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Venero inagotable
U

no de los sitios más fascinantes para visitar en la Ciudad de México –independientemente del significado religioso– es la Catedral Metropolitana.

Pocos lugares tienen una historia tan rica y tal cantidad de obras de arte excepcionales que la convierten en un venero inagotable de maravillas.

Basta mencionar que en los casi 300 años que duró su construcción trabajaron los mejores arquitectos, artistas, canteros, doradores, retablistas, carpinteros y demás especialistas. Por ese motivo guarda una diversidad de estilos arquitectónicos y tesoros artísticos que la convierten en un sitio único.

En varias ocasiones hemos escrito acerca de muchas de ellas; hoy vamos a recordar algunas, comenzando por el Altar del Perdón –obra del sevillano Jerónimo de Balbás– que nos recibe al ingresar al monumental recinto, réplica impecable del retablo barroco que se incendió en los años 60 del siglo XX.

Al frente se yergue la imagen tamaño natural de un Jesús crucificado del siglo XVII, que se conoce como el Señor del Veneno. El hermoso Cristo negro es muy venerado. Originalmente se encontraba en el templo del colegio de Porta Coeli, donde se generó la leyenda que lo bautiza.

Más adelante se encuentra el coro, que guarda prodigios. Se construyó en forma de hemiciclo y se ubicó en el centro del recinto, a la usanza de las catedrales españolas, con la finalidad de resaltar la importancia que tienen los cantos en el culto religioso.

En el centro está situado el facistol, que semeja un gran atril de cuatro caras, tallado en ébano y tíndalo con marquetería, en el que se colocan los libros del coro que son de tamaño descomunal, con grandes letras en las que se lee la música y que pueden ser vistas por todos lados.

Un nicho custodia a la patrona de la Catedral, la virgen de la Asunción, tallada en marfil. Encima del nicho hay un bello crucifijo también de marfil, con base y cruz de ébano e incrustaciones de concha. Otras pieza espectacular es la reja de tumbaga, fina aleación de bronce y plata, elaborada en Macao, China, siguiendo un diseño del pintor mexicano Nicolás Rodríguez Juárez.

Una alhaja es la espléndida sillería, finamente tallada por el maestro escultor Juan de Rojas. Los 104 sitiales se realizaron en caoba, nogal, cedro rojo y tapicería. Tiene la delicadeza bien llamada misericordia, que es una pequeña repisa que aparece al levantar la silla y permite al canónigo estar sentado, aparentando estar de pie, como lo exigen muchas fases del ritual que en algunos casos es muy prolongado. Complemento importante de la decoración son las pinturas de Cristóbal de Villalpando.

Los grandes órganos no se quedan atrás: el de la Epístola se fabricó en España en 1692 y el del Evangelio lo realizó en 1736 el organero indígena José Nazarre.

De ahí nos pasamos a la capilla dedicada a San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano. Es una de las 16 laterales con que cuentan las cinco naves del recinto. La soberbia escultura estofada, tallada y policromada que representa al mártir crucificado en Oriente, se considera una de las grandes obras maestras de Iberoamérica.

Aquí se encuentran los restos de Agustín de Iturbide en una gran urna de cristal y al lado, un pomposo trono dorado con terciopelo rojo que ocupó el efímero emperador. También se custodia el corazón del conservador Anastasio Bustamante.

La Catedral albergaba los restos de las heroínas y héroes de la Independencia hasta que se levantó la columna alusiva, que conocemos como El Ángel y se colocaron en su interior. Iturbide no tuvo ese privilegio y se decidió dejarlo en el recinto religioso.

Esta fue una probada de las glorias catedralicias; volveremos, pero por ahora nos espera una sabrosa comida. Justo atrás, en el número 20 de República de Guatemala, se encuentra el Hotel Círculo Mexicano, cuya apertura reseñamos hace unos meses.

La bella casona que lo alberga, sin duda, se remonta al siglo XVI, ya que esta calle fue de las primeras que se poblaron en la recién nacida Ciudad de México. Entre sus atractivos cuenta con tres restaurantes: Itacate del mar y Tata Bego, este último con mesitas en una terraza en la bonita calle.

En lo alto del hotel está la alberca, una terraza bar con coctelería novedosa y el restaurante Ona. Tiene una vista espectacular de la Catedral, Palacio Nacional y el Templo Mayor.