Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de mayo de 2025Ediciones anteriores
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Betsabeé Romero
S

i tiene usted una llanta ponchada, no la tire, désela a Betsabeé Romero, dice una pancarta que debería levantarse en cada esquina de las calles de todas las ciudades, porque Betsabeé hace arte con una llanta ponchada, y el público, sorprendido, la compra después de escucharla decir en sus presentaciones:

–Soy Betsabeé Romero, artista plástica. Hago pintura y grabado. Trabajo desde hace más de 25 años en temas de migración; pinto los diferentes niveles de lo que significa cruzar la frontera. Pinto fronteras interiores, fronteras de género, fronteras de tiempo y distancia, fronteras de clase social, las fronteras que todos vivimos a diario, las que dividen a hombres, mujeres y niños.

–¿Hacer un grabado toma mucho tiempo?

–Sí. Reciclo materiales que cuestionan la velocidad y el tiempo, porque creo que el arte tiene más que ver con la reflexión y el cuidado. Trabajo despacito y pensándolo muy bien. Por eso me gusta recoger una llanta y grabarla. Recupero las que están gastadas, porque el uso las deja más lisas. Una llanta lisa es un aviso de muerte, y eso lo saben los microbuseros que las usan hasta el último momento.

–¿Una llanta lisa puede provocar la muerte?

–Sí, claro, todos los días leemos de autobuses que se van al abismo.

–Betsabeé, ¿cómo contrarrestar el peligro de pintar llantas y ser considerada artista?

–En los bordados indígenas, que pertenecen a culturas que han sido atropelladas por la modernidad, ya hay muchas advertencias de arte hecho y derecho. Todas las civilizaciones prehispánicas son también una advertencia, el problema es que nosotros no hemos sabido valorarlas (se enoja Betsabé). Me gusta dibujar grecas, cenefas precortesianas, líneas a punto de borrarse, recuerdos de civilizaciones que, a pesar del tiempo, subsisten. A veces también recojo cenefas de edificios que me hablan de la historia de una ciudad que ya no existe; recupero todo lo que ha sido atropellado por la modernidad, por nuestro desmedido afán por lo nuevo, el ansia del american way of life que barre con el pasado. Me apasiona dignificar nuestra identidad.

–¿Cómo haces para grabar un diseño en el hule de una llanta?

–La grabo con un cuchillo caliente que entra en el linóleo. Grabar en linóleo se utilizó mucho en el Taller de Gráfica Popular de Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y Alberto Beltrán. En mi opinión, la gráfica mexicana es la parte más rescatable de la Escuela Mexicana de Pintura. La prefiero al tan traído y cantado muralismo; mejor un grabado que los muros cubiertos con la historia de México que pintaron los llamados tres grandes.

–Si te ofrecieran una pintura de Diego Rivera o un grabado del Taller de Gráfica Popular, ¿escogerías el grabado?

–Prefiero el grabado, siento que fue mucho más democratizador, más útil y educativo que el muralismo de toda una época. Me inclino por el grabado, porque es sencillo. No me interesa tanto la narrativa de los murales históricos; incluso, el mensaje de Diego Rivera, a quien respeto como artista mexicano, pero siento que el muralismo se cerró sobre sí mismo y ya terminó. Rivera, Siqueiros, Orozco (el que más me gusta) son grandes maestros, pero estoy más del lado de la Escuela de la Gráfica Mexicana. Me gustan mucho los talleres al aire libre. Siento que lo que pintan artistas mexicanos en los barrios populares es muy valioso, porque también es valioso el afán por llevar el arte a colonias populares.

–A diferencia tuya, yo no siento que Diego Rivera o José Clemente Orozco se contraponen al arte popular, al contrario, lo exaltan.

–Creo que no permitieron que mujeres artistas hicieran murales en edificios importantes. A María Izquierdo hasta le dio hemiplejia porque le quitaron los muros que iba pintar. Diego Rivera vio un mural suyo y dijo: ¿Qué es esto?, y la condenó.

–Sí, Betsabeé, pero María Izquierdo se quedó paralítica, y quienes pintaron fueron otros pintores menores. Su familia la comercializó y circularon en el mercado cuadros que ella jamás pintó. La entrevisté hace muchos años, ya no podía pintar. Un oportunista se pasó de listo y se hizo pasar por ella.

–Es cierto, no le fue nada bien, pero al principio fue muy propositiva; cuando vivió con Tamayo, pintaba cosas muy metafísicas, me parece que fue una gran pintora. Creo que el discurso de los muralistas que retratan a la masa de inditos sólo los mantiene en el anonimato, no tienen nombre ni apellido. Orozco, que me gusta mucho, pintó mujeres horribles tanto burguesas como prostitutas.

–El Prometeo, en el Hospicio Cabañas, en Guadalajara, ése si es un homenaje a la humanidad entera.

–Sí, es un homenaje, pero en otros murales casi todos sus personajes femeninos son prostitutas o burguesas espantosas. En Estados Unidos consideraron a los tres grandes maestros extraordinarios, expresionistas de enorme originalidad y fuerza. Gracias al muralismo mexicano existe el expresionismo abstracto y eso lo reconocen críticos e historiadores tanto en Estados Unidos como en Europa. Los muralistas mexicanos enseñaron a los gringos lo que significa la libertad de pintar a gran escala, porque antes, Pollock y Rothko no se lanzaban en grande hasta que surgimos nosotros. Ellos cubrieron los muros de universidades y espacios públicos en Estados Unidos con sus pinceles y los engrandecieron. Los estadunidenses invitaron a Orozco, a Rivera, a Siqueiros, por admiración, por el asombro que provocaban: Ustedes pinten, por favor. Gracias a Siqueiros, sobre todo, surgió el expresionismo abstracto. A partir de Siqueiros los gringos hicieron una investigación química que generó la pintura acrílica; si no hubiera acrílicos, no existiría el dripping, porque con la pintura al óleo hay que esperar mucho. Fue un invento de Siqueiros, el más propositivo de los muralistas, ya que investigó y, gracias a él, la pintura floreció en Estados Unidos; es decir, se extendió lo figurativo, lo narrativo, lo ideológico y lo abstracto. La narrativa es ideológica, pero recuerda, Elena, que incluso lo abstracto puede ser ideológico. El expresionismo abstracto es una ficción que quiso demostrarnos que Estados Unidos era el reino de la libertad y la democracia, y que estos pintores eran la expresión de esa libertad, y así el muralismo mexicano se vendió ideológicamente en todo el mundo. Tanto en París como en Nueva York los expresionistas abstractos aceptaron al gran muralismo mexicano.

–Tu obra personal, ¿de dónde proviene?

–De la Academia porque grabo en linóleo, pero con la preocupación de reciclar una llanta, por ejemplo, y hacerla arte. La llanta sirve para la velocidad de un vehículo, pero deja su huella en el lodo; yo reciclo para imprimir memoria, para recuperarla. He reflexionado sobre la trayectoria del caucho, que es una historia de esclavismos y de explotación en África y en muchas partes de América, como Colombia. El caucho es primo del chicle, que se utilizó muchísimo en la industria vehicular y apareció en los siglos XVIII y XIX, y explotó a poblaciones enteras. Leí historias de explotadores de la gente que extrae un material ritual que se usaba en el juego de pelota, el caucho. El símbolo prehispánico para el caucho es una lágrima negra que se rociaba en las ofrendas funerarias. Me encanta reciclar materiales, recurrir a lo más común. Con las llantas, que no se biodegradan en el ambiente, cuestiono la velocidad y cuestiono de la modernidad, su afán y su obsesión por la velocidad.