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Cartas inéditas de Carlos Monsiváis
E

n 1970, Carlos Monsiváis pasó una larga temporada en Essex, Inglaterra, cuya universidad invitó a Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009) y al gran poeta y hombre de letras José Emilio Pacheco, nacido en 1939, que fascinó a sus oyentes y para nuestra desgracia murió en 2014.

Después de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis viajó a Inglaterra para ocupar la cátedra que el primero dejó vacía. En esa época nos escribimos con frecuencia y guardé todas sus misivas con devoción. Carlos se fue, pero se mantuvo totalmente atento a lo que nos sucedía en México, y creo que a todos nos enriquece saber lo que él pensaba desde lejos.

El 24 de diciembre de 1970, dos años después de la masacre del 2 de octubre de 1968, escribió con su letra apretada y muy legible: “Tu carta me removió y me sirvió muchísimo. No es que esté desentendido de lo que pasa en México, ni mucho menos, pero llego a ratos a dudar de mi razón al ver el cúmulo de manifestaciones externas de apoyo, de creencia, de confianza en el régimen y todas sus medidas. Todos mis compañeros de la época estudiantil, por ejemplo, ocupan grandes puestos y se retratan llenos de satisfacción por lo que son, por lo que hacen, por lo bien que llevan a cabo lo que son. La autocomplacencia es nuestro sino, a menos que decidamos jugar o experimentar con la pérdida de la razón. Porque hay algo (mucho) de combate contra la locura en esta decisión de abstenerse de la farsa, de creer en un sistema moral pese a todo. Por eso, por esa decisión de correr el riesgo de terminar en la locura, admiro profundamente a los presos políticos. Mantienen, ante la indiferencia del país y el cinismo del gobierno, un principio de razón. Tienen razón, no porque la hayan tenido o porque controlen los organismos que eso aseguran, sino porque la tienen, simplemente.

“Un favor: envíame las pruebas (o el libro si ya está) de ‘Tlatelolco’, lo más pronto que puedas. Quisiera intentar un pequeño ensayo al respecto. Creo estar calificado y me interesa comentar un libro que, de antemano, sé importante. Dispongo aquí de Hasta no verte Jesús mío, así que la nota será un resumen de tu nueva etapa. De veras: quiero escribir sobre el libro por muchísimas razones, y en esto no me dejo influir por la amistad, porque toda esta lucha debe ya ser evaluada con criterios lo menos sentimentales, lo más rigurosos. Tu libro inicia una etapa testimonial. Hay que hacer honor al esfuerzo, en la medida de las posibilidades. Dispongo además de periódicos y recortes de 1968, por lo que el trabajo no sufriría de mayores hándicaps.

“De lo que hago, de lo que vivo, te puedo dar escasas noticias (...) estoy sumergido en la captación de los estímulos. Veo cine, voy a museos, leo muchísimo. Londres es inagotable y agotadora, tristísima y formidable. Sin embargo, es una ciudad servil; la vida está en Nueva York y en San Francisco, y los ingleses lo saben y se dedican, sin pudor posible, a imitar a Estados Unidos. Todo aquí es derivado; incluso el rock que en un momento dado fue inglés. Pero en mi etapa actual de asimilación, no me importa esta situación. Creo que me hubiera deshecho el tránsito de México a Nueva York. Este término medio es perfecto. Empiezo a escribir, luego de tres meses de obligada inactividad. Lo hago desconfiadísimo, incierto, dudoso. Pero con cierta disciplina elemental y diaria. Ahora trabajo en varios ensayos y notas, uno sobre los hermanos Marx que se llevará unas 100 cuartillas y se publicará en la colección de Heterodoxos que dirige Pitol en Barcelona. Por cierto, me negaron la visa a España. Luego de trámites interminables, el cónsul (o lo que sea) me declaró: ‘El gobierno español no está interesado en su presencia’. Así que la oficina de España en México también dispone de listas de la CIA.

“Te escribo a casa de la China porque olvidé tu dirección en Essex. Ya me vuelvo allí la semana entrante, luego de mi fracaso turístico. 250 mil presos políticos en el mundo evitan que uno se anegue en la autocompasión. Son el gran principio de realidad. Lecumberri, Leningrado, San Sebastián, los Black Panters.

