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Penultimátum

De víctima de la mafia vaticana a santo

P

or estos días, en 1978, el mundo católico comentaba la elección de un cardenal no italiano como papa: Karol Wojtyla, quien tomó el nombre de Juan Pablo II. Pero otro tema recibía enorme atención: la muerte de su antecesor, Juan Pablo I, tras apenas 33 días de ser electo y, sobre todo, las contradicciones en las que cayó el Vaticano al informar el deceso.

Primero aseguró que lo había encontrado un secretario. Luego, que una monja que le llevaba el desayuno. A las monjas que trabajaban allí se les prohibió decir que una de ellas lo halló muerto por temor a que se pensara que una mujer entraba a la habitación papal. Finalmente, que Luciani falleció de un ataque al corazón, tras sufrir dolores en el pecho la noche previa, mas nunca se hizo la autopsia que confirmara esa versión.

Fue imposible ocultar las sospechas de que fue un homicidio, que lo envenenaron. El motivo: se gestaba un enorme escándalo financiero que involucraba al banco italiano, el Ambrosiano, que tenía lazos con el del Vaticano. Sobre ese tema, el efímero papa investigaba, por ejemplo, los vínculos nada claros entre el arzobispo estadunidense Paul Marcinkus, director del Banco Vaticano, y el Ambrosiano. Además, quería poner fin a la corrupción que existía en la burocracia de la Iglesia, comenzando por la de Roma.

El Banco central de Italia había denunciado la existencia de un agujero de mil 400 millones de dólares en las filiales extranjeras del Ambrosiano, dirigido por Roberto Calvi, quien confesó haber sido ayudado por Marcinkus para realizar transferencias irregulares. El Vaticano pagó 241 millones de dólares a los estafados.

El escándalo aumentó cuando Calvi huyó a Londres al ser declarado culpable y aparecer colgado en un puente de esa ciudad en junio de 1982. Hasta 2003, se consideró un suicidio, pero nuevas pruebas forenses mostraron que no lo fue. El caso se reabrió como homicidio. Todo indica que lo asesinaron por quedarse con dinero que la mafia le dio para blanquear, así como para evitar que chantajeara a políticos y religiosos presuntamente involucrados en las irregularidades del Ambrosiano. Marcinkus nunca fue juzgado gracias al apoyo del papa polaco.

El mes pasado, Francisco beatificó a Juan Pablo I, supuestamente por obrar el milagro de curar a una niña gravemente enferma en Buenos Aires. Quizá se trató más bien de reconocer a una víctima de la mafia vaticana.