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Poesía erótica noruega
 
Periódico La Jornada
Sábado 21 de mayo de 2022, p. a12

Perseguir la belleza es la tarea que ocupa la atención entera del pianista noruego Tord Gustavsen. El título de una de sus largas improvisaciones a piano solo lo acusa: Came so far for beauty. Otro: Tears transforming.

La práctica budista de la meditación forma parte de su preparación musical, lo cual habilita un sentido del humor muy zen. Por ejemplo, durante un concierto en Ámsterdam, tomó el micrófono al terminar una larga disquisición espiritual con su trío de jazz, para bromear con su público: Lo que acaban de escuchar es un mantra que compuso un monje budista que vivió en Leipzig: Johann Sebastian Bach. Es música espiritual la que practica.

De esa música del espíritu que conecta con la música religiosa en trance, en éxtasis, como los rostros de las vírgenes esculpidas en pequeñas iglesias perdidas en los barrios de Roma. El éxtasis religioso que es intensamente erótico, como El cantar de los cantares. La música del noruego Tord Gustavsen es intensamente erótica.

Su nuevo disco se titula Opening y es un nuevo retorno a su práctica del género más íntimo de los confines del jazz: el formato trío. Está en los tambores su colaborador de antaño, Jarle Vespestad, mientras Steinar Raknes ocupa el lugar de Harald Johnsenand, cuyo fallecimiento hace pocos años causó silencio en el trío.

La nueva conformación del trío de Tord Gustavsen conserva el espíritu del original, creado hace 19 años, cuando el legendario bajista de jazz Manfred Eicher, convertido en el máximo descubridor de música y músicos en el planeta, les grabó su primer álbum en su disquera ECM: Changing places, un dechado de virtudes y belleza.

Básicamente: miniaturas improvisatorias a partir del antiguo formato chorale, naturalmente hímnico proveniente de la tradición popular antigua escandinava, mucho góspel y una inspiración que parece provenir de sueños muy profundos, donde el agua fluye, el viento canta, la calma nos circunda.

La pieza inicial del disco, la que literalmente abre Opening, cae como una lluvia de polen de tajo sobre un campo florido. Vemos a lo lejos a mujeres danzar, mientras el piano canta, murmura, entona versos sin palabras.

El balance es exactísimo: Gustavsen y Vespestad se entienden con los ojos cerrados: cada nota de la zona de agudos tiene respuesta en los címbalos mientras el tam tam responde a las teclas de la zona grave. En medio de esta interlocución, Steinar Raknes emite guturaciones que ascienden verticales desde su contrabajo acústico.

Todo está en orden en la mente.

La siguiente pieza, Findings / visa tran Rattvik, se inicia con tambores tribales seguidos por relámpagos en címbalos para que el piano plantee de plano el carácter hímnico y dancístico de esta pieza plena de misterio y de furor.

Lo que eran frases austeras en piano, son ahora clústers, racimos de notas que se derraman a velocidades fascinantes mientras batería y contrabajo forman un coro griego y el todo suena prácticamente a orquesta sinfónica. Es la magia del formato trío de jazz llevado a sus consecuencias más intensas.

La tercera pieza es la epónima del disco y es la que encierra mayor misterio: frases tentaleantes en piano, acentuadas por la gravedad del tam tam y la vibración de las cuerdas gruesas del contrabajo. Son enunciaciones al principio austeras que evolucionan a himno que se convierten en sonetos que se tienden en discursos en lenguas extrañas, muy antiguas, como cuando durante un sueño profundo entablamos conversaciones con otra persona en idiomas que ninguno de los dos dominamos.

La obra siguiente, The Longing, hace honor a su nombre. Está poblada de frases muy peculiares, las que distinguen el vocabulario de Tord Gustavsen: sencillas pero misteriosas, líricas pero sosegadas, plenas de melancolía pero sin drama. Son pequeños estallidos de anhelo.

