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41 años del diario La Jornada
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lgunos crecimos aprendiendo del diario La Jornada que él mismo no es una simple celebración de la crítica para conmemorarla por costumbre, aprendimos que es la constatación de una persistencia histórica firme en un terreno hostil, el de la batalla mediática también, donde el poder económico y político despliega sus arsenales para monopolizar la conciencia social y reprimir toda forma de disidencia. El aniversario abre un horizonte de reflexión necesario: ¿Qué significa, en la época de la guerra cognitiva global y de la saturación informativa, sostener una mirada crítica desde la prensa escrita? ¿Cómo se reconfigura el papel de un diario que nació en 1984 –en plena reestructuración neoliberal– y que, contra viento y marea, se mantuvo fiel a la tarea de informar desde un ángulo insurgente, sin plegarse a las narrativas dominantes?

Aquí no se trata de una apología acrítica ni de la idealización de un medio que también ha sufrido contradicciones, tensiones internas, presiones económicas y dilemas editoriales. Se trata de reconocer que La Jornada encarna, con todas sus dificultades, la posibilidad concreta de un periodismo comprometido con las luchas sociales, los movimientos populares, las causas de la dignidad humana frente a la voracidad capitalista. En su trayecto se anudan memorias de huelgas obreras, resistencias campesinas, movimientos estudiantiles, luchas feministas, debates intelectuales, confrontaciones con el poder político y económico.

Con su crecimiento, La Jornada debe entenderse en clave histórica. Surgió en un momento en que la dictadura del consenso neoliberal se instalaba con toda su maquinaria, privatizaciones, apertura comercial, endeudamiento externo, reformas laborales y educativas, subordinación a los dictados del Fondo Monetario Internacional. El periodismo hegemónico se convirtió, en gran medida, en vocero de esas transformaciones, ocultando sus costos sociales y exaltando sus supuestos beneficios. La Jornada irrumpió como un contrapunto, dio espacio a los críticos de ese modelo, visibilizó la resistencia social y abrió un cauce para la reflexión teórica y política que buscaba desmontar el lenguaje tecnocrático del neoliberalismo. Desde entonces, se colocó en el lugar incómodo de la disidencia, un lugar necesario para el desarrollo democrático de cualquier sociedad.

A lo largo de estos 41 años, el diario ha demostrado que el periodismo crítico no es una consigna abstracta, sino un ejercicio material, reportajes desde las comunidades indígenas que defienden sus territorios frente a megaproyectos extractivos; cobertura de las luchas magisteriales; análisis de la violencia estructural que padecen los migrantes; crónicas de los estragos de la militarización; denuncias de la corrupción política y empresarial; reflexiones sobre la cultura, la filosofía, el arte y la ciencia desde perspectivas emancipadoras. Cada sección del diario ha sido un laboratorio semiótico donde se confrontan discursos, se producen significados alternativos y se resiste a la lógica de la mercancía informativa.

Recuérdese que este aniversario ocurre en un momento histórico de enorme complejidad. La llamada “era digital” ha transformado radicalmente las condiciones de producción, circulación y consumo de la información. La prensa escrita se encuentra bajo el asedio de las plataformas digitales, de los algoritmos que priorizan el espectáculo sobre el análisis, de la inmediatez que sacrifica la profundidad, de la mercantilización de la atención como nuevo recurso explotado por las corporaciones tecnológicas. Hay que comprender la importancia de La Jornada como espacio de disputa de los signos sociales. Cada noticia, cada artículo, cada caricatura, cada fotografía son signos en pugna, vectores de sentido que se oponen al monopolio interpretativo del poder. El diario no es un simple intermediario de información, sino un productor de significados que permite a los sujetos sociales elaborar su propia comprensión del mundo. En este sentido, La Jornada no se limita a describir la realidad, la reconfigura al dar visibilidad a los conflictos, al nombrar las injusticias, al dar palabra a los invisibles. Se convierte en un instrumento de praxis semiótica, un medio donde los signos se rebelan contra el orden establecido y se ponen al servicio de la emancipación.

Muchos han intentado silenciar o desacreditar a La Jornada de múltiples formas, campañas de difamación, presiones económicas mediante el retiro de publicidad oficial, intentos de dividir a su comunidad de lectores y colaboradores, o la simple saturación del espacio informativo con contenidos frívolos que buscan relegar la voz crítica a los márgenes. Sin embargo, el diario ha resistido gracias a una comunidad solidaria de periodistas, intelectuales, artistas, militantes y lectores que comprenden que defender este medio no es un gesto de nostalgia, sino una necesidad vital en la lucha por la verdad. El aniversario 41 no sólo recuerda los logros del pasado, también renueva la responsabilidad colectiva de sostener un espacio de comunicación al servicio del pueblo.

Celebramos las miradas críticas que proponen, en este aniversario, en su esencia, la celebración de la pluralidad emancipadora. La Jornada no es un monolito ideológico ni un dogma editorial, sino un espacio donde confluyen diversas voces que comparten una preocupación común, desmontar las narrativas de la dominación y abrir caminos de emancipación. Esa pluralidad no significa relativismo, sino riqueza de enfoques que se alimentan mutuamente para producir análisis más complejos y profundos. El diario es, en ese sentido, una escuela de pensamiento crítico en movimiento, un taller colectivo donde se ensaya, se discute y se afina la capacidad de interpretar el mundo para transformarlo.

En este contexto, los 41 años de La Jornada también nos interpelan a repensar el futuro del periodismo crítico. ¿Cómo sostener la independencia editorial frente a la precarización laboral de los periodistas? ¿Cómo garantizar la viabilidad económica de un medio que no se somete a la lógica de la publicidad corporativa? ¿Cómo articularse con las nuevas generaciones que consumen información en formatos digitales y redes sociales? Estas preguntas son parte de los desafíos que enfrentan no sólo porque en cada línea escrita en La Jornada palpita la certeza de que otro periodismo es posible, que otra comunicación es necesaria, que otra sociedad se construye en la medida en que los pueblos toman la palabra y no se dejan arrebatar el derecho a nombrar su propia realidad. Esa certeza, sostenida por 41 años de lucha cotidiana, es un patrimonio colectivo que merece no sólo celebrarse, sino expandirse, multiplicarse, reinventarse. En ello se juega no sólo la historia de un diario, sino el futuro de la crítica y de la emancipación de nuestros pueblos.