Política
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Un mañana distinto en Turquía
S

ólo la historia dirá si fue una locura o un valiente cambio de paradigma, más grande que la esperanza y que aquello que a veces la mente engendra durante la noche. El miedo a una nueva traición del poder está a la vuelta de la esquina, pero el movimiento de liberación kurdo, desde el 27 de febrero hasta hoy, ha corrido sin descanso. Y si la guerra ha vuelto a ser el mantra del capitalismo global –desde las peleas entre Estados hasta las conflagraciones por el territorio, pasando por la mal llamada guerra contra las drogas–, el PKK, al cambiar su forma de lucha, rompe también el paradigma belicista.

Es un paso nada fácil ni garantizado, un paso con el que hay que enfrentarse, que hace temblar las manos; que abre espacio a las críticas, al miedo, al juicio de quienes prefieren repetir un presente derrotado en lugar de arriesgarse por un futuro incierto.

El movimiento de liberación kurdo y el neozapatismo del EZLN son, en este momento, las únicas historias políticas capaces de desafiar al porvenir, rompiendo con la tradición del siglo XX y con la comodidad, apartándose de las lógicas campistas y teniendo el luminoso coraje de cambiar de rumbo sin perder de vista el objetivo: un mundo distinto, posible para todas y todos. Sin duda, desconciertan, se arriesgan, y así sobreviven, se renuevan y dan oxígeno a las resistencias del mundo. El gesto, para nada simbólico, de quemar las armas en lugar de entregarlas al gobierno, marca un punto sin retorno.

Entregarlas habría sido un acto de rendición; quemarlas, en cambio, expresa un rechazo radical a la lógica de guerra y violencia. Es una señal fortísima dirigida a Erdogan y al gobierno: no confiamos en ustedes y los desafiamos y, por primera vez en la historia, un presidente se ha visto obligado a reconocer las violencias sufridas por el pueblo kurdo.

Detrás de la sonrisa de Erdogan, ya se perfila el siguiente paso para encauzar y controlar esta transición: El primer paso será establecer una comisión parlamentaria para abordar este proceso, intentando devolver al cauce institucional aquello que nace, más bien, como ruptura desde abajo.

Por primera vez desde 1999, Abdullah Öcalan ha vuelto a hablar en video: “La lucha armada ha cumplido su propósito: con el reconocimiento de la identidad kurda, ha terminado. Ahora debemos iniciar un nuevo capítulo y adoptar un lenguaje basado en la razón y la buena voluntad… Esto representa una transición voluntaria de una fase de conflicto armado hacia una de política democrática y de derecho”, palabras que respaldan lo que ya se está gestando desde el sureste turco.

Surgen relatos de nuevas redes mutualistas, experiencias de autogobierno, prácticas comunitarias que vuelven a tejer una sociedad rota por décadas de guerra y represión. Las crónicas hablan de asambleas espontáneas, de redes de mujeres que impulsan proyectos de educación y cuidado, de autoridades locales que, pese a las amenazas de arresto, discuten abiertamente sobre una transición posbélica.

Nuestro objetivo no es sólo deponer las armas, sino construir una sociedad democrática, libre y justa. Estamos decididas y decididos a llevar esta lucha a cada aldea, ciudad y barrio, con la participación de mujeres, jóvenes y de todas las personas que creen que la libertad no necesita un fusil para existir, explicaron Carcel y Ozan, militantes históricos del movimiento, en una entrevista con ANF.

Claro que la represión sigue sin descanso: las derechas turcas, junto con el aparato militar y judicial, continúan atacando a opositoras y opositores, autoridades locales, periodistas y a cualquiera que se atreva a hablar de autonomía. Sin embargo, la hoguera de las armas le quita a la máquina represiva la gran justificación del terrorismo –esa misma máquina que la OTAN y los aliados de Turquía han tolerado– y ahora debe enfrentarse a la luz del fuego.

Por un lado, está el doble desafío político de construir, día tras día, una alternativa que no reproduzca viejas jerarquías internas, antiguas lógicas de poder ni atajos armados. Si resistirá a la represión y a las traiciones, si logrará ser ejemplo para otras luchas en el Mediterráneo y Medio Oriente, lo dirá la historia.

Por otro lado, está el reto del movimiento kurdo que deja atrás la lucha armada, pero no el conflicto social por un mañana distinto, y que ahora debe pensar cómo quienes militaban en la clandestinidad del PKK volverán a la vida civil y a la acción política.

Sabemos que dejar las armas no significa abandonar la lucha: es un paso más para echar raíces aún más profundas en las calles, en las aldeas y en las ciudades, con una organización popular que ningún ejército podrá desarmar, declararon unidades del PKK a ANF.

Lo cierto es que quienes desean paz, derechos humanos y respeto para los pueblos en Turquía ya no tienen una bandera que ondear, sino una fogata encendida que alimentar con la fuerza de quienes no se rinden.

*Periodista italiano