na de las construcciones barrocas más bellas del Centro Histórico es la que se conoce como el Palacio de Iturbide. Nunca le perteneció al efímero monarca, pero los dueños que vivían en Europa se lo prestaron a Agustín de Iturbide, quien salió del lujoso recinto el 21 de julio de 1822 para ser coronado emperador de México, y de ahí, se le quedó el nombre.
En 1964 lo adquirió el Banco Nacional de México, ahora conocido como Banamex, como parte de un proyecto para rescatar la arquitectura virreinal del país. Lo restauró magníficamente y a partir de 1972 se convirtió en la sede del Fomento Cultural Banamex.
Ahora podemos disfrutar el hermoso palacio junto con la exposición Miguel Covarrubias: una mirada sin fronteras
, que aborda la obra y visión de la vida de uno de los artistas más versátiles del siglo XX mexicano.
Se exhiben 450 piezas de 51 colecciones nacionales e internacionales, que muestran la impresionante creatividad y talento de un artista que trascendió fronteras, abrevó de otras culturas de las cuales dejó una vasta obra, sin perder nunca su apego a la propia, como se advierte en buena parte de la exposición.
Confieso que no tenía idea de la riqueza y diversidad de la trayectoria artistica de Covarrubias (1904–1957). Siempre me atrajo un gran mapa/mural que decora una de las salas del Museo de Arte Popular, que expone bellamente el territorio nacional con las artesanías que elaboran en cada región.
Aquí me enteré que fue una de sus especialidades con la exhibición de dos de los seis murales/mapas monumentales que realizó en 1939, con el título de Desfile del Pacífico
para la exposición internacional del Golden Gate en San Francisco, con el propósito de ilustrar geográficamente la riqueza del territorio asiático y americano.
Organizada en 14 núcleos temáticos, la muestra nos descubre la multiplicidad de facetas del creador: caricaturista incomparable, antropólogo, cartógrafo, curador, ilustrador, escenógrafo y viajero. Un auténtico hombre de mundo con una curiosidad inagotable, retrató la política, la sociedad y el arte de distintas latitudes con humor e inteligencia y, como destacan en la exposición sobre todo, con una gran empatía hacia lo otro
.
Esto se hace evidente en su faceta de caricaturista, que lo llevó a colaborar en varias de las publicaciones y revista más importantes de Estados Unidos, como el Vanity Fair y The New Yorker.
Es notable su capacidad para captar en los retratos no sólo los rasgos físicos, sino también los gestos, los símbolos y las tensiones de las clases sociales, sin faltar su toque de ironía. Con su frescura y agudeza se posicionó como un observador irrepetible de la élite cultural y política de su época.
Covarrubias nació en la Ciudad de México en el seno de una familia de clase media alta. Desde pequeño mostró habilidad para el dibujo y poca disposición para los estudios formales por lo que, a los 14 años dejó la escuela y comenzó a trabajar como dibujante de mapas en la Secretaría de Comunicaciones y después en redacciones de periódicos. De esa época surgió el mote de Chamaco, que habría de acompañarlo toda la vida.
Su espíritu bohemio lo llevó a relacionarse con artistas como Ernesto El Chango García Cabral, Gerardo Murillo – Dr. Atl–, José Clemente Orozco y Diego Rivera.
A su llegada a Nueva York en 1923 se vinculó con los artistas negros y apoyó con sus retratos del movimiento New Negro
, en el llamado Renacimiento de Harlem (Harlem Renaissance).
También son de gran interés sus obras sobre la isla de Bali donde se trasladó en 1930 durante un largo periodo y realizó una sobresaliente labor etnográfica que fue pionera en la época.
A su regreso a México colaboró con Fernando Gamboa en la fundación del Museo Nacional de Culturas Populares, en el antiguo templo de Corpus Christi y realizó sus mapas culturales de Mesoamérica, que son tanto documentos científicos como piezas gráficas de gran belleza. También destacó como escenógrafo diseñando vestuarios y escenografías para obras de danza y teatro en Nueva York y México.
Es mucho más lo que hay que comentar sobre Covarrubias, pero lo mejor es que visiten la exposición y descubran a un artista notable cuyo brillante trabajo es único y después vayan a comer sabroso. Un buen lugar es el Casino Español, en su bella sede palaciega de fines del siglo XIX, en Isabel la Católica 29, con su incomparable cocina tradicional de la península.