habrán de plasmarse las aspiraciones y sus limitantes. De pronto mucho de la confrontación parece suspendida en espera de las definiciones consiguientes. En el presupuesto se evaluarán los arrestos para continuar los cambios anunciados y la habilidad para organizar la logística y darles el sostén financiero que requieren. En cuanto se haga público el proyecto de ley y sea presentado en la Cámara de Diputados, se habrá de inaugurar otra etapa del forcejeo político por el mando nacional.

Algo de lo que se cocina en el gobierno entrante ha sido ya adelantado. Tal parece que han encontrado la manera de balancear ingresos con ahorros, nuevas prioridades y costos de los programas ofertados. Las insistentes premoniciones sobre las variadas incapacidades del voluntarioso presidente no se condensarán, se espera, como trabas reales, capaces de descarrilar a la futura administración. Al menos por estos tiempos previos a la toma de posesión los asuntos parecen ir sobre los rieles debidos. Y se trasmina la recia tesitura de lograr cumplir los cambios a la estructura actual.

La confianza de López Obrador sobre la justicia de su proyecto de gobierno no desfallece. Por el contrario, se afirma y hasta endurece con el paso de los días. La densa oposición presentada por el aparato de convencimiento al servicio del actual grupo en el poder, era esperada. Es mucho lo que está en el tapete de las voluntades políticas y los intereses en juego. Lo cierto es que, una vez pasado el primero de diciembre, los movimientos de gobierno tomarán el rumbo definitivo. Los programas anunciados como viables contienen grandes beneficios para los ciudadanos, en especial para aquellos que siempre han quedado al margen de ellos: jóvenes, discapacitados, pobres marginados, viejos y mujeres, esos grandes conjuntos de seres humanos que el modelo neoliberal ha castigado sin contemplaciones. Al entrar en operación harán sentir, de inmediato, sus bondades y sumarán apoyos a los morenos. Se irá, así, cimentando el poder popular y la balanza de fuerzas trasladará buena parte de sus haberes en favor de la transformación anunciada.