Opinión
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El contexto sucesorio
D

ecía Charles Baudelaire que el mayor truco del diablo consistía en hacernos creer que no existe. El mayor éxito del presidente López Obrador es convencernos de que la oposición no existe. Cuenta con el atingente apoyo de los Tres Amigos: los dirigentes del PRI, PAN y PRD.

La estrategia sucesoria de AMLO tiene tres pies. Inundar el ambiente político de una expectativa de inevitabilidad en el triunfo de Morena. Establecer incentivos positivos y negativos para que los contendientes de Morena a la Presidencia de la República no se indisciplinen. Arruinar las posibilidades de triunfos de la oposición para que no se vuelvan atractivos para algún posible disidente de Morena.

Reflexiono alrededor de tres actores políticos claves: los partidos de oposición, Morena y los comentaristas.

Partidos de oposición. Las elecciones de 2018 pusieron al descubierto el desfondamiento de los partidos tradicionales que habían, en buena medida, conducido los regímenes de las alternancias. El estado de ánimo que se respiraba ya desde 2012, tanto en la sociedad como entre los partidos de gobierno o de la oposición, era que el poder se había fragmentado y que se requería recentrarlo.

Cuidado con los amigos de la democracia. El Pacto por México (PxM) tuvo el propósito de superar la fragmentación política. Resulta bastante paradójico que quienes hoy advierten signos ominosos de desmantelamiento de la democracia por parte de AMLO no lograron o no quisieron advertir que el PxM era un peligro existencial para la democracia, e incluso que buscó imponer –y casi lo logró– una nueva Constitución por métodos no constitucionales: todo se pactó por fuera de los canales institucionales, por fuera de los partidos, del Congreso, de los poderes Ejecutivo y Judicial y, sobre todo, de la sociedad. Y luego se los impusieron a todos.

Los resultados electorales de 2018 fueron consecuencia directa del PxM que, además, al funcionar a partir de un grupo autoseleccionado al margen de las instituciones, propició más aún la impunidad y la corrupción. Nunca ha habido ni en los partidos ni en sus liderazgos, el mas mínimo espíritu autocrítico. Por eso hoy escenifican episodios dignos del Teatro Blanquita no del espacio público.

No, no creo que sea sólo maldad o astucia –ni Dios lo quiera–, es mas bien pendejez en grado supremo.

Morena. Hay poco que decir, no son partido, no son movimiento, pero si son un exitoso muégano político gracias al carisma de su líder y a la amalgama de los personajes más disímbolos y distantes entre sí con dos características en común: la obsesión por ocupar puestos y presupuestos, y la implantación local o regional que les permite movilizar mas que clientelas, votantes.

Los comentaristas. Lo que sí existió en el régimen de las alternancias fue un enorme peso –mayor que su fuerza política real– de los intelectuales públicos que sólo se puede entender por la debilidad y cortedad de miras de los partidos políticos. Tocqueville se refería a los hombres de letras y comentaba: ¿Cómo unos hombres de letras, sin posición, ni honores, ni riquezas, ni responsabilidad, ni poder, llegaron a constituirse, de hecho, en los principales políticos de su tiempo, e incluso en los únicos, puesto que si los otros ejercían el gobierno, sólo ellos tenían la autoridad?

El poder de comentocracia. ¿De dónde derivaron su poder? Fernando Escalante lo sugiere en Nexos, México ayer y ahora (abril de 2023). Ahí caracteriza al régimen de la transición como producto de un programa explícito de transformación cultural: mercado, elecciones y estado de derecho. Ese proyecto intelectual fue concebido y elaborado por un gran número de intelectuales que luego lo trasmitieron a través de los medios a su audiencia: un segmento pequeño, pero activo, de clases medias urbanas.

Hasta que el producto se cebó.

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