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Querido Pablo
 
Periódico La Jornada
Sábado 26 de noviembre de 2022, p. a16

Pablo Milanés ingresa a la historia como el gran poeta que es. Heredero de José Martí y Nicolás Guillén, hendió la mirada en los intersticios del sonido acompasado entre tradición campirana, ritmos afrocubanos, inspiración bolerística y prosodia perfecta.

Música y palabra como centauro, Jano, ying y yang.

El éxito de algunas de sus piezas obnubila la condición poética del conjunto de su obra.

Frente a la siempre hermosa obra titulada Yolanda, por ejemplo, resplandecen otras que no han merecido tanta atención, por falta de estribillos pegajosos, punch en cantinelas o certeza en el tiro al blanco del amor romántico.

Entre esas obras que resultan más representativas del genio de Pablo Milanés destaca Comienzo y final de una verde mañana:

Déjame despertarte con un beso
en la verde mañana que te espera
déjame celebrar la primavera
en el hermoso largo de tu cuerpo

La mejor versión sin duda es la que grabaron a dúo el autor y Caetano Veloso, acompañados de cuerdas sinfónicas en vendavales, atmósfera dramatúrgica y épica, una obra maestra de teatro en voz.

La claridad de Milanés explica la contundencia de toda su obra: inmerso en la música tradicional de Cuba, en especial la campirana y sus grandes tradiciones poéticas.

Se apoyó en el trabajo de grandes maestros tradicionales perdidos en el olvido, como Bienvenido Juan Gutiérrez y Miguelito Cuní, y volteó a otros puntos del continente y encontró fuertes mareas en la poesía, por ejemplo, de César Vallejo.

Se inscribe así en la gran tradición poética de la canción latinoamericana, con obras sencillas pero contundentes, como las de Atahualpa Yupanqui, ese gran referente.

Se dan por hecho muchos lugares comunes respecto del trabajo de este autor inclasificable, desconocido si tomamos en cuenta que es mundialmente famoso por un puñado de canciones, cuando en realidad compuso y grabó centenares.

Entre esos tópicos figura el término Nueva Trova Cubana, sin tomar en cuenta el antecedente: la vieja trova, cuyos orígenes datan del siglo XIX con los troveros de Santiago de Cuba. A finales de aquella centuria figuraban en Santiago orquestas tradicionales cuyo repertorio amplio concernía criollas, guajiras, bambucos, claves, habaneras y canciones de varia invención. Y el bolero como parte iridiscente de esa era, el gran bolero tradicional cubano.

Entre la pléyade figuraron Sindo Garay y sus hijos Hatuey y Guarioné, y también Tata Villegas, Pancho Majagua y el gran Zequeira.

Reconocimiento aparte merece la soberana María Teresa Vera, autora, entre otras joyas, de Veinte años, una habanera que cobró fuerza hace poco con el fenómeno Buenavista Social Club.

La conexión con Buenavista es notable por uno de sus integrantes: Compay Segundo, cuya historia es la siguiente:

Había una vez un trovero tradicional legendario llamado Lorenzo Hierrezuelo la O, quien pasó a la historia como Compay Primero. Era originario de El Caney, Santiago de Cuba; muy joven se mudó a La Habana y formó el Trío Lírico Cubano y luego trabajó con otra leyenda: la trovadora Justa García, quien lo puso en contacto con María Teresa Vera y juntos grabaron muchos discos, hoy tesoros.

El dúo de Compay Primero con María Teresa Vera duró muchos años, hasta que un día ella enfermó y para sustituirla en una presentación, Compay Primero buscó a un señor de nombre Francisco Repilado. Crearon el dúo Los Compadres: Lorenzo Hierrezuelo como voz prima, por lo que dejó de llamarse Lorenzo Hierrezuelo para tornarse en Compay Primo, o Compay Primero. Francisco Repilado era la voz segunda, por lo que a su vez adoptó el nombre de Compay Segundo.

Y lo demás es historia conocida.

