Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de julio de 2012 Num: 906

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La fe de Gide
Ignacio Padilla

Para releer a Gide
Annunziata Rossi

Apuntes para la historia.
Mi primera prisión

Ricardo Flores Magón

Mafalda y la prensa
Ricardo Bada

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Nos queda la rabia

Muchos mexicanos nos sentimos defraudados. Nos escatimaron justicia y verdad. Nos robaron –otra vez– la nación que queríamos por fin dejar instalada para que nuestros hijos y nuestros nietos conocieran otra cosa, otras formas menos viciadas de convivencia, que la corrupción que nos consume la entraña empezara a ser cosa pasada. Pero no. La corrupción volvió a ganar, instalada sobre el pescuezo de gente pobre, miserable, tímida o simplemente zafia y tonta. Y nos la volvieron a hacer. Nos chingaron con sus alianzas ya conocidas entre dinero y poder y medios y mentiras. Socorrieron la trampa y la sazonaron con infundios, repitieron mentiras, calumniaron hasta la náusea. Acudieron al fraude, lo aplicaron de muchas maneras que son un solo delito. Pero los delitos solamente se castigan cuando hay una autoridad competente que se haga cargo, y nosotros no tenemos eso. Hay, de nombre, de título, de nómina jugosa, sí, puestos públicos y monigotes que los ocupan. Pero que esos monigotes hagan lo correcto, apliquen la ley, sancionen al delincuente electoral que se va a proclamar presidente de la República por los próximos largos, larguísimos años, eso es harina de otro costal.

Pregunto, comento, platico y escucho. Se multiplica la misma respuesta en muchas bocas, muchas muecas, muchos manoteos. Los gestos son severos, agrios, alguna risa hay, más bien amarga. Yo me debato entre la búsqueda del humor negro, porque tengo que hacer una historieta para mantener a mi familia y también para no dejar que los que me preguntan sucumban conmigo, y el desaliento, el desánimo, y al fondo, como migas en el sartén, una gruesa capa de enojo. Llevo, otra vez, el esplín por delante. Aunque trate de disimular, hacer de tripa corazón. Me acuerdo de una frase lapidaria: que este país no tiene remedio, que es un despeñadero sin fin.

Si alguna vez las autoridades electorales y judiciales de este país dejan de lado la apatía por comisión, la conciliada abulia, el consensuado concierto de indolencia y soberbia, y deciden hacer obedecer la ley, implementar el código puntual y aplicar la sanción, ya será tarde. Ya estará instalado el aparato, con sus finas complicidades, sus firmes tapiloles sobre los que descanse el descaro institucionalizado. Ya se habrán pactado estrategias turbias; se habrán acordado los oscuros convenios, las adjudicaciones fraudulentas y los contratos de una cornucopia criminal. Ya para entonces, si tal cosa sucede, estará de nuevo hipotecado el país, trazada la ruta crítica del desmantelamiento de la soberanía, de la riqueza pública; se habrán entregado a la voracidad sin fin de la Nomenklatura empresarial nuestros recursos energéticos, nuestros recursos naturales, nuestro espectro radioeléctrico, nuestras industrias nacionales de particular interés estratégico.

No creo en las instituciones porque han demostrado ser endebles ante el poder de, por ejemplo, las televisoras que apuntalaron a la derecha neoliberal y pragmática para imponerla a cualquier precio en el futuro de mi país, de este país que cada día, por culpa de todos esos infelices atildados que, además de robarnos, se hacen los indignados y señalan con dedo flamígero la imbecilidad de sus argumentos cínicos y se llaman agredidos, ultrajados, cada día, decía, lo siento menos mío. Más de otros. Más ajeno. Más enajenado. Más lejano.

Creen que ya se nos pasará. Apuestan, otra vez, al desgaste. Minarán nuestra indignación con más mentiras y perversa, falsa condescendencia, aunque no es exagerado suponer que acudirán furtivamente, subterráneos, disimulados, retorcidos, a la intimidación, la intriga, al ostracismo, a la segregación, la amenaza, la agresión cuidadosamente planeadas, que para ello tienen desde ahora cómplices precisamente donde deberían encontrar castigo.

Me repatea repetir frases trilladas, pero me duele mi país. Es humillante cómo ríen de nosotros en otros lugares, cómo ante las noticias que llegan de México hay quien se rasca la cabeza, arruga el entrecejo, y dice en inglés, en alemán, en francés: esos mexicanos, corruptos de siempre. Tontos de siempre. Agachados de siempre.

Ante la apatía de los funcionarios insistiremos en los procesos. Ante el cinismo de los ladrones, opondremos justo desprecio. Disimularemos el dolor de la derrota y hasta simularemos un júbilo perdido. Diremos que no perdemos la esperanza de cambiar a México y hacerlo más justo, menos racista, menos clasista. Porque nos queda la rabia. Nunca la resignación. Nunca la sumisión.

Jamás el silencio.