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Todos cocinamos: Todas comemos, proyecto artístico de carácter social

Exponen resultados de un trabajo que relaciona a museos con las personas a su alrededor

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▲ Ilustración del libro Todos cocinamos: Todas comemos, que reúne cuatro ensayos sobre el trabajo artístico-social coordinado por Santiago Robles.Foto cortesía del artista
 
Periódico La Jornada
Jueves 28 de octubre de 2021, p. 3

Trabajadoras sexuales, jóvenes sin vivienda y artistas se reunieron en la plaza de la Alhóndiga, cerca de la Merced, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, para preparar y compartir alimentos como parte de un proyecto que se relata y analiza en el libro Todos cocinamos: Todas comemos, coordinado por Santiago Robles (Ciudad de Méxi-co, 1984).

Se trata de impulsar una visión lo más horizontal posible de ciudad y, sobre todo, de restituir las funciones sociales de los espacios públicos, cuestión que las administraciones neoliberales combatieron. Nos llenaron de centros comerciales y complejos residenciales de superlujo; se impulsó una noción donde el espacio de ocio es de consumo, explica en entrevista el artista.

La investigación titulada Todos cocinamos: Todas comemos se presentará mañana a las 18 horas en el Instituto de Artes Graficas de Oaxaca (IAGO), espacio fundado por el artista Francisco Toledo. Participarán Daniel Brena, director del Centro de las Artes de San Agustín (CaSa); la artista Mónica Castillo, el crítico de arte Fernando Gálvez, Santiago Robles y Karina Ruiz, quien escribió uno de los textos del libro.

Cuatro ensayos estructuran el libro, los cuales arrojan una visión de lo que sucedió y reflexionan sobre “el proyecto artístico colaborativo como manera de generar el reconocimiento en nuestra diversidad, tomar de nueva cuenta los espacios públicos y relacionarnos enfocados en reactivar la escucha, compartir historias, perspectivas y vivencias.

Se realizaban estas acciones efímeras, que es un tipo de arte que no deja huellas en el espacio, no es una escultura ni un monumento, donde el artista es un facilitador de las circunstancias, sin ser jerárquico.

Las experiencias fueron llevadas al interior del Museo Ex Teresa Arte Actual, donde las chicas pudieron hablar de sus vivencias, tuvieron una voz, que normalmente está callada en la sociedad, y un contacto directo con el público que acude a estos recintos, pero que no conoce el contexto que existe alrededor de los edificios. Así, los museos no traen sólo proyectos multimillonarios internacionales, sino también sirven para conocernos mejor como ciudad e impulsar modelos sociales más horizontales y justos.

Robles señala que se retomó el modelo del antropólogo mixe Floriberto Díaz, quien propone un sentido de comunalidad o tomar decisiones de manera colectiva, lo que sucede con muchos pueblos originarios. No soy yo, como artista, el que establece un tablero de juego y utilizo las fichas para que operen mi idea. Al contrario, lo que hace es atender el bien común.

Es de suma importancia descubrir nuevos espacios en la ciudad y que las personas que no pertenecen al campo artístico encuentren un sentido al proyecto y lo hagan suyo; no importa si es grabado, pintura, performance o video. Al final, la distancia que por lo general marca las relaciones sociales entre el artista y el público participante desaparece y se crea una vinculación institucional, en este caso con el Museo Ex Teresa Arte Actual, cercano a la plaza de la Alhóndiga.

En su opinión, hay mucha ansiedad por clasificar los proyectos y a las personas, porque da tranquilidad ordenar por etiquetas y cajones. Me parece interesante que nuestro trabajo no se ads-cribe a una categoría única. En el libro se da testimonio de cómo puede ser analizado de manera académica y desde distintas perspectivas, como trabajo social, antropológico, artístico o un proyecto social vinculado a la historia, que propone otro tipo de economías.

Durante la pandemia, por motivo del confinamiento, no fue posible continuar en el espacio público. Entonces, llevé dos proyectos a la milpa, un desarrollo natural de estos proyectos que restituye el valor de las semillas criollas, no como un producto económico como pretenden las empresas internacionales de transgénicos, y poder volver a comer alimentos sanos sin intermediarios y buscar precios justos. Pero, sobre todo, valorar la milpa, no sólo en la cuestión alimenticia, sino en términos culturales y mitológicos, somos hijos del maíz. Como dijo Francisco Toledo: atacar el maíz es ir contra el corazón de nuestra sociedad.