En la larga trayectoria de Pablo Milanés hay detalles que explican su trascendencia como un autor fuera de los cánones tradicionales y de los estereotipos de personajes exitosos, autores de grandes éxitos y que, por ende y dada la pereza mental de quienes buscan encasillarlos, reciben el horroroso título de cantautor, cuando en realidad estamos frente a un compositor que sí, claro, canta y además toca la guitarra. Es autor, por supuesto, pero no es cantautor.

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▲ Pablo Milanés falleció el 22 de noviembre pasado. En la imagen, durante un concierto en la Ciudad de México el 25 de marzo de 1988.Foto Afp

Entre las acciones creativas que distinguen a Pablo Milanés y lo alejan de los lugares comunes, figura el intenso periodo que transitó con una pequeña legión de creadores bajo la dirección de uno de los más grandes compositores de Cuba: Leo Brouwer, quien fundó en 1969 el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic).

Fue una acción poética. Un acto revolucionario. Un antes y un después.

Aglutinó a jóvenes creadores que todavía no tenían encima el tonelaje del peso de la fama ni los reflectores. La idea era enriquecer la producción artística alrededor del arte del cine y lo que resultó fue un enriquecimiento muy grande de todas las artes en la isla.

Fue tan decisivo y estratégico e inusual en el mundo del arte, que basta mencionar una de entre las muchas actividades, para comprender su valía: se impartieron a esos artistas, a esos músicos ya formados o en formación, clases de armonía, contrapunto, orquestación, composición. Un gran conservatorio cuyo grado académico mayor fue la humildad.

La troupe creativa estaba encabezada por el gran Leo Brouwer, Sergio Vitier, Pablo Milanés y su par creativo: Silvio Rodríguez.

Breve apunte sobre la dupla Pablo y Silvio: son ying y yang, alfa y omega, Jano, indisolubles.

Mientras la poesía de Pablo es sencilla y directa, la de Silvio es alucinada, surrealista, beckettiana. Juntos constituyen la punta del iceberg de la gran música de la revolución cubana, la punta de lanza de ese gran movimiento cultural cuyos frutos siguen en activo.

Seguimos con el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic: las sesiones de trabajo eran incluso subversivas, pues es sabido que el rock estuvo prohibido durante años en Cuba, pero este grupo estudiaba a Frank Zappa, a Blood, a Sweat and Tears, pero también a Gilberto Gil, a Ravi Shankar, a Los Beatles y a los grandes compositores contemporáneos europeos, en activo: Iannis Xenakis, Anton Webern, Karlheinz Stockhausen. Y, por supuesto, a Johann Sebastian Bach.

Tener en cuenta ese contexto cultural tiene como consecuencia que escuchemos de manera diferente la obra de Pablo Milanés.

Otra consideración fundamental: su música forma parte de ese vasto movimiento social e histórico que es la revolución cubana, con todo y sus contradicciones, minucias y grandezas.

Las canciones de Pablo Milanés son himnos. Su raigambre es profundamente social y responde a su momento histórico. Un ejemplo: cuando los fascistas asesinaron a Salvador Allende, Pablo escribió: Yo pisaré las calles nuevamente, en clara referencia a la frase de Allende: Se abrirán las grandes alamedas.

Su estirpe: Mercedes Sosa, Víctor Jara, Violeta Parra. Sus iguales: Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Silvio Rodríguez. Sus fórmulas secretas, su recetario íntimo, su instrumental, su arsenal de guerra: la poesía, el bolero tradicional, la música contemporánea.

Su idiosincrasia: la sencillez poética:

Esta no puede ser no más que una canción
quisiera fuera una declaración de amor
romántica sin reparar en formas tales
que ponga freno a lo que siento ahora
a raudales

La música de Pablo Milanés forma parte de la educación sentimental e ideológica de varias generaciones. Gracias a él, todas las mujeres se llaman Yolanda y todos los espacios son breves, donde tú no estás.

A las canciones conocidas, se suman otras, innúmeras, igualmente bellas y cantábiles.

A la obra entera de Pablo Milanés la rodea un aura de militancia por igual que su inconfundible sello amoroso, siempre amoroso.

He aquí la obra de uno de los grandes poetas de la música contemporánea. Su música seguirá sonando, seguirá formando emocional e ideológicamente a muchas generaciones.

Hasta siempre, querido Pablo.

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