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El invierno que viene
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erá un invierno frío en Europa. Las olas de calor y los incendios que arrasan gran parte del continente hoy día están siendo graves. El ecocidio y su cambio climático son una realidad y muchos habitantes del viejo continente lo saben porque lo viven. Los fenómenos naturales se convierten en desastres sociales. Los incendios, que comenzarán a volverse normales en los siguientes 30 años, destruyen grandes cantidades de bosques; sin embargo, en los últimos cinco o seis años la situación se ha vuelto peor, pues los incendios queman también partes de las ciudades que siguen creciendo.

En las últimas semanas, en Málaga, en Andalucía, las llamas consumieron 2 mil hectáreas en la sierra de Mijas, y en Galicia arrasaron con cerca de 4 mil 500 hectáreas. En Francia, en la región de Burdeos, el fuego alcanzó 11 mil hectáreas y en Portugal se habla de entre 12 y 15 mil hectáreas quemadas. En Inglaterra, en los Países Bajos y en otras naciones de Europa se prenden las alertas rojas y se hacen llamados de alarma ante las olas de calor que rebasan los 40 grados centígrados.

En Grecia la situación no es muy diferente. Los incendios en la isla de Creta y en la región de Pallini han llevado a que habitantes abandonen sus hogares ante la amenaza del fuego. En este país, integrantes de varios colectivos hablan cada vez más de incendios provocados, ya sea por accidentes, por el crimen organizado, por empresas de la construcción o de la energía. Un hecho les provoca esta reflexión: en el pasado reciente, ahí donde hubo bosques que se incendiaron, pronto se instalaron parques eólicos y fotovoltaicos, proyectos turísticos, mercados inmobiliarios. La intuición no es infundada. Ya en otros países e investigaciones se ha comprobado la responsabilidad de estos sectores en varios desastres para impulsar los mercados de las inmobiliarias, de los seguros, de la industria de la protección ante los riesgos. Destruir regiones para luego reconstruirlas o destinarlas a nuevos negocios es una lógica de mercado muy vigente.

Será un invierno frío en Europa, y será un invierno con guerra. La invasión de Rusia a Ucrania y la administración y alargamiento del conflicto por parte de la OTAN ha provocado la reactivación de diferentes mercados. La guerra lleva ya más de 150 días y las repercusiones también se viven. Las corporaciones armamentistas son las más beneficiadas. De acuerdo con datos recuperados por Braulio Carbajal en estas mismas páginas, a una semana de haberse iniciado la invasión, el valor de las industrias armamentistas que cotizan en la bolsa –la mayoría de ellas de Estados Unidos–, se elevó en 81 mil 500 millones de dólares.

La invasión pronto mostró su verdadero rostro: una guerra de carácter geopolítico que va cambiando las relaciones en el mundo entero, aunque la intensidad de sus efectos no se viva igual ni de la misma forma en las diferentes regiones del planeta. Ahora, la guerra ha comenzado a afectar los costos de la energía y de los alimentos. Los precios del gas, de la gasolina y de la electricidad en Europa se han incrementado de manera significativa. Muchos países dependen del gas y el petróleo de Rusia y esto es un hecho que uno y otro bando utilizan para presionar.

La moneda de la región, el euro, pierde valor aceleradamente y ha alcanzado su nivel más bajo en los últimos años. Los alimentos y otros productos de la canasta básica también se encarecen. La región en conflicto es fuente de suministro de alimentos, principalmente cereales, para otros países.

También comienzan las respuestas. En la región, las movilizaciones contra la guerra y contra la OTAN, convocadas principalmente por grupos organizados, han sido pocas y pequeñas si observamos la dimensión del conflicto. Pero las sociedades de los países aledaños empiezan a vivir los efectos de la guerra y el descontento crece. En Hamburgo, las movilizaciones por la inflación, la devaluación y el alza de precios en los productos son reprimidas por la policía, mientras en Francia el gobierno adopta medidas como el cheque alimentario para paliar los efectos de la crisis, una medida que no alcanza y no frena el descontento.

Para enfrentar la crisis de los energéticos, políticos de derechas y de izquierdas proponen medidas como nacionalización de la industria eléctrica o la transición energética: eólicas, hidroeléctricas, fotovoltaicas y hasta el movimiento del mar quieren utilizar para producir energía. Ya sea con energía tradicional o con energías verdes, la otra Europa, la Europa de abajo, la que resiste, sabe que esa energía no es para los pueblos, que estará destinada para sostener a las corporaciones que la demandan, que es la energía que el sistema requiere para mantenerse vivo.

En Europa, el invierno será frío y con guerra, y con las desigualdades y pobreza agudizadas. Los efectos de la guerra están profundizando el descontento. Ojalá le siga la rebeldía organizada.

* Sociólogo

@RaulRomero_mx