Editorial
Ver día anteriorSábado 13 de septiembre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Voto abrumador por la paz
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a Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobó por abrumadora mayoría la Declaración de Nueva York, destinada a parar el genocidio contra el pueblo palestino y dar un nuevo impulso a la solución de dos estados. El documento, auspiciado por Francia y Arabia Saudita, llama al liderazgo israelí “a hacer un compromiso público y claro con la solución de dos estados, incluyendo un Estado palestino soberano y viable”, así como a poner un fin inmediato a la violencia contra los palestinos, a detener los asentamientos ilegales en Cisjordania y a renunciar a cualquier intención anexionista, renunciando a sus políticas de reducción territorial y desplazamiento forzado. En contraparte, exige a Hamas la entrega de los rehenes tomados el 7 de octubre de 2023, su salida del gobierno de la franja de Gaza y la transferencia de todas sus armas a la Autoridad Nacional Palestina.

El texto que recibió 142 votos a favor, 10 en contra y 12 abstenciones constituye un verdadero punto de inflexión por el respaldo de algunos de los países con tradición sionista más arraigada, como Alemania, Australia, Reino Unido, o las naciones bálticas. Algunos de quienes apoyaron la declaración también han anunciado sus intenciones de reconocer formalmente al Estado palestino el próximo 22 de septiembre. En contraste, la oposición provino previsiblemente de Estados Unidos, Israel, los microestados oceánicos que fungen como satélites del primero, Hungría y, para vergüenza de América Latina, Argentina y Paraguay, a los que se suman las abstenciones de Guatemala y Ecuador. Es inevitable señalar el ridículo en que se ha colocado una vez más el mandatario argentino, Javier Milei, quien se proclama a sí mismo campeón de los “valores occidentales” y aliado de las potencias imperialistas contra el Sur Global al que pertenece su país. Como exhibió por enésima ocasión con su voto de ayer, el único valor al que realmente responde es la sumisión incondicional y abyecta a Washington.

Más allá del puñado de regímenes que se han puesto al margen de la humanidad, la importante Declaración de Nueva York tiene el defecto de ocultar las causas reales del conflicto y perpetuar las asimetrías que hacen posible el exterminio sistemático puesto en marcha por Israel. En primera instancia, calla de manera ominosa sobre los 9 mil palestinos que Tel Aviv mantiene secuestrados, legitimando la política israelí de sustraer y confinar a cualquier persona en los territorios ocupados. Además, deja intocada a la administración sionista de Benjamin Netanyahu, convicto por crímenes de guerra y abierto defensor de la limpieza étnica y el robo de los territorios palestinos. Asimismo, omite medidas para asegurar que Israel deje de ser una amenaza contra Medio Oriente y el mundo entero al callar en torno a su arsenal nuclear y sus instrumentos de guerra digital que le permiten, como los propios sionistas se jactan, asesinar a cualquier persona, en cualquier momento, en cualquier punto del planeta.

Pese a que la declaración establece de manera explícita el desarme de Hamas y a que Israel presume de haber aniquilado a todos los líderes islamitas (real o falsamente) acusados de ataques contra la población israelí, Washington y Tel Aviv denuncian que la resistencia armada es la única beneficiaria de un texto que sólo busca parar la matanza, sin establecer ninguna forma de rendición de cuentas para los genocidas. Hasta hoy, Netanyahu se siente intocable bajo la protección estadunidense, sin reparar en que el nivel de letalidad y sadismo que ha desatado amenaza con romper, finalmente, el consenso occidental que les permite a los dirigentes de su país cometer las peores atrocidades sin afrontar consecuencias penales, financieras, políticas ni diplomáticas.

Cabe desear que la resolución aprobada ayer, con todo y sus imperfecciones, se traduzca de inmediato en acciones concretas para frenar el mayor crimen del siglo y restituir al pueblo palestino las tierras y la paz que le fueron arrebatadas por el colonialismo sionista.