Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de septiembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Óyeme como quien oye llover
E

ntre prisiones preventivas, la lucha por la futura presidencia, Ayotzinapa… me hago preguntas, oyendo como quien oye llover, a Octavio Paz.

Entre la noche y el día / hay un territorio / que no es luz / ni sombra / es tiempo.

Octavio Paz expresa con brillantez la significación mágica del lenguaje. Lenguaje que rompe las reglas convencionales y las palabras pierden la representación lógica y adquieren otra, aparentemente lógica, pero más lógica, rodeada de aura mágica, palabras canibalísticas, cuyo eco se abre el espacio iluminado que eleva al lector del plano habitual a una atmósfera encantada.

Grandeza encantada en una palabra interna, latente, que está debajo de la palabra que la designa e integra. Palabra que descubren el poeta y el sicoanalista. A pesar de que los encuadres son diferentes, lo mismo que ritmos y melodías.

Qué bien lo capta Octavio Paz cuando dice: “Hablarte con palabras visibles y palpables, con peso, sabor y olor. Mientras digo las cosas imperceptiblemente se desprenden de sí mismas, se fugan a otras formas, a otros nombres. Me quedan palabras, con ellas hablo. Las palabras son puentes, pero también trampas, jaulas, pozos.

Yo te hablo: tú no me oyes. No hablo contigo, hablo con una palabra. La palabra eres tú y te lleva de ti misma a ti misma.

Octavio Paz recrea el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. La precisión no consiste en nombrar las cosas, sino en alejarse de ellas. El vocabulario es infinito, porque el sicoanálisis no cree en la certeza, sino en las probabilidades. La melodía está dada por la distancia que hay de lo que vemos a lo que imaginamos. El valor está en razón del alejamiento del lenguaje que habla. Es decir, el poeta trata de expresar lo inexpresable.

Oigamos a nuestro poeta: El amor comienza en el cuerpo. ¿Dónde termina? Si es fantasma, encarna en un cuerpo; si es cuerpo, al tocarlo se disipa. Fatal espejo: la imagen deseada se desvanece, te ahoga en tu propio reflejo, festín de espectros.

La poesía de Octavio Paz es poder mágico de la palabra. Ley del hombre regida adentro, otros tiempos y espacios, que parten y convergen a un centro de irresistible atracción, ideas y acciones.

Lenguaje oculto en el fondo de las cosas, cuyo efecto es la creatividad, el parto, el orgasmo femenino. Acariciados en el primer dolor y el primer espasmo que oye las palabras secretas que se dicen unas a otras distancias desconocidas: Tal vez amar es aprender a caminar por este mundo, aprender a quedarnos quietos. Aprender a mirar. Tu mirada es sembradora. Planto un árbol. Yo hablo porque tú meces los follajes.

Me recuerda ese canto la sintaxis de la palabra integradora; el desamparo original. Y, a tono con el tiempo: Óyeme como quien oye llover... ni atenta ni distraída... pasos leves... llovizna...