Opinión
Ver día anteriorJueves 12 de agosto de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La conquista en el norte
R

educida la conquista a las biografías de sus principales protagonistas nos dice algo, pero demasiado poco de lo que fue ese fenómeno.

Tormentos, marcas de hierro, muerte, despojo, esclavitud, barbarie cultural. Y por supuesto, expolio, como lo dijo Pedro Castillo, el actual presidente de Perú. Su producto, calculado sólo en toneladas de plata y oro, como lo hizo Evo Morales, resulta en una cantidad que, si pudiéramos cobrársela a los hermanos europeos, nos tendrían que entregar todo Europa, y nos seguirían quedando a deber.

El papa Alejandro VI ya les había dado a los reyes de España, en concesión, el territorio que hoy conocemos como América Latina y el Caribe (otra deuda que debemos reclamar a la Iglesia católica por andar disponiendo de lo ajeno). Sólo había que repartir sus tierras, según sus leyes.

Tras la derrota que infligen los representantes de los reyes de España al poderoso imperio azteca, los conquistadores vieron hacia otras latitudes.

La orden de los agustinos, con un pragmatismo impar, señaló la lógica de la conquista hacia el norte de la Nueva España: El evangelio va donde hay plata; donde no hay plata, no va el evangelio. La avidez de los metales preciosos era nutrida por la imaginación de los frailes y los adelantados españoles. De sus andanzas hablaban de las gemelas de El Dorado: las Siete Ciudades de Cíbola y la Gran Quivira, fabulosos reinos cuajados de riquezas. Así, los conquistadores llegaron a Zacatecas, San Luis potosí, Coahuila, Nuevo León y Texas.

El Nuevo Reino de León medía 800 por 800 kilómetros de lado. Esa superficie de costa a costa, que tocaba las de varios estados del norte, constituía parte de la Gran Chichimeca, territorio habitado por tribus seminómadas y feroces frente al extranjero. Nada había en ese desmesurado reino de las riquezas de las míticas ciudades y tampoco minas de metales preciosos, salvo el tráfico de esclavos.

Un documento de gran valía es Relación y discursos del descubrimiento, población y pacificación de este nuevo Reino de León. Temperamento y calidad de la tierra, escrito por el capitán Alonso de León y recuperado por el historiador neoleonés Israel Cavazos. Fundado ese reino en 1582, ya en los documentos oficiales de la época, la palabra conquista había sido excusada y remplazada por las de población y pacificación, según Ricardo Levene. De la Gramática de la lengua castellana, de Antonio de Nebrija, Tzvetan Todorov destaca una de sus frases: Siempre la lengua fue compañera del imperio ( Notas sobre la conquista de América).

Descubrimiento. Los españoles descubrían 250 tribus, de acuerdo con De León, cuyos ancestros corrían hacía 15 mil años por aquellas llanuras a la velocidad de un caballo. Población. Los pobladores serían los españoles y a los indios los convertirían en extranjeros en su patria. Pacificación. Sometimiento de los indios que no creían en el dios de los conquistadores ni mostraban obediencia a su rey.

De León describe los hechos a partir de su cultura. Pero es una fuente genuina y honesta, según Cavazos. Él encuentra una sociedad holgada en la reproducción de su vida y en sus costumbres. Se trata de una sociedad de recolectores-cazadores que practican la poligamia y la poliandria (incluían hermanos y primos), y la homosexualidad entre ellos no era motivo de escándalo. Realizaban esporádicamente actos rituales (mitotes) donde terminaban ebrios de danza y bebida. Los calificativos de De León hablan del repudio de los españoles hacia los indios: bárbaros, crudelísimos, descreídos, feroces, vengativos, viciosos, sucios, desobedientes, ingratos, desleales. En suma, sin Dios y sin ley.

¿No era previsible encontrar resistencia de aquellos a quienes les eran invadidas sus tierras? Si la conquista era, según Hernán Cortés, traer al yugo y servicio de la corona a aquella humanidad encontrada en América, el hecho de que se resistiera a ello les parecía a los españoles inaudito.

Pero así fue a lo largo de 300 años. Los indios del norte se mostraron indómitos y belicosos ante los invasores. Y convocaron a un alzamiento general. El cabildo de Monterrey, controlado por 20 hacendados, pidió al gobernador Martín de Zavala que empleara la guerra justa contra los alzados.

Zavala quiso justificar aquella guerra dirigiéndose a las autoridades eclesiásticas. En su Parecer, el padre Francisco Rivera se apoyó en autoridades tales como San Agustín y el propio papa Alejandro VI para legitimarla. Declarando a los indios delincuentes, concluía que esa guerra era la única forma de pacificar al Nuevo Reino de León. Decía: Como pudieron conquistar las demás tierras de las Indias como suyas, por habérselas dado la santidad de Alejandro VI, podían conquistar estas y echar a sus enemigos rebeldes y traidores de ellas. A lo largo de su argumentación, el padre Rivera emplea la palabra conquista sin el rubor de criollos y mestizos de todos los tiempos.

Entre conquistadores y liberales mexicanos, de aquellos bárbaros no dejaron cabeza viva. Y una vez extintos, sólo queda el recuerdo de aquellas familias españolas protagonistas del acontecimiento, que trajeron el trabajo y la redención de la barbarie, decía Bernardo Reyes en el tricentenario de la fundación de Monterrey.