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Extravíos de ministro
L

a reciente publicación, en plena crisis social, de Fugue américaine, novela escrita por el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, ha causado revuelo en el microcosmos político-intelectual francés. Una curiosidad extendida aparte del macrocosmos que forma el gran público. Si bien es sorprendente que un ministro tenga tiempo para escribir y publicar novelas, los motivos del interés suscitado, cabe aclarar, no son precisamente literarios, aunque no pueda negarse al autor el uso más bien correcto de la lengua.

La principal de estas motivaciones es, sin duda, que un ministro de Estado escriba y publique una novela salpicada de escenas de orden erótico, para no decir francamente pornográfico. Desde la entrada, el narrador describe minuciosamente la posición y los preparativos de una acción de sodomía: una mujer a cuatro patas sobre la cama exhibe a su amante deseo y excitación extremos ofreciéndole la cruda visión de su intimidad trasera, imagen acompañada por el lenguaje procaz del narrador y la protagonista de la escena.

Las diferencias que antes permitían distinguir entre erotismo y pornografía al modesto lector se han vuelto borrosas, cuando por azar y suerte todavía existen.

El crudo realismo de los términos para narrar escenas sexuales ha ido en aumento durante las décadas recientes. La censura propició tal vez el terreno para producir obras maestras eróticas como Lolita, de Nabokov, o escenas magistrales del erotismo, como la del cuerpo desnudo de una mujer que sirve de altar en Opus Nigrum, de Yourcenar. Lo implícito, el secreto, los velos del misterio dejaban libre al lector de pensar a su antojo una escena de amor enriquecida por sus fantasías más personales.

Hoy, la censura desaparecida, al menos las prohibiciones de orden sexual, parece haber una competencia entre autores para encrudecer el lenguaje. Una autora actual no deja de utilizar la palabra clítoris en las primeras líneas, convencida de que así tendrá éxito de ventas. Narrar sin pretextos filosóficos al estilo de Sade, incestos o actos sadomasoquistas parece ser la meta de la competencia literaria. Michel Houellebecq, profeta del pasado, describe el sexo de su padre, de quien asiste al entierro, y la vagina avejentada de su progenitora. Cabe señalar que la persona de Bruno Le Maire le inspiró un personaje, político candidato a la presidencia de Francia, de su novela Aniquilación. Houellebecq no es una excepción: otros escritores y políticos franceses, hombres o mujeres, escriben entre ellos y sobre ellos, encerrados en una gran familia incestuosa.

Ya hace unas semanas, la ministra Marlène Schiappa, autora de varios libros eróticos, hizo escándalo cuando salió su fotografía en la portada de la revista Playboy. Pero Schiappa era ya más o menos conocida como autora de novelitas. De Le Maire, quien ha publicado una veintena de libros y afirma que su pasión es escribir, escaso era el público que lo sabía autor. Al fin, ahora, con Fugue américaine, gracias a la divulgación de los párrafos entre erotismo y porno, el público se entera de su vocación literaria.

Los escritores abundan en la diplomacia. Saint-John Perse, Octavio Paz y Pablo Neruda son algunos ejemplos. Hubo épocas en las que se escogía a un poeta para representar a su nación. Muy raros son los ministros en funciones que publican novelas.

En Francia, abundan las memorias de hombres de Estado. Los políticos escritores de ficción o poesía son escasos. Lo enigmático de Le Maire no es que escriba novelas, sino su deriva pornográfica. ¿Habría que recordar los orígenes de la palabra compuesta con pornê y graphein, es decir, prostitución, y escribir.

En el mundo actual de imágenes, lo escrito se reviste con poderes casi mágicos.

Recuerdo a Paco Zendejas, en una sex shop parisina, pidiendo un libro con la foto de un incesto. Imagínese que son madre e hijo, dijo el vendedor señalando la foto del coito de una pareja. No, yo quiero verlo escrito, reclamó Paco.