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Siglo y medio de la Iglesia metodista en México
U

na vertiente del protestantismo inglés, vía misioneros estadunidenses, llegó a México en 1873. Dos organizaciones metodistas estadunidenses, una del norte y otra del sur, enviaron a sus representantes para explorar posibilidades de iniciar trabajos en la Ciudad de México. Eran integrantes de un movimiento iniciado en Inglaterra en el siglo XVIII por John Wesley.

El metodismo estadunidense quedó escindido en 1844, cuando un grupo de congregaciones que consideraba lícita la posesión de esclavos salió de la Iglesia metodista episcopal, para formar la Iglesia metodista episcopal del sur. Tardarían casi un siglo en reunificarse. Lo hicieron en 1939 tras un proceso de largas conversaciones entre los descendientes de uno y otro bando.

Entre los hijos confesionales mexicanos del llamado protestantismo histórico es común la idea de que los inicios de sus iglesias son resultantes de las actividades de los misioneros llegados, mayormente, de Estados Unidos. Han prestado poco interés a las condiciones internas y al extenso periodo en que se fueron gestando (por personajes, movimientos y transformaciones legales) condiciones que facilitaron la inserción de los esfuerzos misioneros.

En el caso de las exploraciones metodistas, tanto el enviado de la Iglesia metodista episcopal del norte (obispo Gilbert Haven) como el de la Iglesia metodista episcopal del sur (John C. Keener), dejaron constancia escrita de hallazgos inesperados en la Ciudad de México en lo concerniente a núcleos protestantes/evangélicos bien consolidados y sus liderazgos nacionales. El primero llegó a la capital del país el 4 de enero de 1873, hospedándose en el hotel Gillow, que se construyó en parte de lo que fue el conjunto de la Profesa. Por su parte el obispo Keener arribó a la ciudad pocos días más tarde que Haven, y tuvo como centro de operaciones el hotel Iturbide (actual Centro Cultural Banamex, en el Centro Histórico).

Haven y Keener, cada uno por su lado, lograron la colaboración de protestantes mexicanos que tenían, por lo menos, una década de compromiso con la difusión de un credo considerado advenedizo y contrario a la identidad tradicional. Este fue el caso de lo publicado por El Pájaro Verde (5/2/1866): En México nos habíamos visto a cubierto de las sectas, pero comienza la lucha, y no queremos ser los últimos en saltar a la arena. La batalla comenzaba debido a las biblias sin notas que regalan los protestantes, y que está prohibida su adquisición, aunque no se lean, serán despreciadas por los buenos cristianos y resulte burlada la propaganda protestante. Confiaba en que un pueblo tan católico, tan bien educado en su moral como el nuestro, deseche la propaganda protestante que se ha formado para descatolizarnos, y que gasten su dinero nuestros adversarios sin lograr su intento.

El mayor difusor de biblias y folletería era la Sociedad Evangélica, de San José el Real número 21 (actual Isabel la Católica, junto al templo de la Profesa). La sociedad se integró por algunos padres constitucionalistas (sacerdotes que en 1861 rompieron con la Iglesia católica romana), conversos por diversas vías, como Sóstenes Juárez (liberal, combatiente contra la intervención francesa y mayor en el ejército republicano juarista) y personas mayormente provenientes de las llamadas clases populares.

La Sociedad Evangélica y la Iglesia de Jesús, en la que desarrolló un ministerio muy fructífero el ex sacerdote dominico Manuel Aguas, fueron semilleros de las dos denominaciones metodistas que buscaban cómo asentarse en México. El obispo Haven, el 5 de enero de 1873, caminó las pocas calles que separaban al hotel Gillow de la iglesia de San Francisco, en la cual habían dado comienzo servicios de la Iglesia de Jesús el 3 de diciembre de 1871, y pudo comprobar que las 400 sillas estaban ocupadas con creyentes mexicanos y 10 o 15 eran estadunidenses. Escribió que cantaban y cantaban con todas sus fuerzas. No pasó desapercibido para él que de los dos pastores que encabezaban el acto litúrgico, uno era blanco y el otro, indígena. Dada la división de los metodistas estadunidenses por el tema de la esclavitud, es de aquilatar su observación sobre la “buena escena, dos hermanos de distinto color asociados en este servicio. ¿Cuándo tendremos establecido formalmente algo así en nuestra más cristiana América?”

El obispo John C. Keener, metodista del sur, adquirió la capilla de San Andrés (ya desaparecida, estuvo en las calles de Tacuba y actual Xicoténcatl) iniciando actividades en marzo de 1873. En el mismo año los metodistas del norte compraron parte del convento de San Francisco (Gante número 5) e iniciaron cultos públicos el 25 de diciembre. Harían bien los metodistas si recuerdan los antecedentes que hicieron posible el enraizamiento de sus iglesias con los precursores nacionales, porque gracias a ellos el trabajo de los misioneros tuvo frutos en poco tiempo.