Editorial
Ver día anteriorSábado 3 de mayo de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Migrantes: las dos crisis
L

a llegada masiva de migrantes a la Ciudad de México en los años recientes plantea importantes desafíos, entre los que cabe destacar la crisis de falta de espacios suficientes y adecuados para albergar a quienes eligieron la urbe para reconstruir sus vidas o quedaron varados aquí a causa del endurecimiento de las políticas antimigratorias en Estados Unidos. De forma paralela a esta problemática, que toca resolver a las autoridades locales y federales, se desarrolla una mucho más inquietante por sus implicaciones: la crisis de falta de empatía, insolidaridad y xenofobia encubierta entre ciertos sectores de la sociedad capitalina.

La muestra más conspicua de este fenómeno se halla en el asociacionismo vecinal en contra de la instalación de personas migrantes en las inmediaciones de sus domicilios, ya sea en campamentos improvisados, en albergues formales o incluso por la mera presencia de oficinas de atención a solicitantes de asilo. El jueves por la noche, los migrantes que pernoctaban en el campamento reubicado en el parque Guadalupe Victoria, a las afueras de la estación Candelaria del Metro, se vieron forzados a huir tras ser avisados de que debían dejar sus cuartos porque éstos serían destruidos.

En efecto, ayer por la mañana individuos que dijeron ser vecinos de la zona desmontaron los llamados ranchitos donde vivían familias, principalmente de procedencia venezolana, colombiana, hondureña y ecuatoriana.

Esta misma semana se llevó a cabo el desalojo y traslado de los refugiados en el campamento Vallejo de la alcaldía Gustavo A. Madero, efectuado a petición de los residentes. Los vecinos han demandado a las autoridades federales y locales que acondicionen albergues con el propósito de que los migrantes dejen de pernoctar en casas de campaña, cartones y plásticos a orillas de las vías del tren, argumento que recuerda al utilizado por los vecinos de la colonia Juárez en la alcaldía Cuauhtémoc cuando expulsaron a los migrantes, en su mayoría haitianos, que ocupaban la plaza Giordano Bruno en espera de la resolución de sus trámites de refugio.

En ese barrio céntrico, los vecinos camuflaron su hostilidad clasista y xenófoba contra centroamericanos y caribeños en un discurso de presunta preocupación por su bienestar: según su discurso, se oponían no a la presencia de los migrantes, sino a la desatención de sus derechos humanos por parte de las autoridades, las cuales tienen el deber de proveerles albergues seguros y dignos. Sin embargo, cuando el gobierno se propone habilitar ese tipo de instalaciones, también se topa con la intransigencia de vecinos que se organizan no para exigir derechos, sino para que se les niegue ayuda a quienes más la necesitan, como ocurrió en Nueva Santa María, alcaldía Azcapotzalco. Es desolador ver a habitantes no sólo de la colonia presuntamente afectada, sino de varias a la redonda, estableciendo plantones, rondines y bloqueando vialidades a fin de impedir que hombres, mujeres y niños pequeños cuenten con un techo y un plato de comida. También desesperanzador resulta constatar que el déficit de empatía atraviesa clases sociales, manifestándose tanto en la elitista Anzures –cuyos colonos impidieron el traslado de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar)–, en la gentrificada Juárez o en la popular Vallejo.

Por fortuna, no todos los capitalinos se han dejado arrastrar por el egoísmo y la xenofobia. Los propios migrantes relatan las muchas maneras en que los habitantes de la Ciudad de México los han hecho sentir bienvenidos y las facilidades, a veces inesperadas, que se les han prestado para integrarse a su nuevo entorno en lo social y lo laboral. Pero no es posible mirar hacia otro lado mientras mexicanos replican las conductas inaceptables que se han normalizado al norte del río Bravo, pues los discursos de odio y el rechazo a la diferencia no tienen cabida en una sociedad democrática, que además ha sido históricamente emisora de migrantes y debería ser la primera en comprender las aflicciones de dicha comunidad.