“Me gustó mucho tu artículo de Siempre! El sentido de las proporciones: no enterrar a Lara como si se tratara de Cárdenas ni a Cárdenas como si se tratara de Trujillo; no curarse la conciencia porque se eviten comentarios de sobremesa sobre lo bueno que sería liberar a los presos políticos. Me gustó mucho también el discurso de Cuauhtémoc Cárdenas en Monterrey. Magnífica actitud. Ya verás ahora Días de guardar. Léelo como si lo hubiese escrito Hernández Toledo, si te vas a tomar la molestia. Sólo así se evita –creo– la complicidad del trato y la relación amistosa. Pero no necesito recomendarte nada: todos somos testigos de tu franqueza. Un gran saludo a Guillermo. Y tú recibe todo el afecto y el cariño (a chorros y puños) de Carlos.

“PD. Aguardaré ‘Tlatelolco’.”

(Guillermo Haro, tan severo, disfrutaba las cartas de Monsi que yo le leía por teléfono también a María Esther, mamá de Carlos. A partir de ese momento creció también nuestra intimidad. En sus cartas, Monsiváis me resultó muy cercano.) Curiosamente, Carlos se hizo de papel membretado y eso me impresionó. O a lo mejor fue un obsequio de la Universidad de Essex.

“12-III-71/ Querida Elena:/ Breves líneas. Primero, la parte agradecida de la carta: a) por tu generosísimo artículo, que francamente, y para decir verdad, y siendo tan mexicano como me puedas pedir, me conmovió hasta el hueso. ‘No tengo palabras’, como en la conocida fórmula política; b) por tus cartas, que siempre son un aliviane (que diría Mane), la comprobación de que siempre es falsa la idea de que uno está solo (Nota marginal: la gente sólo enloquece, creo, cuando piensa que está sola. Ese es mi temor respecto de los presos políticos y eso, creo, fue lo que le pasó a Hugo Ponce de León; c) por tu libro. No ingreso a la Sociedad de Elogios Mutuos, pero debo decirte que has hecho un trabajo espléndido, un collage mortífero. Me volví a hundir en mi sentimentalismo y en mi sentimiento. Lo que sucede es que tantos años de apotegmas (‘El respeto... bla-bla’) nos habían hecho perder el sentimiento de la frase. La frase no necesita estar esculpida en bronce para disfrute de la inmortalidad. Una señora que ante la muerte de su hijo se pregunta qué va a ser del resto de su vida, dice más que un millón de ‘La patria es primero’, ‘Los valientes no asesinan’, etcétera. Frases y declaraciones y testimonios dan un cuadro completísimo, vivo, lacerante. Me hiciste creer en mi bodoco por vez primera, no porque lo redima de sus errores, sino porque ningún homenaje a ese gran momento de nuestra historia está de más.

“Me parece necesaria y urgente la tarea de seguir rescatando y preservando del olvido a ese enloquecido ejemplo de pureza y decisión que fue el Movimiento Estudiantil. Ahora lo niegan con su conducta todos los que ya se incorporaron. Pero por vez primera, todos los que se incorporaron no son todos los que participaron y esa es una ganancia feroz. De veras, La noche de Tlatelolco es un gran intento (cumplido) de reconstruir la etapa más intensa de los últimos años y, como van de apaciguadas las cosas, me temo que de nuestras vidas. Pienso escribir sobre él, pero no en nota aparte, sino en el prólogo de una nueva edición de Días de guardar. Escribiré sobre él, saqueándolo, de paso.

“El libro de Luis González de Alba me gustó bastante. Creo que hubiese ganado si se le suprimen partes muy personales o muy ‘literarias’, pero aún así es un libro excelente. Y defendible. Espero con gran interés el de la China. Ojalá más gente publicase. Entre todos podríamos conformar una imagen incontrastable. Te escribo pronto, más reflexivamente. Aquí te va una nota del Times Literary Suplement. Ojalá le hagas llegar copia a Pepe Revueltas. Entregaré tu libro a quien hace las reseñas, pero pasará algún tiempo antes de que pueda salir (me imagino).

“Quisiera publicar este nuevo prólogo en el suplemento de Siempre!

“Celebro que te haya caído bien mi madre. Frente a ella oscilo (naturalmente) entre Cariño Verdad y El Lamento de Portnoy.

Muchos saludos a Guillermo. Un gran, afectuoso abrazo. Carlos.

Conservo 12 o más cartas que atesoro, pero estas dos que ahora doy a conocer reflejan la pasión de Carlos por el movimiento estudiantil de 1968.