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Desafíos latinoamericanos
P

oco antes de que el mundo fuera sacudido por la pandemia y sus efectos económicos y sociales comenzaran a ocupar las portadas de los periódicos, Latinoamérica experimentaba una ola de protestas que se extendía a lo largo y ancho de la región.

En buena parte de 2019, los ciudadanos de Colombia, Ecuador, Venezuela, Cuba y Chile se lanzaron a las calles para expresar su inconformidad con reformas económicas y/o con el deterioro de las condiciones de vida. La renuncia de Evo Morales a la presidencia de Bolivia, la inflación de doble dígito que padecen las economías argentina y venezolana, así como la polarización que domina la política brasileña, son el recordatorio constante de un continente turbulento.

El malestar generalizado que circula por la región parece responder al fin de un súper ciclo económico, durante el cual, por ejemplo, el precio del barril del petróleo alcanzó aproximadamente 108 dólares. Para las economías que, como las de América Latina, se basan en la producción y exportación de materias primas (commodities), permitió que durante buena parte de una década los términos de intercambio fueran extremadamente favorables.

En un continente marcado por la desigualdad y la pobreza crónicas, la respuesta a dicha bonanza resultó en la implementación de programas sociales y medidas, encaminadas a reducir dichos lastres. La irrupción de la revolución shale y de Estados Unidos como productor neto de petróleo, la moderación del crecimiento de la economía china y la crisis de la eurozona en 2015, marcaron el inicio de la decadencia en la demanda de las materias primas provenientes de la región.

La combinación entre la dependencia de las economías latinoamericanas a la exportación de materias primas y la necesidad de continuar con el gasto social han colocado a los gobiernos en una encrucijada de la que difícilmente saldrán a corto plazo.

Naturalmente, ante dicha situación, las oscilaciones entre la izquierda-derecha política, muy presentes en la historia de nuestro continente, se han acelerado, dando lugar a sucesiones políticas, más frecuentes, tajantes y de menor duración.

Aunque parecen haber entrado en un impasse, las protestas ocurridas en 2019 son antecedentes importantes, particularmente si se considera que la pandemia de Covid-19 tenderá a agravar muchas de las causas del malestar social. De acuerdo con un artículo del Fondo Monetario Internacional, titulado Un ciclo vicioso: cómo las pandemias conducen a la desesperación económica y malestar social, los resultados de las proyecciones locales muestran que el malestar social aumenta, en promedio, unos 14 meses después de las pandemias alcanzando su punto máximo en aproximadamente 24 meses después de la pandemia.

“Las pandemias –agrega– contribuyen al malestar al reducir el crecimiento económico y aumentar la desigualdad. Los choques externos –continúa el artículo– como el deterioro de los términos de intercambio, pueden provocar inestabilidad social y un menor crecimiento económico”.

Aunque proyectar el futuro es una práctica dudosa, es un hecho que países como Brasil y Colombia tendrán procesos electorales el próximo año, marcados por un contexto complicado como el descrito por FMI y con antecedentes recientes de malestar social.

Vale la pena recordar que, de acuerdo con la OCDE, el crecimiento del PIB en Latinoamérica se contraerá entre 7 y 9 por ciento en 2020, y las tasas de pobreza podrían aumentar 4.4 puntos porcentuales en 2020, lo cual puede afectar hasta a 40 por ciento de los trabajadores.

La derrota de Mauricio Macri en 2019 y la victoria de Guillermo Lasso frente al correísmo este año demuestran que, tanto la derecha como la izquierda latinoamericanas no han sido exitosas en implementar políticas públicas que generen crecimiento económico y reduzcan la polarización. Ambos extremos del espectro ideológico se han convertido en un impedimento para el progreso de la región.

Hoy, cuando los esquemas tradicionales se desdibujan, hay que evitar la tentación de reducir los fenómenos sociales a una taxonomía política que ha dejado de ser útil como principio explicativo de los fenómenos sociales. El pecado de América Latina radica en su incapacidad de administrar la bonanza económica y los ciclos económicos favorables, en su inhabilidad para diversificar la economía, invertir en infraestructura y bienes intangibles duraderos como la educación para el siglo XXI.