Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Germaine Gómez Haro
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50 aniversario del Museo
Diego Rivera-Anahuacalli ( II Y ÚLTIMA)

En la columna anterior (núm.1030, domingo 30 de noviembre) se reseñó el 50 aniversario del Museo Diego Rivera-Anahuacalli, en cuyo marco de conmemoración se presenta actualmente la exposición El hombre en la encrucijada. El mural de Diego Rivera en el Centro Rockefeller, muestra documental que reconstruye la historia de la realización de este mural y su controvertida destrucción antes de su terminación en 1933. Mucho tiempo se sostuvo que la razón que movió al magnate John D. Rockefeller JR. a rechazar el mural era la presencia de la figura de Lenin, que el pintor incluyó sin su aprobación y posteriormente se negó a suprimirla. Sin embargo, investigaciones recientes han arrojado una serie de datos que evidencian que la relación del artista con su mecenas no fue desde el inicio miel sobre hojuelas.

Diego Rivera dejó a su muerte instrucciones precisas para que no se permitiera que el acervo documental saliera de sus museos, por lo que la exposición está conformada por facsimilares de obras, fotografías y documentos originales –muchos de ellos inéditos– que reconstruyen la historia a través de una narración museográfica muy bien lograda a partir de interpretaciones recientes de un grupo colegiado de investigadores. Estos documentos permiten al visitante contextualizar el período en el que Rivera trabajó en diferentes proyectos en Estados Unidos y constatar la celebridad con la que ya contaba entonces. Rivera sentía una fascinación por los avances científicos, tecnológicos e industriales que comenzaban a manifestarse tras la Gran Depresión. La creación del Centro Rockefeller fue en su momento la piedra de toque en la reconstrucción del proyecto económico en Nueva York, dando empleo a cerca de 40 mil personas en la edificación de catorce edificios que se convertirían en centro comercial, cultural, económico y financiero; asimismo, se planteó un proyecto de arte para decorar todos los espacios públicos en el que fueron invitados artistas de renombre internacional. Rivera captó la importancia de participar en lo que habría de ser el axis mundi del capitalismo, y pese a su ideología comunista se obstinó en participar en él. Contrató a la promotora cultural Frances Flynn Payne como gestora para conseguir la comisión de un mural en el lobby del RCA Building. A través de ella, Rivera había conocido a Abby Aldrich Rockefeller, quien le profesaba una gran admiración y fue la pieza clave para que su marido accediera a contratar al muralista.


Diego Rivera, El hombre en la encrucijada

El estudio reciente de estos documentos revela la tensión que existió entre Rivera y los contratistas desde el inicio. Cinco años antes, Rivera había caricaturizado a Rockefeller Senior en una escena satírica en los murales de la SEP donde criticaba abiertamente al capitalismo, detalle que probablemente no pasó por alto la poderosa familia, como tampoco habrán ignorado su postura socialista y su personalidad subversiva y contradictoria; aún así, probablemente por su posicionamiento en el mercado internacional, fue invitado a realizar unos mosaicos, propuesta que rechazó hasta conseguir el espacio que deseaba para su mural en el edificio más importante del centro. Y así comenzó el duelo entre Rivera y los contratistas, del que el artista salió en primera instancia vencedor: se empeñó en pintar su mural al fresco, lo consiguió; se estipuló que el cromatismo habría de ceñirse a una gama en blanco, negro y gris, y utilizó el color; ya en el proceso de realización se desvió de la composición originalmente aprobada, incorporando escenas de índole político que confrontaban el capitalismo y el socialismo, y aún así logró pintar tres cuartas partes de la obra. La gota que derramó el vaso fue la inclusión del retrato de Lenin que, desde luego, no aparecía en el boceto preliminar. La provocación llegó al límite. En la exhibición se muestra la correspondencia entre Rivera, Rockefeller y los arquitectos que intentaban una negociación a la que el artista se negó a acceder. El contrato fue cancelado y el mural destruido, desatando un escándalo mediático a favor y en contra. Poco después, Rivera reconstruyó la composición satanizada en su mural del Palacio de Bellas Artes, esta vez sin censura: en ella aparecen en primer plano Lenin, Marx, Engels, Trostsky y otros líderes comunistas, mientras que Rockefeller enarbola la imagen de la decadencia capitalista. A fin de cuentas, Rivera se salió con la suya.