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Política

2023-02-02 06:00

El americanismo, a debate

Periódico La Jornada
jueves 02 de febrero de 2023 , p. 15

En días pasados circuló en las redes un debate sobre el estado actual del americanismo. El concepto fue acuñado por Antonio Gramsci a principios de la década de 1930, que vislumbró la emergencia en Estados Unidos de un tipo de capitalismo que se diferenciaba de manera sustancial de su símil europeo. El fordismo y el taylorismo, junto con los nuevos sistemas de disciplinamiento síquico de los trabajadores, serían la base de una auténtica revolución pasiva, es decir, una actualización del capitalismo que así se reordenaba para hacer frente a la “tendencia histórica de la caída de la tasa de beneficio”. Gramsci descreía de las capacidades de las élites europeas para impulsar una transformación de estas dimensiones. En rigor, los estamentos aristocráticos y clericales, las densas capas de junkers y latifundistas y el “espíritu suntuario” de los cuerpos burocráticos y militares habían inhibido hasta la fecha un fenómeno semejante en el viejo continente.

Fue la violencia y la extensión de la Segunda Guerra Mundial las que desmantelaron, en muchas sociedades europeas (no en las del Mediterráneo, por supuesto), el poder de los estamentos que las alejaban de su modernización. Sin embargo, en los años 50, surgió un nuevo e impensable reorden, cuya sede inicial fue Inglaterra. Una variante que, impulsada por la fuerza de las organizaciones sociales y de trabajadores, podría acaso definirse como europeísmo. En vez de los altos salarios que Ford propugnaba para los trabajadores (siempre bajo la estrecha vigilancia de mecanismos de control síquico y social gestionados por las propias empresas), apareció el Estado de bienestar: salud, educación, alimentación y pensiones devinieron funciones garantizadas como responsabilidades públicas. Las técnicas de disciplinamiento correrían a cargo de los sistemas estatales. El europeísmo se convirtió en una forma de capitalismo obligado a aumentar su productividad sobre la base de invenciones tecnológicas y a asegurar los límites del salario a través de migrantes que provenían, en su mayoría, de los países del Mediterráneo.

A mi parecer, la gran crisis del antiguo americanismo se escenificó en los años 70. Más que un colapso energético, se trató de la revelación de aquello que estaba provocando una falta de competitividad de la economía estadunidense en el mercado mundial: los altos salarios en las industrias de la manufactura. El fordismo había dejado de funcionar. La respuesta fue ya no una revolución pasiva como en los años 20, sino un proceso de restauración: la cruzada conservadora (léase: neoliberal) encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, impresionados por la rapidez que había mostrado en manos de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. ¿En qué consistió esta cruzada?: privatizar, desregularizar, abrir fronteras al capital y a la migración periférica, abatir el poder de los sindicatos y, sobre todo, permitir la traslación de las industrias de la manufactura a las economías emergentes. Algo que se podría llamar americanismo II y que Bolívar Echeverría analizó con mucha precisión a fines de los años 90.

La desintegración de la Unión Soviética facilitó la rápida diseminación de este “modelo”, con excepción de tres áreas: Europa, que preservó su orden fraguado en los años 50; el capitalismo asiático de Japón, Corea del Sur, Taiwán y Singapur y, la sorpresa, la economía híbrida de China.

La clave tecnológica del americanismo II fue la revolución cyber. La clave político-cultural del nuevo disciplinamiento: la sicopolítica. La clave social: la migración masiva de trabajadores provenientes de la periferia, a los cuales se le negaba –y se les continúa negando– ciudadanía, calificación, salud y una vida digna. La fiesta duró poco. La crisis financiera de 2008 puso en entredicho la solvencia tanto del europeísmo como de la restauración estadunidense. Al igual que Yannis Varoufakis, pienso que hasta la fecha no se han recuperado. De facto, las economías europeas llevan una década estancadas. Y la maquinaria alemana debe más a la productividad china que a los excesos retóricos de sus presunciones.

Si observamos el mapa actual de las geoeconomías, la estadunidense muestra una incapacidad constante para retomar el brío de antaño. La razón es sencilla y compleja a la vez: las empresas no pueden solventar lo que el Estado debería tomar en las manos (salud, educación, pensiones, etcétera). Para ello tendría que dejar de subvencionar al capital financiero. Se ve difícil. En Europa, se intenta desde Berlusconi pasar al esquema estadunidense. La diferencia es que la resistencia social ahí es mucho más seria y severa. En estos días, Macron debe enfrentar el desafío obrero más radical desde 1995 que se opone beligerantemente a la reducción de las pensiones. Como dijo un diputado verde en Alemania, “el neoliberalismo es un pozo del que nadie sale incólume”. Y la OTAN se prepara más para enfrentar las protestas sociales locales que para combatir tanques rusos.

Para México el dilema es cómo salir lo más rápido del pozo. Las reformas sociales del gobierno de Morena no persiguen este cometido. Su destino es ampliar el consumo distribuyendo de manera directa dinero. Sin embargo, es un comienzo. Legitiman la necesidad de distribuir el ingreso. Falta lo más importante: situar al mundo del trabajo (y no al de las inversiones o al de “la pobreza”) en el centro de la sociedad.

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