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Política

2023-07-06 09:14

Adolfo Gilly, escribano y artífice de las revoluciones desde abajo

Nunca dejó de participar y debatir en los diálogos con el EZLN, construyendo un pensamiento crítico en torno a esta y otras rebeliones indígenas. En la imagen, durante un homenaje a Eduardo Galeano y Luis Villoro en el ‘caracol’ de Oventic, Chiapas, en 2015.
Nunca dejó de participar y debatir en los diálogos con el EZLN, construyendo un pensamiento crítico en torno a esta y otras rebeliones indígenas. En la imagen, durante un homenaje a Eduardo Galeano y Luis Villoro en el ‘caracol’ de Oventic, Chiapas, en 2015. Víctor Camacho

El trosko mayor, como decían algunos de sus admiradores a Adolfo Gilly, se sentía como Pedro por su casa en el Museo Casa de León Trotsky de Coyoacán. Anticipando algo que le parecía divertido, me condujo frente a una fotografía que formaba parte de la exposición montada para conmemorar el siglo de la revolución rusa en 2017. En la imagen había una cama de hospital, con un hombre inconsciente, quizá ya muerto, con la cabeza vendada. A su alrededor, varios médicos y una enfermera. Era el mismísimo Lev Davídovich Bronstein después del pioletazo de Ramón Mercader.

“Con él”, señala a uno de los personajes de la imagen, “yo compartí celda en la cárcel”, dice. Resulta que el médico, cuyo nombre no registra la ficha fotográfica ni la memoria de Gilly, había caído preso por asesinar a su esposa, más de 20 años después del histórico atentado ordenado por Stalin en 1940. Y fue asignado a una crujía que los presos políticos llamaban “territorio libre de Lecumberri”.

En esa crujía, el galeno relató a sus incrédulos compañeros de reclusión que él había atendido al compañero de armas de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, en sus últimos minutos. Gilly, el trotskista, fue el más escéptico. Hasta que, tiempo después, topó con esa fotografía y lo reconoció. “Qué cosas tiene la vida, ¿no?”, expresó.

Su extraordinaria vida tuvo muchas de esas “cosas”, hechos notables, cargados de historia, algunos trágicos, otros gozosos, todos interesantes, que él transitó con ese espíritu de hombre curioso, atento y comprometido.

AMLO: la promesa

Lo imagino así, curioso y atento, el 1º de julio de 2018, presenciando el estallido de júbilo en el Zócalo, frente a un Andrés Manuel López Obrador triunfante al fin en su tercera carrera presidencial. En su artículo para La Jornada “Paisaje después de la victoria”, reflexionó no tanto sobre el líder, sino sobre el significado de esa adhesión popular: “Ese pueblo está ansioso, sediento de respuestas. No votó por un programa preciso y definido, aunque éste pueda existir aún en el papel. Votó en masa por un hombre que hizo una promesa”.

Tenía una regla: no dar entrevistas. “Si quiero decir algo lo escribo y lo publico”, decía. Sin embargo, en los ires y venires de los acontecimientos, había un rasgo que lo diferenciaba de muchos otros escritores y articulistas del medio: tenía un trato de camaradería, de iguales, de caminar codo a codo con los reporteros del periódico que nos enriquecíamos con ese compañerismo en cada experiencia compartida.

De las muy pocas entrevistas suyas que se encuentran en el universo cibernético, hay una en el sitio de New Left Review, que traza su biografía desde la juventud como porteño, su descubrimiento de Trotsky, su acercamiento a la Cuarta Internacional y su amistad, desde entonces, con su paisano y correligionario Guillermo Almeyra, también elemento fundamental en este diario.

Un internacionalista

De sus lecturas de Trotsky, por cierto, le llamó desde muy joven la atención un proceso que el ruso analizaba en México: el de Lázaro Cárdenas. A partir de ahí, determina toda su trayectoria su interés por las revoluciones y su activismo internacionalista. Más adelante sería un importante historiador y teórico del cardenismo.

Así relata su viaje a Bolivia, durante la revolución de 1952, en la que destaca la fuerte impronta de obreros y mineros. Tenía 24 años.

Después, Europa, su militancia y trabajo en la Cuarta Internacional, su relación con Ernest Mandel. Y de ahí, Cuba (1962-1963), en plena crisis de los misiles. Nuevamente, lo que ocupa su reflexión y análisis es el rol determinante de la gente, la decidida acción del pueblo en la defensa de su país y el proceso revolucionario.

