loy Tarcisio no busca la permanencia ni la eternidad. Su obra no pretende perdurar: respira, se transforma, muere. Nació en la Ciudad de México en 1955. Pintor, escultor, grabador y amigo ha dedicado su vida a explorar la relación entre la naturaleza y el arte, creando un lenguaje visual único que combina elementos naturales con técnicas y materiales inusuales.
Utiliza pencas de nopal como símbolo de resistencia, pigmentos, flores, maíz, y chapopote para dar forma a obras que reflejan lo fugaz de la existencia. Su trabajo es una tela viva donde convergen el pasado y el presente; un lenguaje que vincula lo efímero con lo esencial, símbolos ancestrales con lo contemporáneo. Un puente que atraviesa siglos, raíces y significados en una narrativa que se niega a someterse al tiempo.
La infancia de Tarcisio transcurrió en la colonia Revolución, detrás de la antigua penitenciaría de Lecumberri, en el oriente de la capital. Cursó la primaria en la escuela Manuel M. Ponce. A los 14 años ingresó al taller de pintura del Seguro Social, en el sótano del teatro Hidalgo. Allí encontró un espacio fértil para su sensibilidad artística: recibió el aliento y el apoyo de sus maestros, quienes lo impulsaron a continuar una formación profesional. Entonces conoció la obra de los muralistas, visitaba las exposiciones de Bellas Artes y se sintió profundamente conectado con el arte contemporáneo, que despertó en él una urgencia por crear, la cual se intensificó en La Esmeralda durante la dirección de Benito Messeguer, fundador del taller de arte experimental. Ahí descubrió una sintaxis visual propia y desarrolló una obra cercana a las vanguardias internacionales, alejándose de la pintura de caballete para proponer un discurso crítico y abierto, arraigado en su contexto y en diálogo con el mundo.
Su madre, Ángela Cortés Millán, originaria de la zona, trabajó durante años en la fábrica de Hilos Cadena; su padre, Jesús López Espinosa, llegó desde Huipana, Michoacán, y fue chofer de camiones y taxis. Tenía 49 años cuando sufrió una embolia al volante de su coche de trabajo; tres días después lo encontraron en el Ministerio Público. Eloy lo vio por última vez en la plancha de la Cruz Verde. Sus padres fueron un ejemplo de lucha silenciosa, dignidad y sacrificio.
Durante sus años de formación, México redescubría su raíz indígena, se rescató la poesía de Nezahualcóyotl y se halló la Coyolxauhqui. Ambos símbolos lo marcaron: de Nezahualcóyotl tomó la idea de lo efímero como centro del pensamiento –la flor como lenguaje, ofrenda y destino–; de la Coyolxauhqui, la potencia visual y el desgarramiento del cuerpo como metáfora. En esa tensión entre lo que florece y lo que se fractura, encontró un principio vital: los materiales hablan por sí mismos.
Participó activamente en diversos colectivos, como Salón 76, Salón 77 y Salón 78, Atte. La Dirección. Además, impulsó el Salón Abierto, un espacio de creación para jóvenes de distintas disciplinas, con el afán de asumir nuevas identidades y posturas culturales, sociales y políticas frente al arte. Su estudio-taller estuvo en la calle de Primo Verdad, a un costado del Palacio Nacional. Fundó el Ex Teresa Arte Actual, un espacio creado para explorar nuevas formas de arte contemporáneo – performance, instalación, arte colaborativo y procesual– y abrir el diálogo con públicos más amplios, fuera de los circuitos tradicionales. Su intención era clara: romper con lo establecido y crear plataformas vivas para el arte experimental.
Su búsqueda se centró en expandir los horizontes del lenguaje, la comunicación y la memoria. Estudió y dirigió la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda y actualmente es docente en la Academia de San Carlos.
El destino tejió un hilo invisible entre la vida del artista y la historia misma de la Ciudad de México. Tarcisio cumplió 70 años justo cuando se conmemoraban 700 años de la fundación de Tenochtitlan, como si su tiempo personal y el tiempo mítico de la ciudad dialogaran en un mismo presente. Su vida y su obra están estrechamente ligadas con el primer cuadro de la ciudad, donde creció, se formó y permanece su huella, viva, como testimonio de su evolución como artista.
Para celebrar este doble aniversario –personal e histórico–, Tarcisio realizó recientemente el proyecto Manifiesta Cuatro en la plancha del Zócalo, con más de 40 propuestas de artistas de México y América Latina. Tarcisio regresa, una y otra vez, al mismo lugar. En su obra hay una conexión profunda con sus raíces y una constancia inmutable con su lenguaje plástico.
A diferencia de muchos artistas, Eloy Tarcisio no busca dejar una huella que lo sobreviva. Le atrae el gesto que desaparece, la pieza que se transforma, el arte como agujero negro: capaz de absorber, trastocar y generar nuevas formas desde la incertidumbre. Su obra no es un legado, sino una carga que no pretende dejar atrás. Lo suyo es la implosión: dinamitar lo cómodo, explorar lo todavía no dicho.
La lucha de Eloy es por la libertad: decir, pensar, sin envejecerse. Ser, a pesar de todo, un hombre que piensa, en una época en la que, ante el brillo de las nuevas tecnologías, el ser humano parece haber olvidado que el Homo sapiens fue, más que nada, un ser capaz de pensar.