egún los resultados del módulo sobre lectura del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), nuestra población lectora de libros de 18 años y más descendió de 48.5 por ciento en 2015 a 45.4 por ciento en 2025. En periódicos el descenso fue mayor: pasó de 48.5 por ciento a 20 por ciento.
Esos datos significan que una parte considerable de la lectura de libros y noticias se están haciendo cada vez más en plataformas digitales. No desaparecerán libros y periódicos: se leerán cada vez más de otra manera. The New York Times tiene 11.8 millones de suscriptores, de los cuales 11.3 son exclusivamente en línea.
El Inegi incluyó en su medición más reciente sobre la lectura a adolescentes de 12 a 17 años que, sumados a los de 18 y más, nos permitieron ver que leemos un promedio de 4.2 libros al año y que los mayores lectores de literatura son los adolescentes y jóvenes de 12 a 24 años.
Otros porcentajes interesantes son que los lectores de libros dedicaron 59 minutos de su tiempo al día; los de historietas, cómics y manga, 44 minutos; los de páginas de Internet, como foros o blogs, 46 minutos, y los de redes sociales, una hora y 23 minutos.
Dice Joelle Bahloul que los lectores precarios son quienes leen menos de cinco libros al año, pero nos aclara que el tema central no debe ser sólo cuánto se lee, sino la forma en que se capitaliza la lectura en la vida social y que existe una relación estrecha entre lectura y lengua.
La académica de la Universidad Nacional Autónoma de México Aurelia Vargas Valencia estimó en 2011 que un estudiante de nivel medio contaba con un vocabulario promedio de entre 300 y mil 500 palabras, “aunque hay que distinguir entre el número de voces que se emplean y el conocimiento pasivo de las mismas”, y la Academia de la Lengua estimó años después que los jóvenes para comunicarse se valen de poco más de 240 palabras.
Pese a ello, vivimos la época en la que más se lee y más se escribe en la historia de la humanidad, aunque lo hagamos en prosa tartamuda y con vocablos que se han convertido en polisémicos: del “está de poca madre” al “chinga tu madre” hay un abanico tan amplio de significados que hacen parecer que otras palabras sobren. Ni qué decir del pobrísimo vocabulario reguetonero.
También se han modificado nuestras formas de lectura: la lectura digital nos permite acceder a gran cantidad de textos, pero la velocidad y la brevedad, apunta Maryanne Wolf, nos han hecho perder paciencia cognitiva. Nos dice que los nuevos lectores no se pueden concentrar en leer novelas largas y complejas.
No estoy tan seguro de esto último. Los siete mamotretos de la saga de Harry Potter, publicados entre 1997 y 2007, se convirtieron en la mayor promoción de la lectura en las décadas recientes. Miles de adolescentes han leído con devoción esa lectura compleja y gozosa que ha vendido más de 600 millones de ejemplares impresos… y en línea.
Los llamados fanfic son el equivalente a los clubes de lectura donde grupos de jóvenes, y no tanto, comentan sobre sus asombros y descubrimientos con lectores de varios continentes.
Parece claro que en nuestros días el libro ya no es el referente cultural por excelencia. Lo visual se ha convertido de manera vertiginosa en los últimos pasados en otro fuerte referente.
Si la lectura había construido una íntima relación entre el espacio íntimo y el espacio público, ahora los libros interactivos en los que los lectores pueden agregar personajes y proponer otros finales, y las series se han convertido en un poderoso acceso al saber y a la ensoñación con todo y sus bemoles.
El poder de lo visual va más allá de los emojis. Lo vemos desde las series de History Channel a la de Juan Gabriel, que provocó una concentración masiva en el Zócalo. Allí pudimos ver la tremenda convocatoria del ídolo musical, aun después de muerto, y la exitosísima campaña publicitaria de la plataforma que hizo la serie. Por supuesto que ya nos dimos cuenta de que presentaciones y conciertos “gratuitos” en la plaza mayor, se han convertido en la mejor y más barata promoción para cualquier artista. Es el mejor espectacular, a costa, me parece, de nada.
La lectura en plataformas digitales está más cerca de lo que Susan Sontag llamó una “erótica de la lectura”. Para ella, esa lectura gozosa resultaba más importante que la mera hermenéutica lectora que sólo es interpretación. La vigorosa película de Frankenstein es la lectura que hizo el niño Guillermo del Toro a los 11 años y lo obsesionó toda la vida. Su narrativa no es lineal, como la de Mary Shelley.
Más que con diálogos y descripciones hechas por un narrador da cuenta del corazón de la novela con una intensa narrativa visual y auditiva. Hablan los colores, las formas, los objetos, la acciones, la música, los sonidos.
Por eso muchos de quienes la vieron han fragmentado lo que les llamó la atención y lo circulan en redes; por eso a las entrevistas de Guillermo del Toro también las han editado para entender su poética por lo monstruoso.
Ante este panorama, tal vez convendría una mayor participación de instituciones educativas y culturales para fomentar la lectura en el mundo digital. Podrían facilitarse materiales de lectura, utilizar la inteligencia artificial con el fin de ofrecer servicios de recomendación personalizada, aumentar el apoyo a la industria de lectura digital, “invertir en infraestructura, bibliotecas y centros comunitarios digitales, garantizar una buena conexión a Internet, organizar festivales de lectura digital” y hacer alianzas con organizaciones culturales y bibliotecas, nos proponen los investigadores Zhaokai Yin, Zhiqiang Zhang y Tong Ren en un estudio especializado para aplicar en China.
¿Construiremos ese futuro o dejaremos que nos alcance?












