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Recuperar y transformar: la agenda
H

ermanadas en la adversidad, las naciones latinoamericanas encaran un presente sin recuperación segura en la que, hasta ahora, lo único seguro es su precariedad. Rumbo a un futuro de maduración demográfica, la región no ha podido encontrar la clave de un desarrollo sostenido y sostenible y ahora se ve cruzada por un malestar social agravado por los estragos en la salud y el trabajo que trajo la pandemia.

Puntualmente, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe documenta lo que ha llamado la paradoja de la recuperación en América Latina y el Caribe. Crecimiento con persistentes problemas estructurales: desigualdad, pobreza, poca inversión y baja productividad. Al presentar su informe, la secretaria ejecutiva de la Comisión, nuestra paisana Alicia Bárcena, apuntó: “necesitamos políticas para una recuperación transformadora con énfasis en la inversión. Políticas industriales y tecnológicas (…) generadoras de empleos de calidad. Restructurar los sistemas de salud y educación (…) Sostener las transferencias, universalizar un ingreso básico de emergencia, implementar bonos contra el hambre, asegurar el acceso a una canasta básica digital, fortalecer el apoyo a las mipymes. Impulsar políticas transversales y sectoriales para avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo”.

Desde México podríamos proponer que ésa es también nuestra agenda. Todo un proyecto que incluya el rescate de hombres y máquinas, se enfoque en una recuperación efectiva y abra las puertas e ingenios para un desarrollo económico y social sostenible y justiciero. Pero poco de esto será posible si no se rescata a la inversión de su invernadero y se despiertan aquellos animal spirits que, enseñó Keynes, serían decisivos para salir de la depresión y transformar mentalidades y estructuras en pos de comunidades civilizadas y generosas, democráticas y libres.

Las ideas y programas de la democracia social que renacían del horror nazifascista empataron con la prédica del New Deal estadunidense y en México encontraron eco en el profundo reformismo del general presidente Cárdenas y sus transformaciones para la equidad y el fortalecimiento del Estado nacional. Entonces era factible plantearse evoluciones locales de ese calado; los sindicatos pugnaban por la centralidad del trabajo, la seguridad y la equidad social y, en el propio marco del Estado, tenía lugar una enconada lucha en torno a las prioridades de la Revolución en un contexto mundial redefinido por la guerra y la posguerra.

Los cauces acuñados por los gobiernos de la reconstrucción y el reformismo cardenista dieron de sí. Los dirigentes sucesores no se atrevieron a abrir espacios para una participación democrática efectiva y creíble, y las pautas del crecimiento se pervirtieron, dando lugar a reconcentraciones de ingreso y riqueza. Así, se renunció a una política económica con sensibilidad social, se evitó construir una reforma hacendaria como la que necesitaba un país que se industrializaba y urbanizaba, y que veía crecer a su población que demandaba trabajo, salud y educación.

Gobernar desde las contradicciones inherentes a las economías capitalistas de mercado, supone no sólo conocimiento y destrezas, sino una auténtica vocación democratizadora y de afirmación soberana, como lo reclamaba el general Cárdenas en iniciativas y programas como el Movimiento de Liberación Nacional. El reclamo democrático en formación topó con la ceguera y necedad presidencial en 1968.

Vivimos la llamada guerra sucia, pero también el arranque de un tímido reformismo político que no dejaba de portar transformaciones sustanciales, como oportunamente lo advirtió el querido amigo Arnaldo Córdova.

Hoy nuestro pluralismo es real, pero improductivo en políticas y programas para recuperar la equidad como sustantivo de la transformación de la economía en una abierta y de mercado. Esa transformación, no se tradujo en crecimiento alto y sostenido y el discurso del Estado se sometió al objetivo de tener una economía de mercado globalizada.

Lo hecho frente a la cuestión social, marcada por la pobreza de masas y una desigualdad aguda, no ha alejado del horizonte los descontentos y carencias sociales. Ni partidos ni gobiernos han sido capaces de enfrentar el malestar con imaginación y audacia, con pericia y con política económica. Apenas se atreven a una redistribución ínfima que no responde al cuadrante de insatisfacciones, carencias, mal empleo y peor desempeño económico que abruma.

Bienvenido el programa de recuperación transformativa que ofrece la benemérita Cepal. Lo que urge es poner en movimiento la imaginación política para ponerla al servicio de un desarrollo social y ambientalmente sostenible.

Así lo postuló magistralmente nuestro inolvidable Jaime Ros. Adriana y sus hijos están con nosotros y a ellos va este mínimo homenaje memorioso.

Nota Bene: me atrevo a explorar una vacación veraniega y espero volver a estas páginas el primer domingo de agosto. Salud y saludos para todos: RCC.