l presidente Donald Trump amenazó a Kabul con “cosas malas” si no “devuelve” a Estados Unidos el control de la base aérea de Bagram, construida por Washington durante el régimen colonial que mantuvo en la nación centroasiática de 2001 a 2021. En una conferencia de prensa con el primer ministro británico, Keir Starmer, el magnate expresó que está tratando de recuperar las instalaciones porque los afganos “necesitan cosas de nosotros”, una manifestación más de su concepción obtusamente transaccional de las relaciones internacionales.
En su primer periodo presidencial (2017-2021), Trump redujo la presencia militar estadunidense en Irak hasta el punto de hacer inviable la continuidad de su control colonial sobre el país, formalmente liberado de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el 30 de agosto de 2021, ya en el mandato de Joe Biden.
Fiel a su estilo, el magnate culpó a su sucesor por las bochornosas imágenes de las tropas occidentales huyendo de Kabul del mismo modo en que medio siglo antes salieron de Saigón en caótica estampida. Asimismo, niega cualquier responsabilidad en la fulminante caída del gobierno afgano y la vuelta al poder del talibán tras dos décadas de sanguinaria e infructuosa ocupación.
Por otra parte, amagó con “consecuencias incalculables” a Caracas si se niega a aceptar a los migrantes venezolanos deportados, con énfasis en “todos los presos y las personas de instituciones mentales (...) obligados a entrar en Estados Unidos”. Más allá del contexto de creciente agresión contra Venezuela con el explícito propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro, las palabras de Trump resultan delirantes, productos de la alucinación y el absurdo: ni hay “instituciones mentales” o cárceles enviando a sus pacientes a Estados Unidos, ni hay un solo caso reportado de personas obligadas a ingresar a ese país.
Vale la pena detenerse en la referencia a los individuos con problemas mentales, una auténtica obsesión del magnate en su discurso xenofóbico, que carece del más tenue sustento en la realidad. De acuerdo con cifras de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) del propio Estados Unidos, en América Latina existen apenas 3.3 camas siquiátricas por cada 10 mil habitantes; por lo que, incluso si Venezuela estuviera en ese rango promedio (escenario impensable dadas sus dificultades económicas inducidas por el bloqueo estadunidense), contaría con un total de 9 mil pacientes siquiátricos, una cantidad ínfima frente a los 600 mil venezolanos que actualmente residen en territorio estadunidense.
Las extorsiones de Trump contra todo aquel que no se pliegue a su voluntad no se limitan al extranjero: sólo en días recientes, ha amenazado con lanzar una invasión militar sobre Chicago por rehusarse a participar en su cacería antimigrante, demandó a The New York Times por 15 mil millones de dólares por “difundir falsedades que afectan directamente a su reputación”, continúa las presiones sobre la Reserva Federal para que recorte sus tasas pese al riesgo de un estallido inflacionario, y amordaza a todo medio de comunicación que divulgue críticas al asesinado agitador de ultraderecha Charlie Kirk.
En conjunto, los actos referidos dan cuenta clara de la veloz construcción de un régimen totalitario en el país que se presenta como “faro de la democracia” y se siente facultado para evaluar el grado de libertad de que disfrutan los ciudadanos de otras regiones, pero también exhiben a un personaje que, a fuerza de mentir, se ha vuelto incapaz de distinguir entre los hechos y sus fabulaciones, lo cual representa un peligro global cuando el enajenado detenta el poder de lanzar ojivas nucleares.