Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Diego Rivera, La piñata, 1953

Leandro Arellano

De la niñez proviene una de las más gratas evocaciones, la época de Navidad y del Año Nuevo, así como la vertiginosa emoción de la etapa que las precedía: las posadas. Las celebraciones abarcaban –aún lo hacen– casi todo el mes, iniciándose con motivo de las festividades de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre. Aparecían primero y se instalaban a un costado del jardín principal las Atracciones Arroyo, los juegos mecánicos que comprendían el carrusel de caballitos, la ola, la rueda de la fortuna y las sillas voladoras. Con los años se agregaron otras diversiones.

En otros puntos de la plaza y de los portales se instalaban puestos de entretenimiento, rifas, juegos, la lotería. Se apostaban al comenzar el mes y no levantaban sus arreos sino hasta trascurridas las festividades de la Virgen de Guadalupe, las que tienen lugar en el barrio de La Villita, en los suburbios del pueblo, prolongándose hasta mediados de diciembre. Enseguida daban comienzo las posadas, esa fiesta religiosa en la que se funden la devoción y el esparcimiento.

Es una de las más agradables tradiciones heredadas del México colonial, que no ha cedido a los zarpazos ni a las rudezas de la historia. La marquesa Calderón de la Barca las cita en sus Cartas, y en Memorias de mis tiempos Guillermo Prieto se refiere a las fiestas decembrinas sin describirlas “porque llenarían tomos enteros”.

En memoria del peregrinaje de María y José a su salida de Nazaret, ya sabemos, las posadas son festividades populares de carácter pío que se celebran en México y Centroamérica, del 16 al 24 de diciembre. La tradición señala que, en 1578, fray Diego de Soria obtuvo del papa Sixto v la bula que autorizaba la celebración en el Virreinato de la Nueva España de unas misas llamadas de aguinaldo, que se realizarían en los atrios de las iglesias.

Junto con las misas se representaban escenas de la Navidad y luego de las mismas se realizaban festejos con luces de bengala, cohetes, piñatas y villancicos. Más adelante, aunque no dejó de tener lugar en las iglesias,la celebración pasó a tomar más fuerza en los barrios y en casas particulares, y la música religiosa fue sustituida por el canto popular, igual que éste ha sido reemplazado en la actualidad por la fiesta y el baile.

El caso es que en el pueblo se organizaban a partir del curato de la iglesia principal para todos los niños y niñas que quisieran participar, y consistían en la procesión por calles diferentes, donde con devoto bullicio se rezaba el rosario y en el turno de cada misterio cantábamos con vigor el Ora pro nobis. Durante la procesión portábamos velas y encendíamos varitas luminosas.

Al final de la procesión, del rosario y la entonación de villancicos, recibía cada uno de los participantes un aguinaldo, consistente en una bolsita de papel de estraza que contenía cacahuates, una mandarina, colaciones, una caña de azúcar y alguna otra cosa.

Nadie, por más terrible, difícil o atormentada que haya sido su niñez, puede no conservar en la memoria algunos recuerdos deliciosos, momentos de armonía y dicha imborrables. Las mandarinas permanecen en el recuerdo como una fruta infaltable de aquellos días, igual que los cacahuates.

Ya adolescentes, acudíamos a las posadas que se organizaban dentro del curato de la parroquia. Allí, al rosario y la petición de la posada se añadía una celebración gozosa y entretenida: la partición de las piñatas, igual que otros juegos sanos y vitales. ¿No es la acción la gran fiesta del ser humano?

Y por humilde que fuese, en cada hogar se tendía un Nacimiento, la representación del pesebre en el que nació Jesucristo, adornado con cualquier variedad de motivos y elementos. Se le escenifica con figuras de personas, animales y paisajes. La invención del Nacimiento de las Navidades mexicanas –que se practica también en España y casi en toda Hispanoamérica y se llama en otros países Pesebre o Belén– se atribuye a San Francisco de Asís y se remonta al año 1223.

Se tiende el 16 de diciembre y se levanta en distintas fechas: en enero, con la llegada de los Santos Reyes, o con la Candelaria, el 2 de febrero. En vez del Nacimiento ha ganado terreno el levantamiento del Árbol de Navidad, que no es una extranjerización, sino la celebración cristiana de la misma Navidad por los protestantes.

No cabe una incursión en los dominios de la cena de Navidad en este texto, pues demandaría un espacio considerable; excepto anotar que, sea cual fuere la justificación o el pretexto, convoca usualmente a reunión familiar, lo que no es poco. Las costumbres evolucionan y la gente atribuye hoy exagerada importancia a los regalos de Navidad, bien que la costumbre es antigua.

Las posadas anunciaban, además, el camino a otros ceremoniales.

Las horas y los días marchan sin pausa ni reposo, sin dar respiro al tiempo ni a la especie humana. Son nuestros hábitos los que mutan y se acomodan a nuevas circunstancias y necesidades. Y por más conciencia que tengamos de los designios de la fatalidad, conservamos siempre un margen de expectativa. ¿No es la felicidad, también, un ejercicio de la voluntad?

Quien más, quien menos, casi todos albergamos una esperanza. “La esperanza, asustada, se refugia en los niños/ y en los tontos/ y en nosotros, los que todavía, por la gracia del verbo, somos desgraciados”, escribió Jaime Sabines. Siendo la fragilidad parte inseparable de la condición humana, la esperanza no sólo significa una apuesta en los afanes cotidianos, sino también una fuente de la felicidad, un gran consuelo aunque no sea más que como desahogo.

Dialéctica de nuestro ser, meditar está en nuestro destino, imaginar el porvenir es parte de la condición humana. Aunque el tiempo es circular y sólo una forma de parcelar el espacio, siempre esperamos un mañana mejor. “Los hombres mantienen, aunque sea sólo por coraje y desafío, una fe innata en que deben llegar, siempre, tiempos mejores”, nos confía Onetti.

Así como la intuición y las fábulas forman parte del mismo tejido sordo e indiscernible, la imaginación y la fe se adelantan al porvenir. El Año Nuevo representaba –todavía lo hace– la ventana abierta a un futuro que está allá adelante, siempre por venir.