Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de mayo de 2009 Num: 742

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
TOMÁS URIARTE

A mitad de siglo
ARISTÓTELES NOKOLAÍDIS

Epicteto: hacia una espiritualidad alternativa
AUGUSTO ISLA

Efraín Huerta, poeta feroz
RICARDO VENEGAS

El tiempo suspendido de Rulfo
MARÍA ELENA RIVERA entrevista con ROBERTO GARCÍA BONILLA

La voz entera de Benedetti
RICARDO BADA

Mucho más que un verso
LUIS TOVAR

El mismo Benedetti
CARLOS FAZIO

Oaxaca, ¿tierra de linces?
YENDI RAMOS

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Veleidad

La mujer es voluble; como una pluma en el aire,
cambia de palabra y de pensamiento.
Siempre su amigable, hermoso rostro,
en el llanto o en la risa, es falso.

Giuseppe Verdi/ Francesco Maria Piave, Rigoletto.

Los versos con los que se abren estas líneas son cantados durante el acto III de Rigoletto por el duque de Mantua, personaje cuya vida licenciosa y llena de mudanzas afectivas harían de él un buen destinatario de los mismos; en realidad, el Duque describe la volubilidad femenina como un “argumento” para justificar su propio donjuanismo: si las mujeres son veleidosas, el sofisma le ofrece la coartada para ir de mujer en mujer y burlarlas. Cuando Leporello describe a doña Elvira las aventuras de su patrón, en el primer acto de Don Giovanni , de Mozart, en el aria “Madamina, il catalogo è questo”, lo que se aprecia es una extensión (en el pasado composicional y operístico) del aria del duque de Mantua mediante un catálogo de las mujeres “amadas” por don Juan: “In Italia seicento e quaranta;/ in Alemagna duecento e trentuna;/ cento in Francia, in Turchia novantuna;/ ma in Ispagna son già mille e tre.”

María Moliner define la veleidad como una “cualidad de la persona que cambia con facilidad de ideas, afectos, gustos…” y es sinónimo de “inconstancia, ligereza, versatilidad, volubilidad”. En segunda acepción, la describe como un “estado o mudanza de ánimo carente de fundamento”, es decir, un “capricho”, con lo que el ser veleidoso dista notoriamente de la condición culta prevista por el dicho popular: “es de sabios cambiar de opinión”.

Aunque la inconstancia es un ejercicio desconcertante para quien lo sufre y algo que parece llenar de gozo a quien lo ejerce, es la de índole amorosa la que ha recibido tratamientos muy diversos en el arte: desde las dos óperas mencionadas hasta las secuelas del Don Juan creado por Tirso de Molina, el asunto de hombres y mujeres que lastiman a otros mediante sus innumerables correrías afectivas y sexuales, o sus vaivenes emocionales, ha encontrado personajes que cristalizan el temperamento voluble: el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil son cazadores dentro de un juego de incitaciones desplegado en Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos (quien concebía la seducción como una disciplina estratégica semejante al ajedrez y la guerra); dentro de la derivación de las mujeres fatales, Marguerite Gautier y Naná fueron parte del prototipo de las mujeres veleidosas que perjudicaron la cordura de sus admiradores (en La dama de las camelias, de Dumas, y Naná, de Zolá).

Fuera de la literatura y el arte, durante los años veinte del siglo pasado, las flappers (las “aleteantes”) fueron jóvenes emancipadas –entre los dieciocho y los treinta años– que con la ropa (minifaldas proféticas), la tesis del faje y el sexo liberado, el gusto por música alternativa (el jazz), bailes provocativos, el consumo de alcohol y el uso de maquillaje exagerado (incluidas cabelleras negrísimas, o platinadísimas, y bilés resistentes a los besos), y la invención de un lenguaje propio, ejercieron casi profesionalmente la veleidad como marca genérica. Por cada Rodolfo Valentino siempre hubo una Mae West que lo dejaba atrás en la carrera seductora. Con la recesión del año 1929 ese proyecto hedonístico se vino abajo y dio paso a una etapa conservadora, religiosa y asexuada en Estados Unidos, en vísperas de la segunda guerra, cuyos efectos morales tendrían que leerse en novelas como El cartero siempre llama dos veces (1940), de James M. Cain.

La psiquiatría moderna entiende la veleidad, en niveles extremos, como síntoma del trastorno de “bipolaridad”, antes conocido como “maniaco-depresivo”: al cabo de etapas hiperactivas y erráticas llegan otras de letargo y modorra. En cada una el ser bipolar se conduce veleidosamente y cambia de opinión, no en el caso de elegir el color verde para la ropa después de una etapa roja, sino en el de –por ejemplo– ejercer sucesivas mudanzas domiciliarias y dilapidaciones ininteligibles durante un lapso inferior a cinco meses: migrar inexplicablemente de Ciudad de México a Tlaxcala; viajar de ahí a Chachalacas; rentar espacios simultáneos en ambos lugares; manifestar el deseo de vivir en el Puerto de Veracruz; volver a Tlaxcala; expresar la urgencia de regresar al De Efe. Al final de ese periplo, el “adulto” de marras ha aniquilado una sustanciosa cuenta familiar de ahorros para sufragar su personal aventura adolescente.

Veleidades, bipolarizaciones… El hermano de una amiga mía dijo con certidumbre aforística: “Ser pendejo no duele: cuesta.”