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La salida del neoliberalismo, ¿a cargo de quién?
E

n sólo seis años (1988-1994) los tecnócratas neoliberales (neos) consiguieron transformar a fondo la educación y la universidad mexicana. Crearon, además, las bases y los actores que defendieran sus logros y que siguieran impulsando el proyecto en la década de los 90, en las dos primeras décadas del nuevo siglo y todavía hasta hoy. No nos gusta recordar siquiera lo que ocurrió; arrasaron.

Sólo en los tres primeros años del gobierno de Salinas, y prescindiendo de la Ley Federal del Trabajo, los neos crearon las becas y estímulos para académicos (y la Carrera Magisterial para los maestros de básica) y, con eso, generaron una diferenciación en ingresos que –como aquí mostraba antier Víctor Quintana– promovió la individualización. Crearon también la estructura de acreditación privada, conservadora y comercial, que impuso criterios implícitos para la modificación de planes y programas de estudio y de instituciones y escuelas. En los siguientes tres años los neos echaron a andar un mecanismo centralizado, privado y comercial, para, con la evaluación, manejar gran parte de la demanda nacional por educación media y superior (y para el egreso), el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval). Con eso, el derecho a la educación se convirtió en el derecho a pagar y presentar un examen ajeno a las propias instituciones. Impulsaron también desde entonces la precarización de docentes, fortalecieron las burocracias, la vinculación universidad-empresa (trasnacionales, incluso), escuelas técnicas, dieron mayor respaldo legal a la educación privada, alentaron los aumentos en colegiaturas, buscaron adecuar la educación a la inminente vigencia del Tratado de Libre Comercio y con fondos extraordinarios controlaron mucho del quehacer universitario. Una transformación profunda de la educación mexicana, rápida y hasta ahora prácticamente intacta. Los sexenios posteriores no dejaron de abonar al mismo proyecto: Zedillo, que ya había declarado inviables a las universidades públicas y autónomas; Fox, con su fatua Enciclomedia y su centenar de universidades tecnológicas de escasa matrícula; Calderón con la evaluación anual Enlace, que cada año servía para declarar elementales o insuficientes a más de 10 millones (75 por ciento) de los evaluados, y no se diga de Peña Nieto y su extrema y agresiva reforma educativa.

Es básicamente cierto lo que señala el presidente López Obrador: el neoliberalismo como concepción polifacética de la educación está detrás de la individualización y derechización de las mafias, corrupción e injerencia de organismos internacionales. Pero si, como ocurre, todo esto es creación de sucesivos gobiernos, ¿por qué se plantea que ahora toca a los estudiantes rebelarse y a los académicos y maestros movilizarse para cambiar todo esto? Cuando, además, el gobierno federal tolera que se reprima a normalistas y maestros que se manifiestan en Chiapas y Michoacán y cuando es evidente que el gobierno de la 4T tiene aquí, en todo este rosario de adiciones logradas por el neoliberalismo, una tarea de reconstrucción, recuperación y transformación, que reiteradamente proclama como su gran propósito. La verdad, sin embargo, es que no vemos ni el dinamismo, o la voluntad, ni la noción siquiera de cómo acabar y sustituir todo esto que hace que la educación y la universidad hayan perdido –como también afirma AMLO– su esencia de servicio al pueblo.

Al contrario, con la Ley de Educación Superior, la 4T vino a poner en manos de rectores la determinación de quién tiene derecho a la educación e inventó una gratuidad del nunca jamás (¿hay alguna universidad que con la ley se haya convertido en gratuita?). Además, se sujetaron las autónomas a la coordinación de la SEP y, en lugar de ofrecer garantía de recursos para crecer, la ley formaliza que ahora cada institución se agencie recursos propios como pueda y de donde pueda. Un retroceso hacia la mercantilización. En contraste, los mismos gobiernos neos han demostrado que se pueden cancelar a discreción iniciativas neoliberales. Chuayffet, por ejemplo, en la SEP, decidió sin más cancelar la prueba Enlace de Calderón. Es cierto que la 4T eliminó el INEE y la Carrera Magisterial, ¡bien!, pero luego vino otra ley que revivió la evaluación ligada al reconocimiento económico y para eso creó una Unidad encargada que permite el abuso sistemático. Y mientras, académicos y maestros seguimos siendo trabajadores con derechos rebajados (falta de bilateralidad y precarización).

Una votación de 30 millones, una esperanza que desde 1996 despertó al país, una tenaz persuasión –todavía en muchos– de que sí habrá cambios, pero también una luz que se apaga. Porque si toda esta fuerza enorme y transformadora se sigue dejando tirada por ahí, para que se transforme en enojo, lo que vendrá será peor: la sola lucha por los restos burocráticos del proyecto educativo que no fue.

*UAM-Xochimilco