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Contexto e intelectual público: Arnaldo Córdova
E

l movimiento de 1968 impacta al régimen y a la sociedad desde las cuatro vertientes:

1) la formación de grupos que desde la clandestinidad se van a proponer transformar el régimen por medio de la guerrilla urbana;

2) las corrientes políticas que mediante frentes e inserciones directas en los espacios obreros, rurales y urbano-populares se proponen abrir el espacio político obturado por el régimen autoritario;

3) la emergencia de corrientes al interior del aparato político dominante, conscientes de la necesidad de reformas que flexibilicen el rígido esquema de gobierno; y,

4) finalmente y en cierto sentido amplio inspirando las dos últimas vertientes un vasto movimiento de ideas que desde la academia impugnó los saberes tradicionales y los mitos fundadores y propuso visiones diferentes y hasta antagónicas de lo que se conocía como la historia oficial.

Los setentas y ochentas son testigos de ese movimiento de ideas como expresión directa frente a la represión de 1968, que también desgarró el último velo que cubría el desfase entre el México oficial y el México real.

La respuesta desde el mundo intelectual fue una enorme cantidad de obras que ponían a debate las versiones oficiales de la historia y del presente mexicano. Paz, Fuentes, Cossío Villegas, Monsiváis, Poniatowska, Cordera, Tello, Aguilar Camín, Krauze, Zaid, Lorenzo y Jean Meyer, Arnaldo Córdova, Florescano, Gilly, por sólo mencionar a unos cuantos de los que contribuyeron a la desmitificación de la ideología de la Revolución Mexicana.

La discusión central que animó el debate desde los partidos y desde la sociedad se centró, sin duda, en la naturaleza del régimen político mexicano. Esta deliberación pública –una de las más intensas y profundas– condensa visiones y propuestas alrededor de las modalidades de la realización de la democracia.

Para que ese debate tuviera efecto en las prácticas democráticas, era de particular importancia asumir el debate, no como algo secundario, sino como el ordenador civilizado de los conflictos que nutren y confirman un régimen democrático.

Precisamente porque el México posrevolucionario se sirvió de una poderosa ideología procesada desde el Estado, era crucial una competencia ideológica que respondiera a la diversidad ciudadana.

Las ideologías prevalecientes durante el siglo XX se destacaron por sus pretensiones universales, de aquí la peligrosa deriva a la que condujo la caída del orden mundial bipolar hacia el imperio de la unidimensionalidad ideológica. Resultaba de la mayor importancia reivindicar que la diversidad de las ideologías es garantía del pluralismo y alimento de la lucha política en todo orden democrático.

Es en ese contexto que se puede apreciar aún más la obra de Arnaldo Córdova como intelectual público, académico marxista y militante de izquierda. Su visión de la Revolución Mexicana como una revolución política, dispuesta a imponer límites a la propiedad capitalista sin romper con ella como fórmula para crear las bases de un consenso nacional expresado en la Constitución de 1917, fue probablemente la aportación más notable –y ciertamente no la única– para entender la naturaleza del régimen político surgido de la Revolución. Como señaló Sánchez Rebolledo, el jueves pasado será, justamente, ese derecho de la nación el que permitirá al Estado imponer su dominio sobre la sociedad, realizar las reformas e instaurar el arbitraje que, en definitiva, consagraría el presidencialismo autoritario, pero también la aparición de nuevos derechos en un mundo de atraso y desigualdad.

Sus textos claves La ideología de la Revolución Mexicana (1973), La formación del poder politico (1972) y La política de masas durante el cardenismo (1974) fueron decisivos para descifrar el régimen autoritario, pero lo seguirán siendo para entender los avatares de la larga e incierta transición.

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