Es momento de decir que el estilo de Tord Gustavsen es único, original, personalísimo, pero nada en música escapa a la línea del tiempo. Este estilo tan personal, tan nórdico, tan del yo interior de cada uno de nosotros, no sería posible si antes de Gustavsen no se hubieran sentado al piano los grandes maestros del arte de la improvisación jazzística, de los pioneros de los soliloquios interminables en el teclado, los inventores del formato trío.

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▲ El pianista noruego Tord Gustavsen.Foto Hans Fredrik / ECM Records

Sí, nos referimos a Keith Jarrett y a Bill Evans.

Hay otros, pero ellos son el referente por antonomasia. Lo demás pertenece única y exclusivamente a Tord Gustavsen: su idiosincrasia, su inspiración, su poética.

El álbum Opening continúa con Shepherd Song, una estampa bucólica que toma la forma de la leve neblina que se observa al amanecer en el campo: una blancura tenue que sustituye el naranja intenso del asomo del sol en el horizonte, una franja bicolor que se expande hacia arriba, hacia abajo, iluminando el mundo.

Shepherd Song desarrolla una melodía de intensidades amorosas, una suerte de bolero cubano nacido y crecido en Escandinavia, una canción que sabemos de memoria, pero cuyo título y letra desconocemos.

Así de mágica es la música de Tord Gustavsen.

A continuación, Helensburgh Tango es la apoteosis del álbum entero, el clímax, el momento de mayor placer.

La solemne intensidad del tango, su fuego encandilado, su meneadito, suena nuevamente envuelta en el misterio más erótico.

Este momento del disco nos lleva al álbum inicial e iniciático de Tord Gustavsen: Changing Places, de 2003, cuyo arranque, Deep as Love, nos prepara para el Graceful Touch, la siguiente pieza, que es un tocamiento, una cadencia de caricias: las manos que recorren la epidermis uno del otro, uno de la otra, otra del uno, prácticamente un bolero cubano bailado de cachetito en una cabaña con chimenea en medio de un valle preñado de nieve.

Existe una palabra que define técnicamente, de acuerdo con los musicólogos más conspicuos, la naturaleza de la música de Tord Gustavsen: la palabra es: cachondo. Una música que invita a las caricias, el toqueteo, el juego previo, el gozo erótico, no puede llamarse de otra manera: cachonda.

No es casual que la tesis de doctorado de Tord Gustavsen se titule El erotismo dialéctico del arte de la improvisación musical. Nos explica el doctor en filosofía Tord Gustavsen: Mi campo central de interés es la sicología y la fenomenología de la improvisación. Sus grandes influencias son Hegel y Husserl.

En esa tesis de doctorado en filosofía, el alumno Gustavsen cita ante el jurado dictaminador lo que escribió un reportero como crónica de uno de sus conciertos: En música todo es sexo. Se trata de tensión y relajación, afán y contención, gratificación y generosidad, control y rendición, y otras delicadas fuerzas opuestas en un gozoso camino al éxtasis.

Enseguida, el alumno Tord Gustavsen enumera el principio de continuo y discontinuo de Georges Bataille: Toda actividad erótica disuelve a los participantes para revelar su continuo fundamental, como el oleaje del mar bajo tormenta.

La música de Tord Gustavsen es una oda a lo sutil. Hace honor a la frase de Yasunari Kawabata: Los árboles parecían cubiertos por flores de rocío. Era la sutil floración de primavera.

Steinar Rakner entona un largo pasaje solista en contrabajo acústico que asemeja un discurso de Demóstenes (el griego, no el amigo de Don Gato) frente a una marejada de flores en un acantilado.

A ese racimo de flores taciturnas agrega Gustavsen gotas de rocío que extrae de su teclado, mientras Jarle Vespestad recorre el parche de sus tambores con las finas puntas de las escobillas, de manera semejante a como tu mano recorre mi espalda solamente con la yema de tus dedos y mi piel entera se eriza. Se estremece. Porque, entre otras cosas, la música de Tord Gustavsen eriza la piel, nos estremece.

Es poesía erótica en estado de pureza.

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