Opinión
Ver día anteriorSábado 28 de mayo de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ucrania: la recolonización
C

omo de costumbre (bit.ly/3z3hGD4, bit.ly/3LbrT2J), antes que nada dos tesis: 1) tras la inicial apertura leninista respecto a las voces de los pueblos colonizados del régimen zarista bajo la cual florecieron también el idioma y la cultura ucrania, Stalin dio marcha atrás a estas políticas prolongando la dependencia colonial de Ucrania −orquestando de paso desastres y crímenes típicamente coloniales: hambrunas, eliminación de las élites, etcétera−, una postura que, sin ser el actual régimen ruso ningún heredero de la URSS, sino el producto de los últimos 30 años del capitalismo, está siendo emulada hoy por Putin en su afán (re)colonizador; 2) al mismo tiempo, dada la historia del colonialismo polaco y ruso/soviético de Ucrania −y del saldo de las políticas estalinistas−, hay ciertas paralelas entre el colaboracionismo ucranio con los nazis en la Segunda Guerra −que incluso cobró rasgos genocidas− y la postura de algunos movimientos anticoloniales y nacional-liberacionistas de la misma época (India, Palestina et al).

Lo que Irlanda era para Inglaterra, Ucrania llegó a ser para Rusia: explotada hasta el extremo y recibiendo nada a cambio, decía en 1914 Lenin describiendo esta relación puramente colonial, unos años antes de la Revolución y el colapso del zarato. “Por lo tanto −continuaba− es del interés del proletariado internacional, en general, y del ruso, en particular, que Ucrania recobre su independencia, ya que sólo esto permitirá el necesario desarrollo del nivel cultural”. (bit.ly/3wRhaq6).

Si bien, contrario a muchas simplificaciones, el hecho de que Ucrania acabase reconocida como entidad separada dentro de la URSS, más que un resultado directo de la visión y las teorías vanguardistas de Lenin, ha sido fruto de varios compromisos y factores imprevisibles en medio de la Guerra Civil, sus propias miradas sinuosas y contradictorias respecto a la cuestión nacional/colonial −y de otros bolcheviques−, junto con una serie de apuestas en tiempos cuando el objetivo principal aún era la Revolución Mundial (bit.ly/3PJdvCh), el inicio de una −tímida− descolonización ha sido seguramente uno de sus logros.

Todo esto tocó su fin con la llegada de Stalin. Este no sólo retornó a la política nacionalista y chovinista gran-rusa zarista prerrevolucionaria –fustigada tanto por Lenin−, sino relegitimó el propio empuje colonial. La colonización rusa de Siberia −en la que los mismos ucranios estaban en las primeras filas cambiando su estatus de los irlandeses a los escoses del Imperio, como bien apuntaba Anatol Lieven (bit.ly/3lNY3a8)− y de Asia musulmana, ya dejaron de ser condenadas como expansiones imperialistas (Congreso de Bakú, 1920), para ser celebradas como la introducción de las políticas progresistas (sic) (bit.ly/38S2FcD).

La propia Ucrania quedó recolonizada: la apertura cultural revertida, las élites perseguidas/eliminadas. Dado que la URSS no tenía colonias marítimas como, por ejemplo, el Imperio británico, razonaba Stalin, había que colonizarse internamente para pasar las siguientes etapas de desarrollo y llegar a un otro futuro. Ucrania −un granero de Europa− fue sacrificada en este altar de la superación del capitalismo mediante su imitación (la industrialización intensiva, las megaobras, la colectivización de la agricultura, etcétera).

Así, pensar en Holodomor (bit.ly/3aibRap), una hambruna provocada por acciones, inacciones e indiferencias de la dirigencia estalinista que arrojó unos 4 millones de muertos, −un clínico caso del genocidio como subrayaba el inventor de este término Rafał Lemkin− en clave colonial a la par con las hambrunas provocadas, por ejemplo por los británicos en la India desde el siglo XIX hasta los 40 bajo Churchill (véase: Mike Davis, Amartya Sen et al), resulta esclarecedor al igual que ver a Putin ensalzando a Stalin y estigmatizandoa Lenin.

Aunque pensar en un fascismo ucranio como un fascismo descolonizador −en sí mismo una contradicción de términos− sería una aberración, el colaboracionismo ucranio bajo Stepan Bandera y OUN/UPA con el Tercer Reich −que al final vino a colonizar a Ucrania, no propiciar el surgimiento de un estado independiente como se ilusionaban los fascistas ucranios−, tenía un claro componente anticolonial (sic) dirigido en contra de Polonia y Rusia/URSS. Sólo así y en este contexto se entiende su particularidad (véase: G. Rossoliński-Liebe, The Fascist Kernel of Ukrainian Genocidal Nationalism, 2015) y su filo exterminatorio (la participación en el Holocausto o la limpieza étnica de la población polaca, bit.ly/3yY3yen).

Aun así, el camino de los colaboracionistas ucranios −250 mil enlistados en la SS, Wehrmacht, diferentes unidades auxiliares o como guardias en los campos de concentración/exterminación frente a unos 4 millones de ucranios en el Ejército Rojo (bit.ly/39TQ7l6)− no ha sido diferente de otros nacionalistas del sur global, como los hindúes (Chandra Bose y su Indische Freiwilligen Legion der Waffen-SS, o los palestinos (Amin al-Husayni) que no querían luchar por sus colonizadores británicos (bit.ly/38orMDA), aunque aliándose con el Tercer Reich se pusieron del lado malo de las políticas liberacionistas, dañando su causa (y esto sin llegar al nivel de los crímenes del colaboracionismo ucranio).

En los circuitos globales del colonialismo, los antídotos acaban a menudo igualmente e incluso más tóxicos que el propio veneno colonial.