Derrotado el proceso de reformas de Jacobo Arbenz en Guatemala, surge un movimiento guerrillero de resistencia contra el uso que hace Washington del país como base militar para atacar a Cuba, un nuevo imán para Gilly. Se trata de un movimiento armado, Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre. Se une a esa lucha junto con Luis Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa. En esa conspiración viaja a México con la idea de volver a cruzar la frontera centroamericana, pero cae preso en 1966, directo a Lecumberri. (A Turcios lo mataron ese mismo año en Guatemala y a Yon cuatro años después, en Chiapas).

Los seis años de Gilly en prisión son fructíferos para sus estudios, su formación y sus relaciones políticas, ya que en 1968 llegaron a la cárcel más de 70 presos del movimiento del 68, formando un dinámico colectivo. Y de México Gilly ya no se fue.

Una vez liberado, fue a estudiar y trabajar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de donde ya tampoco se fue. Y luego al UnoMásUno en su primera época y después a La Jornada. Investigador y profesor, siempre supo dar la vuelta al escritorio y salir a la calle para participar en momentos determinantes de la historia de su país adoptivo.

Lo movieron la solidaridad y el interés en el heroico movimiento de las madres de desaparecidos y presos políticos de los años 70, con Rosario Ibarra de Piedra a la cabeza. Sus investigaciones y reflexiones sobre las dos revoluciones centroamericanas de la época, la sandinista en Nicaragua y la del Frente Farabundo Martí en El Salvador, resultaron ser aportes fundamentales.

Y el zapatismo desde el primer y asombrado momento del levantamiento en 1994. Nunca dejó de participar y debatir en los diálogos con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, construyendo un pensamiento crítico en torno a esta y otras rebeliones indígenas, al grado de ser considerado como votán (maestro) en los caracoles, junto con Pablo González Casanova y Luis Villoro.

También lo movilizaron los grandes procesos estudiantiles en su alma mater. Participó en el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) en los 80 y en la huelga de la UNAM en 1999, por la gratuidad de la educación superior.

Trinito y Tolueno

Entre los procesos que lo atrajeron están el cardenismo, el de Lázaro y el de Cuauhtémoc. Desde la primera campaña del segundo en 1988 lo acompañó diario y paso a paso. Gilly y el dirigente universitario Imanol Ordorika se volvieron inseparables en esa odisea, al grado de que un reportero los bautizó Trinito y Tolueno, para deleite de ambos.

De ahí, la gestación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la conquista del primer gobierno electo de la Ciudad de México, la primera experiencia de una administración de izquierda en la megápolis, hasta la debacle del PRD y la ruptura.

Ese rol múltiple de hacer historia y teoría, enseñar, denunciar y salir a generar movimiento y protesta lo manifestó, entre otros, con la resistencia del pueblo de San Salvador Atenco. Después de la agresión al pueblo, formó parte del comité para la liberación de los presos políticos y de denuncia contra la violencia sexual que se ejerció como arma política contra las mujeres.

Lo mismo en otras luchas: los maestros, las huelgas, los estudiantes. Y Ayotzinapa, la herida mayor.

En octubre de 2014, Gilly acompañó al ingeniero Cárdenas a una protesta convocada por los padres de los 43 normalistas. Un grupo de extremistas los corrió a pedradas e insultos. Gilly, solidario como quien más, salió descalabrado.

En 2017, con la impunidad suspendida sobre el caso, escribió: “Este pueblo no olvida ni olvidará el crimen de Ayotzinapa, así pasen los días y los años, vivan seguros de ello los jefes de este Estado. En el alma y la vida del pueblo mexicano esta tragedia seguirá presente, irreductible, dolorosa y viva”.

Un principio al que se ciñó siempre fue eludir los debates y peleas coyunturales de la política y los partidos. Eso no impidió que en la elección de 2006 admitiera que se abstendría. La única crítica a López Obrador que externó fue la inclusión de Manuel Bartlett en su equipo, por el papel que éste jugó en el fraude de 1988 contra Cárdenas. “Para medir la dimensión del robo, había que medir la dimensión de la esperanza”, dijo. “El licenciado Bartlett debe una información y una explicación detallada a este país que, 30 años después, ha vuelto a repetir aquella hazaña este 1º de julio, ahora multiplicada por la larga espera y la victoria arrasadora”.

Eso fue todo. Respetó siempre a los luchadores. Y fue respetado en igual medida.

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