
e dice que fue Remedios Varo la que le sugirió a Leonora Carrington pintar sobre temas mexicanos. Su mundo transcurría en espacios oníricos, caballos azules, animales mitológicos, dioses celtas, gigantas y minotauros.
Salvo en “El mundo mágico de los mayas”, que fue un encargo del Museo de Antropología, no es muy evidente o explícita su conexión mexicana, tampoco en el caso de su amiga y compañera Remedios Varo. Por el contrario, en el caso de Frida es evidente y exultante su mexicanidad.
Su contacto con los mexicanos empezó en el Café de Fiore, en el Boulevard Saint Germain, en París, donde se reunían los artistas surrealistas y donde fue a dar Renato Leduc, acompañado de Picasso, quien le presentó a Leonora. Luego, y después de muchas peripecias, Leduc se casaría con ella, para llevarla a la plaza de Tlalpan y en particular, a la cantina La Jalisciense, donde solía escribir, tomar tequila y consumir las famosas tortas de bacalao.
Leonora se independiza muy pronto de sus padres y de la vida aristocrática inglesa, para irse a París, donde se vinculó con los surrealistas por derecho propio. Allí, se podría decir, empieza su militancia feminista, que la acompañará toda la vida. En México, el cartel titulado “Mujeres conciencia” (1978) marcaría un hito importante en el feminismo, donde juega con dualidades negra-blanca; reconfigura el mito del paraíso bíblico e integra influencias egipcias, cristianas y paganas.
De esa época, destaca la litografía titulada “Domingo” (1978), que da pie a pensar en el nombre del personaje o el día en que llega. Una propuesta intrigante y seductora, que invita a descubrir su significado y sus implicaciones. En dos planos, interior y exterior; la calle y el hogar, lo privado y lo público; se hace presente, en la puerta, un personaje que proyecta su sombra siniestra hacia el interior.
El cacique, de sombrero y mostacho, llamado Domingo o su presencia, que aparece ese día, proyecta todo su poder, sobre el hogar, en una sombra dominante, machista y fálica. Su sombra y reflejo se introduce en el gallinero y, en medio del espanto, mamá gallina permanece firme mirándolo y proyectando, al mismo tiempo, una sombra desafiante y poderosa.
Juego de sombras, de grises, de feminismos y machismos encontrados, que bien sirve para celebrar el centenario del surrealismo.