Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de noviembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

¿Y aprender a envejecer?

U

n día amanecemos con una sensación que nos parece nueva o infrecuente. No sólo es cansancio tras haber dormido lo acostumbrado, sino molestias en las articulaciones, músculos entumidos, cierta sordera, volumen de voz poco audible para los demás, curioso desequilibrio, temor al sentarnos en el excusado. Tropezamos, chocamos y derribamos objetos con enfadosa reiteración; al cortarnos las uñas de los pies sentimos que escalamos el Everest y al intentar abrir un empaque o desenroscar un tapón no falta quien nos diga que parecemos luchadores en el ring. La desmemoria aumenta y, el colmo, cometemos errores al hablar. Sermones, regaños o chistes, nadie lo dice con claridad pues consideran que sólo es falta de atención, necesidad de poner más cuidado, fijarnos por dónde vamos o, en el mejor de los casos, secuelas poscovid.

La realidad es que, seas hombre o mujer, has llegado a la vejez y te encaminas, inevitablemente, a tu cita con La Puntual. Eso es todo, pero como a lo largo de nuestra vida no logramos despojarnos de los aspavientos ante la muerte, nos parece terrible esta situación. Entonces, la industria de la salud, farmacéuticas, especialistas, médicos y familiares, se unen para ayudarnos a combatir tan atroz destino. Pero, ¿conoces a alguien que haya salido vivo de este mundo? Yo tampoco, por lo que lo único que nos queda, en serio, es aprender a envejecer, aceptando, soltando y confiando, ya sin confundir costumbres con bienestar.

A la ignorancia de los seres humanos para reproducirse hoy se añade otra igual o más grave: la falta de herramientas para aprender a envejecer, ya no en la aldea natal o en la pequeña población, sino en el neurotizado ritmo de las ciudades, donde las relaciones interpersonales casi desaparecen y las posibilidades de empleo para el adulto mayor se ven reducidas al mínimo, no se diga los apoyos en materia de salud y de acompañamiento. Entonces, leyes, reglamentos e institutos intentan, sin lograrlo, salvaguardar los derechos de las personas mayores ante un sistema que rebasa las buenas intenciones.

Así, este aprendizaje obligatorio para mantener cierta calidad de vida –nada es para siempre– exige que abramos bien los ojos, para seguir la ruta del dinero de los incontables negocios surgidos en torno a la industria de la senectud, a partir de este ancestral, condicionado y malsano temor a la muerte. Retomaremos el tema mientras llega La Puntual.