Opinión
Ver día anteriorSábado 20 de noviembre de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fuego edípico
P

roducido dentro del programa de óperas primas del Centro de Capacitación Cinematográfica, Blanco de verano es un promisorio debut del egresado Rodrigo Ruiz Patterson. En esencia, es un estudio de personajes sobre el esquema genérico del coming-of-age, tan estimado por el cine gringo. En este caso, el adolescente Rodrigo (Adrián Ross) vive una especie de idilio edípico al gozar una relación inseparable con su madre Valeria (Sophie Alexander-Katz). Todo lo hacen juntos. Ella no titubea en meterlo a su cama, cuando el hijo no puede dormir. O le enseña a bailar rocanrol. O se cepillan los dientes en desnuda cercanía. En esas breves escenas se describe el paraíso de Rodrigo, que será ultrajado cuando aparezca Fernando (Fabián Corres), el nuevo novio de Valeria, a quedarse a vivir con ellos.

No obstante un interludio pacífico en Acapulco, donde parece reinar la cordialidad, Rodrigo reacciona mal a la llegada del intruso. Pronto se manifiestan los signos del rencor, como vaciarle una lata de pintura vinílica –color blanco de verano, precisamente– en los trajes empacados de Fernando.

Por mucho que el padre putativo intenta asumir su rol patriarcal, Rodrigo responde con rebeldía. Elocuentes son las escenas en que el primero intenta enseñar a manejar al adolescente. En terca muestra de incompetencia, Rodrigo saca muy rápido el clutch y acelera, provocando que el motor se detenga, hasta provocar la exasperación del adulto.

Para mayor afrenta a su estado edípico, Rodrigo debe atestiguar la freudiana escena primaria de la madre copulando con el usurpador de su trono. O bailando como lo hacía con él.

Muy simbólico resulta el empleo del fuego a lo largo de la película. De hecho, el primer sonido que se escucha en la película es el accionar de un encendedor metálico, el objeto fetiche de Rodrigo. Con él, prende fuego a sus incontables cigarros –en emulación de su madre– y también a otras cosas que van creciendo en importancia. El muchacho incluso les prende fuego a sus manos con el auxilio de un combustible, en un fallido intento de autoinmolación.

Entre esas cosas, se encuentra un camper abandonado que Rodrigo encuentra en un deshuesadero aledaño. Primero, es objeto de su furia vandálica, pero después decide hacerle mejoras al vehículo para convertirlo en su espacio. En un equivocado gesto de conciliación, Fernando hace que el camper sea rehabilitado del todo. La reinstauración del matriarcado no está lejos.

La gran virtud de Blanco de verano es que Ruiz Patterson y su coguionista Raúl Sebastián Quintanilla no han verbalizado el conflicto. Todo se resuelve en acciones reveladoras del estado interior del protagonista. Ayuda mucho que la actuación del joven Ross se mantiene contenida, complementada por la experta interpretación de los adultos (Corres, por ejemplo, hace muy expresivos sus momentos de slow burn). La película se mantiene alejada de los tópicos de moda, para explorar un asunto familiar, íntimo, quizá autobiográfico con honestidad, un buen sentido elíptico y una efectiva sencillez formal.

Blanco de verano

D: Rodrigo Ruiz Patterson/ G: Raúl Sebastián Quintanilla y Rodrigo Ruiz Patterson/ F. en C: María Sarasvati Herrera/ Ed: Ernesto Martínez Bucio/ Con: Adrián Ross, Sophie Alexander-Katz, Fabián Corres/ P: Centro de Capacitación Cinematográfica, Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad. México, 2020.

Twitter: @walyder