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Hacen concierto gratuito en lugar emblemático de manifestaciones tras la caída del comunismo

Populista y sexual, el ritmo popfolk mantiene viva la polémica en Bulgaria

Con temas para bailar, letras pegajosas, motivos orientales y gitanos, la imagen de las intérpretes es de grandes pechos, extensiones de cabello, bronceado artificial y ropa ajustada

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Imagen durante la presentación que congregó a miles de personas en la plaza Alexander Nevski, en SofiaFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Lunes 5 de julio de 2010, p. 9

Sofia, 4 de julio. Las cúpulas doradas de la catedral más grande de Bulgaria reflejan los últimos rayos del sol, mientras varios miles de personas bailan al son de atractivos éxitos interpretados por voluptuosas mujeres vestidas de forma provocativa.

El concierto gratuito en Sofía, que conmemoraba el 20 aniversario del destacado sello discográfico de popfolk Payner, suscitó protestas generalizadas por la elección del sitio: hito de la democracia en Bulgaria, donde se realizaron las primeras manifestaciones tras la caída del comunismo.

Desde que se convirtió en un fenómeno cultural que algunos búlgaros aman y otros odian, el chalga –como se conoce de forma peyorativa al popfolk– generó grandes polémicas por su influencia en la juventud, y con frecuencia se le atribuye por el surgimiento del populismo en la política.

Con sus vivaces temas para bailar, letras pegajosas, motivos orientales y gitanos, el popfolk es el segundo estilo de música más popular en el país de los Balcanes, sólo superado por el pop occidental, según muestra un reciente estudio de la compañía independiente Gallup International.

Esta música hace que el hombre se transforme en animal. No puedo ponerlo en mejores términos. No puede dar nada a los jóvenes (...) Lamento ver a muchos adolescentes aquí, dijo Dzhuni Harizanova, amante del rock de 39 años, quien fue al concierto de Payner para acompañar a un amigo.

Sabor antinstitucional

Antes prohibido por el régimen comunista de Bulgaria y considerado una revuelta contra la elite, el popfolk tiene el mismo sabor antinstitucional que llevó al primer ministro Boiko Borisov al poder.

El rubio platinado Azis rara vez logra escandalizar, ya sea por lucir vestidos ajustados y tacones altos o por casarse con su novio en una improvisada ceremonia homosexual.

Popfolk es sexo, hablemos con la verdad, dijo Azis, cuyo nombre real es Vasil Boyanov. Nosotros vendemos sexo. Mis colegas mujeres (...) hacen que las mujeres sueñen con parecerse a ellas, mientras los hombres sueñan con ellas, precisó.

El efecto del popfolk y sus mensajes fácilmente digeribles están en toda la política búlgara, en la que los partidos populistas han estado a cargo durante gran parte de los 10 años pasados, dijo Kiril Avramov, analista del grupo de especialistas Political Capital.

No sorprendió que el partido GERB de Borisov celebrara su victoria electoral el verano pasado en un club de popfolk. El primer ministro es además el personaje principal en una canción de ese ritmo, que define la figura del hombre fuerte en muchas más.

Los clubes nocturnos donde se escucha esa música, que muchos locales creen son frecuentados por miembros del crimen organizado, también exudan opulencia y son más visitados por profesionales bien remunerados.

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Este combo ofrece, de arriba abajo, a tres de las intérpretes del popularmente llamado chalga o popfolk: Kamelia, Anelia y Gergana.Foto Reuters

Para sus fanáticos, popfolk significa estar de juerga y es común en los casamientos, fiestas de graduaciones u otros actos que terminan con mujeres con poca ropa bailando sobre mesas rodeadas por muchachos que chasquean los dedos.

Muchos búlgaros no admiten escucharlo, avergonzados de las asociaciones negativas que sugiere el estilo.

Georgi Lozanov, filósofo por formación y actualmente presidente del Consejo de Medios Electrónicos, dice que es la música de la diversión y debería ser defendida como parte de la cultura nacional, independientemente de la actitud personal.

Lo que lo hace desagradable, sostiene Lozanov, es que el ritmo se está convirtiendo en un estilo de vida que legitima la prostitución, por tratar el cuerpo de la mujer como objeto y presentar las drogas como instrumento más simple para el placer efímero.

En efecto, la mayoría de las muchachas que bailan en los conciertos y fiestas al son de canciones sobre amor, sexo y hombres seductores presentan la inconfundible apariencia popfolk de grandes pechos, extensiones de cabello, bronceado artificial y ropa ajustada.

La situación es similar en la vecina Serbia, donde la diva del turbofolk Svetlana Raznatovic Ceca se ha convertido en modelo a seguir. Su estatus de celebridad fue impulsado por sus enfrentamientos con las autoridades y el pasado oscuro de su difunto esposo, Zeljko Raznatovic, líder paramilitar serbio acusado de crímenes de guerra.

Intérpretes y fanáticos afirman que el estilo, al igual que cualquier otro, tiene buenos y malos ejemplos.

Muchos están convencidos de que ha hecho un progreso tangible desde la década de 1990 y dicen que las críticas sobre lo excesivamente sugestivo de las letras y la vestimenta provocativa de los cantantes carecen de fundamento.

Ivana, todavía una de las cantantes más queridas a pesar de la proliferación de nuevas estrellas, dijo que el objetivo principal del popfolk es romper con los tabúes y que la falta de censura dio lugar a las letras obscenas.

Lo malo es que (...) esta ola retro de desnudez, cinismo y crudeza ha vuelto a aparecer, dijo Ivana.

Los abultados honorarios de los cantantes, hasta de 3 mil 762 dólares por presentación, sugieren que es poco probable que la fiebre del popfolk se disipe a la brevedad, pese a las críticas.

Lozanov cree que con el tiempo la globalización terminará con la influencia del popfolk.

“La música chalga no puede sobrevivir en un mundo más globalizado (...) es afeminada”, afirmó Lozanov.