Opinión
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Cauduro
H

ace sólo cuatro días terminó la fructífera vida de Federico Silva a los 99 años de edad. Aunque su legado es enorme y su vida fue larga y plena, su pérdida es sensible y lamentable.

Hoy volvemos a ponernos de luto con la partida de otro grande de la pintura mexicana, Rafael Cauduro, quien a los 72 años, víctima de sus propias inquietudes artísticas, de su inagotable espíritu de experimentación con materiales diversos que menguó su salud a edad temprana para un talento como el suyo, terminó su tránsito en la vida, para pasar a la inmortalidad del artista que trasciende por su obra extraordinaria.

Con ideas siempre sorprendentes, con inquietudes permanentemente renovadas, con una sensibilidad humana que pocas personas tienen la fortuna de poseer y menos la de poder expresarla poderosamente a través de su obra artística, como él lo pudo hacer con plenitud; con esa ansia de búsqueda, a la que se refería Leonardo cuando decía lo importante no es encontrar, sino vivir buscando, con una decidida vocación de rebeldía y libertad, Rafael Cauduro logró, desde muy joven, ocupar un lugar excepcional entre los grandes creadores mexicanos.

En 1985, le pedí a Rafael, que tenía 35 años de edad, que hiciera un retrato de Rodolfo Neri, para preservar en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la efeméride del lanzamiento del satélite Morelos II y del primer astronauta mexicano, que acompañaría en el espacio el lanzamiento de nuestro satélite. Pintó un cuadro estremecedor y clarividente, en un mural simulado, fracturado, rajado por un fenómeno de la naturaleza –lo pintó pocos meses antes del sismo de 1985–, acompañado por el rostro serio y austero de dos indígenas a quienes Rodolfo representaría en el espacio, me dijo Cauduro.

Impresionado por su sensibilidad, su hiperrealismo y a un tiempo, paradójicamente, por su imaginación fantástica, el año siguiente lo invité a que pintara, durante un mes, en el stand de México en la Exposición Mundial de Comunicaciones y Transportes celebrada en Vancouver, Canadá, a la vista de los visitantes a la exposición, para que conocieran del muralismo mexicano y la forma de su realización –otro mes estuvo igualmente Guillermo Ceniceros, otro de nuestros grandes muralistas, que afortunadamente aún está entre nosotros–, un gran mural sobre algún tema de la exposición.

El mural de Rafael Cauduro fue un éxito total, tanto en lo artístico como en su repercusión social en la exposición. Pintó, maravillosamente Una antigua estación de tren, con todos sus detalles –viejo mobiliario, paredes descarapeladas, carros viejos y personajes difuminados como él acostumbraba, con sus rostros naturalmente expresivos, de alegría o de aburrimiento; de emoción o de desesperanza–.

Terminado el mural, como festejo, “como vernisage”, convocó a los pintores con quienes él se reunía durante el mes que pasó en Vancouver y los invitó, para hacer más realista su mural, a pintar grafitis en los muros de la estación.

Entusiasmados por la invitación, por los materiales para grafitear que Rafael mandó comprar y además, por el efecto de los margaritas que con generosidad les ofreció previamente, el grafiteo, que contenía también duras críticas al gobierno canadiense, se salió de control y obligó a los organizadores de la exposición a llamar a la policía montada a desalojar el stand, creando un escándalo que produjo gran expectación y luego, como ocurre en estos casos, la visita de miles de personas al stand de México.

Lo único que lamento de aquel acontecimiento, de aquel escándalo, es que no supimos ya jamás dónde quedó el fantástico mural de Rafael Cauduro. Se guardan por ahí, sólo algunas fotografías y algunas crónicas.

Pero queda aquel acontecimiento como una aportación más al rico legado que nos deja Rafael, uno de los grandes pintores mexicanos, gran creador, hombre y artista singular, como quedó ratificado en la exposición de su obra, Un Cauduro es un Cauduro, que se presentó este mismo año de su fallecimiento, en el hermoso marco del Museo de San Ildefonso o, y ahí será testimonio perenne, en los imponentes murales de la estación Insurgentes del Metro, el del Edificio Cauduro y los del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que sacuden la conciencia de la humanidad y de quienes debieran ser los garantes de la justicia.

Sea este breve relato, un póstumo homenaje a un pintor mexicano excepcional: Rafael Cauduro.

¡Que descanse en paz!