Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sismo que viene…
L

o telúrico es lo de menos. Un país paralizado es más riesgoso que el que vive bajo la lava hirviente o el deslizamiento de las placas tectónicas.

El tiempo es lo de menos en este cuerno lleno de acechanzas, cenizas, volcanes, ríos desbordados, que ahora estallan con violencia crónica como el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que propició muchos de los cambios de México. Estamos preñados de tragedias que, a diferencia de hace 25 años, están en manos de las instituciones, los gobiernos paternales que vigilan celosamente que nadie se organice, que nada cambie ni se altere. La obsesión es un regreso continuo a la normalidad.

Lo cierto es que la vieja y la nueva estabilidad, venida del régimen revolucionario y de la alternancia, se están yendo al carajo y que, a 25 años, hay un sismo de la identidad nacional que se necesita, y viene de la unidad inaguantable, los odios crecientes, complicidades oscuras y un cementerio de virtudes que las fiestas conmemorativas no lograron cambiar ni apaciguar. Todos los fantasmas de nuestros desacuerdos y traiciones están de nuevo presentes y ya ni los valores comunes, como la Independencia o la Revolución, mantienen la unidad del país.

Los abusos de la vieja unidad nacional impuesta en el viejo régimen; matriz de exclusiones, represión y corrupciones, nos llevaron a cambios simulados que hoy son el reino de los demagogos y simuladores, artistas de las derrotas y de alternativas groseras que esperan hacer lo que no hicieron en mejores condiciones y en su momento. Para un país paralizado no hay mejor venta que las esperanzas, pues éstas no son compromisos claros o convocatorias, ni planes, ni ideas, sino simplemente la espera de que algo suceda sin que hagamos nada. En ese sentido, 2012 no es nada; es menos que los fuegos artificiales de este 2010 y es igual a la espera de la segunda llegada del Mesías.

Esperar así es una derrota; nada tiene que ver con el humanismo ni con la historia. Es la pasividad que el poder de los injustos requiere para perpetuarse; es la adormidera de la ilusión esparcida en las plazas para entrar por una calle con el puño en alto y salir por otra, con las manos vacías.

Eso no es movimiento ni lucha, sino continuar construyendo sin cimientos para que cualquier viento derrumbe los esfuerzos. Lo peor es que lo que supuestamente nos representaría frente a la libertad del voto y como opción está hecha de llamados a la esperanza, a repetir los mismos errores, a creer que con la vulgaridad de los insultos y la presentación de la ambición como actos de humildad será suficiente para acabar con los males del país.

Hay un sismo predecible en puerta; y es que la izquierda –que por un proceso histórico llegó a gobernar la capital del país– perderá el bastión antes de 2012. El sismo de la izquierda será perder antes de la batalla. La discordia está sembrada y llena de cálculos y simulaciones. No está en disputa la Presidencia, a la que con sus actos renuncian, sino el Distrito Federal, al que dividen y provocan. Para las oligarquías, si la izquierda a partir de 2000 fue funcional, hoy ya no es necesaria, pues ahora hasta los priístas son los que denuncian abusos del poder, nepotismos y corrupciones, como en Zacatecas, sin que exista fuerza o intención para la réplica.

Igual que el partido del viejo régimen se esparció entre todas las fuerzas políticas del país para sobrevivir, hoy todas sus partes fragmentadas trabajan uniéndose para la restauración. Desde todos los sectores políticos se gesta la restauración y la salida autoritaria a la crisis nacional. Es la idea más perversa de todas: la que grita que cualquier cambio y esfuerzo terminará donde mismo, sirviendo de combustible para perpetuar los mismos y viejos intereses que han hecho de México un país atrasado, sin identidad y sin rumbo. La que el priísmo restaurador señala con regocijo.

El sismo que viene será provocado por la incapacidad y la desesperación que abraza a quien lo hundió; por llegar a la falsa conclusión de que la única manera de vivir y soportar la decadencia presente es renunciando a la memoria.

El sismo que viene, también es hundimiento, implosión de fuerzas y un optimismo basado en la idea de que los cambios no tienen raíces y que el priísmo es la genialidad de regresar al poder, apoyado por los adversarios delirantes, incapaces de unir y construir.

De manera real y figurativa, vivimos entre volcanes, tierras de huracanes, víctimas de las sequías y las inundaciones, colapsados y damnificados crónicos, entre la guerra sin frentes ni retaguardias e indignados por las comparaciones estando peores. Lo que queda en pie es el mismo pueblo trashumante que lo fundó: sus macehuales, trabajadores y cultivadores; sus artesanos y sus artistas; sus poetas, músicos y creadores de valores y cultura; las fuerzas de miles de manos frente al dolor, los solidarios; los mismos que el 19 y 20 de septiembre de 1985 vieron la ciudad destruida y la levantaron.