De ser humano
o queda lejos. No. Está aquí mismo…
en un único grito de dolor agudo
y roncos estertores que revientan las venas
donde estallan los huesos,
rasgan la piel y hienden adentro,
entrañas y fuego
que imprime en los rostros
el aura de infierno
que no soporta verse a sí mismo
y, sin embargo,
el mío no queda tan lejos de mí
y los de nosotros aquí,
que, aunque nos ahorramos el fuego,
quedaron voces de alerta y de miedo
desgarrado de tanto usarlas y subirlas
entre su volumen y la saliva
sin agua que no hay en los caminos de la huida
sobre asfalto y en la arena
donde van quedando tapices de piel humana
agujas de huesos, sangre en nombres y firmas,
mínimos dedos y orejas, piernas
y piernitas, panzas con niña adentro,
caras arrancadas pudriéndose
en tapices de oriente.
Los miembros arrancados no hallaron
la salida inexistente de la vida a la muerte
donde nunca llegó nadie
a abrazar la suya con otras
sin límite entre ellas
confundidas muerte y vida
en una sola corona de miedo
sólo separadas por el fuego intermitente
que desorienta las huidas
confunde cuerpos muertos con todavía vivos…
Y arriba, lejanos, disfrutan del caos,
suman y apuestan sobre las capas de cuerpos
vivos o muertos, en pedazos, a gritos o en silencio,
en movimientos indescifrables
como el encuentro fatal de ríos desbordados
donde todo se ha revuelto y resuelto
en el ojo tragatodo que lleva al centro de la Tierra
mientras otros disfrutan desde arriba
y apuestan sobre el resultado
del caos que les enseñaron a lograr con destreza
para merecer un puesto en la fábrica de guerra
sin enemigos, sólo cobayas indefensas
para entrenar la pelea sin motivo.
Sin embargo –nadie les ha dicho que habrá suicidio colectivo,
con los asesinos incluidos
cuando, al final del recorrido de un mundo vacío,
estarán limosneando un poco de fentanilo
para huir de la falsa muerte
más aterradora que dolorosa en el momento de repente.
Porque no habrá ya nadie ni nada adentro
de los cuerpos deambulantes y perdidos
los de ellos mismos, los asesinos,
mientras sus amos contaminados y condenados
a un mundo vacío
–del que Dios desertó a tiempo de desconocernos
y maldecirnos para buscar otro rincón del universo
donde rehacer lo humano
sin los gringos que se colaron en el primer intento
y que, si quedaran en la Tierra, ellos, ellas
y su descendencia,
serán tan zombies como los que inventaron,
para placer de sus niños
que de grandes disfrutarían las masacres
de donde nadie ni nada queda indemne:
muertos, medio muertos de cuerpo
o bien muerto lo humano de la humanidad
con los asesinos.