Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de marzo de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La revolución del papa Francisco
A

nueve años de su elección como pontífice, el papa Bergoglio publica la esperada reforma de la curia romana, un texto que responde a la audaz apuesta del pontífice.

El 19 de marzo firmó la constitución apostólica llamada Praedicate evangelium ( Predicar el evangelio). Ahí perfila una revolución para la Iglesia. La reforma reorganiza las funciones y ordenanzas del gobierno de la Iglesia, a la que por primera vez podrán incorporarse también los laicos. La reforma entrará en funciones del 5 de junio próximo y remplaza al anterior Pastor bonus, promulgado en 1988 por el papa Juan Pablo II.

La reforma va más allá de meter en cintura a la curia romana, marcada por los privilegios y la corrupción. El título de la nueva constitución es indicativo: Predicar el evangelio. Esto es, la Iglesia es evangelizadora o no. La reforma de las estructuras del gobierno central apuntalará esa dimensión. Es la reconversión de la estructura de poder a la luz de nuevas prioridades misioneras. Lo vemos desde la primera parte del texto, centrado en la evangelización y la misión y llama a la conversión misionera.

La constitución es la culminación de un largo proceso de estudios, borradores y consensos. Mandatados por cardenales votantes, a partir de las congregaciones generales precónclave de 2013; posteriormente elaborado y completado por el llamado grupo C9, creado por el pontífice argentino pocos meses después del comienzo de su pontificado.

En la visión del Papa, la reforma no es un fin en sí mismo, sino un medio para dar un fuerte impulso a la evangelización; promover un espíritu ecuménico más fecundo y fomentar un diálogo más constructivo con todos.

La nueva prioridad del Papa está determinada por el momento crítico que vive la Iglesia católica de declive y crisis de legitimidad causada por los continuos escándalos que tienen alcance planetario.

Expertos encuentran en la apuesta pastoralista de Francisco el espíritu del Concilio Vaticano II, recuperando el concepto de Pueblo de Dios, así como recobrar el soplo de la sinodalidad, y pasar de las palabras a los hechos, dando la oportunidad a los laicos de ocupar altos cargos en el gobierno de la Iglesia. Francisco se desmarca del clericalismo imperial fomentado por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Por tanto, la Iglesia está llamada a un giro misionero, cometido que se explicita no sólo con palabras, sino con obras sociales dirigidas a las personas más vulnerables. Esta opción por la pastoralidad se convierte en la piedra angular de la revolución que representa esta reforma. Atravesada también por la reforma de la Iglesia, la caridad y el servicio a los pobres. Recuerdo a mi erudito profesor Emile Poulat estipular que, en etapas difíciles en la historia de la Iglesia, se recurría a conceptos como misión, Iglesia misionera, Iglesia en estado de misión, cuando ésta estaba entrapada o en crisis.

En los 11 capítulos y 250 artículos de la nueva constitución se ilustra la nueva estructura de la Curia romana; las congregaciones y los consejos pontificios dan paso a dicasterios dirigidos por ­prefectos.

Desde un punto de vista estructural, los cambios más significativos se refieren a la transformación de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Secretaría de Estado. La constitución promueve la creación de nuevos dicasterios como el de la Evangelización y el dicasterio para la Caridad, en la perspectiva de la opción por los pobres que tanto ha enunciado Francisco. El dicasterio para evangelización estará dirigido directamente por el Papa y tendrá dos proprefectos, que se ocuparán de otras tantas secciones, herederas como la antigua Propaganda Fide y del más reciente Pontificio Consejo para la nueva evangelización.

La Secretaría de Estado se desdobla en tres: Asuntos Generales, Relaciones con los Estados y Representaciones Pon­tificias. Estará flanqueada por 16 di­casterios: para la Evangelización, para la Doctrina de la Fe, para el Servicio de la Caridad, para las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de las Causas de los Santos, para los Obispos, para el Clero, para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, para los Laicos, la Familia y la Vida, para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, para el Diálogo Interreligioso, para la Cultura y la Educación, para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, para los Textos Legislativos, para la ­Comunicación.

Una de las grandes novedades de la constitución es el nuevo rol que otorga a los laicos. Los fieles laicos están llamados a implicarse en responsabilidades de gobierno de la Iglesia al más alto nivel. Francisco advierte que la reforma de las estructuras, para ser real y eficaz, debe ir acompañada de la conversión de la interioridad de las personas que las animan.

Hay muchas preguntas sobre la transición de una estructura monárquica a una volcada a apoyar a las iglesias locales para ensanchar la misión de la Iglesia. El Papa sigue siendo el factótum, por su despacho pasan las decisiones más ­importantes.

Parece que aires nuevos podrían refrescar el viejo y apolillado aparato pontificio para generar un inédito comportamiento en la Iglesia. El soplo pastoral inspira nuevas rutas y puede alejar la actitud de condena y culpabilización que la Iglesia hace a ciertos comportamientos de la sociedad. Ir a las periferias, acompañar a los vulnerables, dignificar a los descartados. Se espera un advenimiento de novedades.