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En el nombre del Padre…
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ace 30 años, el 24 de mayo de 1993, fue asesinado en el aeropuerto de Guadalajara el cardenal Juan Posadas. La Iglesia sostuvo que fue un crimen de Estado y que yo fui el cerebro ejecutor. Las bandas ejecutantes pertenecían a Joaquín El Chapo Guzmán Loera, del cártel de Sinaloa, y a los hermanos Arellano Félix, del de Tijuana.

La muerte del purpurado fue escándalo universal y creó un terrible enfrentamiento entre Iglesia y gobierno. El clero mexicano, apoyado desde Roma, permanentemente sostuvo que fue un crimen de Estado. Esto es, que el gobierno de México lo asesinó. ¡Zas!

Para sustanciar su acusación la Iglesia se valió de Enrique Torres García, un delincuente menor preso en Estados Unidos. Actuaría como testigo protegido. Él aseguró saber todo: desde quién dio las instrucciones para asesinar hasta el desarrollo de los hechos. Nada fue verdad.

Mintió sobre mí, describiendo cómo organicé el crimen en mi oficina de gobernador de Morelos, cuando el mandatario era otra persona. Yo lo sería un año después. Mintió al referirse a hechos y lugares que no se dieron; engañó al señalar a otros posibles testigos. No identificó a una persona que dijo conocer. La Iglesia fue engañada. El testigo sencillamente les tomó el pelo.

Se enredaron varios arzobispos, entre ellos Luis Reynoso y Juan Sandoval, quien, a pesar de su rivalidad con el difunto, capitalizó el suceso para su promoción personal. Un año después ocuparía el vacío cardenalato de Juan Posadas en Guadalajara.

El obispo de Cuernavaca Luis Reynoso aportó su sapiencia jurídica descalificando pruebas y testigos promovidas por su hermano Juan Sandoval, el arzobispo de Guadalajara. Intrigas entre las enaguas de siervos del Señor.

Don Luis declaró que los dichos del testigo protegido, clave de toda la acusación episcopal, eran incoherentes, absurdos y sin base (en Muerte de un cardenal, Jorge Carpizo y Julián Andrade. Editorial Aguilar, 2002). Golpes e intrigas entre hermanos en el amor del Padre.

Los clérigos manejaron pésimamente la acusación, resultaron intrigantes y pendejos. La virtud celebrada por San Agustín, ordo amoris, rezos, cantos y golpes de pecho fueron despreciados. Dijeron que su actuación se debió al ideal cristiano de defender a las víctimas de la injusticia. Una selfi de sus miserias.

La maquinación, mezcla de maldad y candidez, tuvo un evidente fin político. Involucraron inútilmente a personas de alto nivel. Tenían que respaldar que fue un crimen de Estado.

Llegaron a atribuir a Carpizo, ya secretario de Gobernación, que en una comilona que ofreció a un grupo de ellos, trató de envenenar a un arzobispo ( Muerte de un...). ¡Sueño demencial en su concepción y perverso en su fin!

El 6 de mayo de 2004 la jueza cuarta penal Felicitas Vázquez sentenció a 40 años de cárcel a los autores del asesinato.

No todo fue fantástico, hazaña inmediata al hecho fue la pronta captura de El Chapo, sólo en tres semanas. Fue una prueba del alto rendimiento que ofrecía el Centro Nacional de Planeación de Drogas (Cendro), recientemente creado.

La detención de Guzmán fue su debut. Demostró la enorme ventaja que significa trabajar en el marco de la ley, con personal supercalificado, dotado de recursos de alta tecnología y en un marco de cooperación institucional e internacional. Se construyó en él un espíritu de aportación y beneficio, ningún celo o egoísmo.

Pasados sólo días del homicidio de Posadas, el Cendro detectó señales de que El Chapo y acompañantes habían dejado Guadalajara, donde inicialmente se escondieron. Ahora estaban en los límites de Jalisco y Michoacán. Increíblemente usaban sus celulares constantemente. Siguió su marcha por todo el altiplano, Puebla y Oaxaca hasta Chiapas. En Tapachula se detectó con detalle su paso hacia Guatemala y finalmente en El Salvador.

Cuando se informó a ese gobierno que el fugitivo estaba en sus tierras, lo incitó a regresar a Guatemala. El Chapo fue aprehendido el 9 de junio de 1993, por miembros del Ejército de Guatemala. Ahí estuvo retenido hasta su entrega a las autoridades mexicanas. En Tapachula el comandante de la 36 Zona Militar, general José Domingo Ramírez Abreu, quien ignoraba lo que sucedía, fue instruido de que, sin preguntar, prestara el auxilio que se le solicitaría.

Puntual, un sencillo convoy cruzó la frontera y llegó al sitio de la entrega. El vehículo principal era una vieja camioneta pick-up. En la parte destinada a la carga venía el poderoso Chapo.

Estaba tirado en el piso, atado de pies y manos, sereno, cansado y con mirada inexpresiva. Se ordenó desatarlo, ofrecerle agua y hacerlo caminar un poco. A sus cinco acompañantes, que venían en otras camionetas, se practicó lo mismo.

En el cuartel militar, se bañó, vistió y fue sometido a exámenes médicos. Estaba sano, con escoriaciones en hombros, omóplatos y cadera, producto de horas de viaje tirado en el suelo; se le alimentó. Caía la tarde. Como estaba previsto, se trasladó al aeropuerto de Toluca.

Se entregó al director del penal de Almoloya, doctor Juan Pablo de Tavira. Tras ocho años de prisión, en enero de 2001 escapó. Tardarían 13 años en recapturarlo. ¿Qué había pasado con Cendro? Luego de 30 años, Cendro está en el discurso diario de personas informadas. Su ausencia se valora. En tan largo periodo, nada lo ha sustituido.

Con otro nombre, Cenapi, sin destino claro, hoy yace por ahí en estado catatónico. No es ni chicha ni limonada.