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Las víctimas del calentamiento global 
E

n el último cuarto de siglo, varios especialistas de los principales centros de investigación que estudian las variaciones climáticas en México han señalado cómo en varias ciudades aumenta la temperatura. Una primera medición mostraba tal fenómeno en Hermosillo, Puebla y el entonces Distrito Federal. Seguramente en otros centros urbanos ocurría lo mismo pero ya nos acostumbramos a que el Servicio Meteorológico Nacional nos informe que cada vez hace más calor en el país. El de 2019 fue, por ejemplo, el que más días registró desde 2015, en especial durante abril y mayo. También lo fue el que menos viento ha tenido.

Ese aumento se observa en el resto del planeta. Bueno es recordar cómo en el verano de 2003 en París y en otras ciudades de Francia murieron cientos de personas mayores debido a la ­canícula.

Las víctimas no tuvieron el auxilio de sus familiares ni del personal médico. Se habían ido a disfrutar sus tradicionales vacaciones. Algo semejante, aunque con menos pérdidas humanas, sucedió en España. Hace dos años, altas temperaturas en el mundo colocaron al mes de agosto como el más caluroso registrado en el hemisferio norte, según el registro que sobre el tema se realiza desde hace 142 años. Superó al de junio-agosto de 2016 y afectó la cobertura de hielo marino del Ártico, mientras la temperatura de la superficie del mar a nivel global fue la más alta registrada hasta entonces.

También en 2019 las temperaturas aumentaron durante el verano en el hemisferio sur, afectando especialmente al continente africano, a Sudamérica y a la región de Hawái. En este siglo registran los tres periodos más cálidos de la historia.

En África dejó y sigue dejando incontables daños por la falta de lluvias. El resultado: muerte de miles de personas, de los animales que sirven de sustento a millones de familias, a lo que se agrega la pérdida de cosechas de los alimentos básicos. El fruto de todo esto es que más de 15 millones de personas, en especial niños, carecen de agua y comida.

A ellos se agregan cada día otras víctimas del calor, de la sequía. Como no llueve, dejan sus hogares ancestrales. Son las víctimas del calentamiento global. Los países europeos que antes explotaron al máximo las riquezas de sus colonias en África, miran para otro lado y se alarman porque, en busca de sobrevivencia, les llegan miles de todas las edades.

Agreguemos los conflictos armados en varias partes de África, cuyo motivo es controlar los lugares donde hay agua y posibilidades de subsistir. El preciado líquido convertido en botín de guerra entre grupos humanos y países.

No hay que viajar hasta ese continente para saber de los que migran por el aumento de las temperaturas. Los tenemos en Centroamérica, donde familias completas abandonan sus pueblos en busca de empleo en las ciudades, donde conforman cinturones de miseria. Los que pueden reunir los recursos necesarios, emprenden el viaje desde El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua y Haití, por ejemplo, hacia Estados Unidos, donde esperan mejorar su situación. Cada vez se documenta mejor ese dramático peregrinar a través de México, plagado de abusos de autoridades y grupos criminales.

Igualmente en nuestro país tenemos desplazados por el aumento de la temperatura y la sequía, por el calentamiento global. Son por lo general jóvenes y su meta es convertirse en mano de obra barata en los más diversos oficios en Estados Unidos. Aquí están por todas partes. Con la pandemia, en biciclietas surtieron de comida a cientos de miles de residentes de Nueva York, por ejemplo. Gracias al dinero que nuestros migrantes envían a sus familiares en México, el sector rural no está en peores condiciones.

Este año hemos visto en casi todo el territorio nacional los estragos que deja el calor y la falta de lluvias. En las ciudades hay zonas donde el racionamiento del agua es permanente. En el agro, muere el ganado y se pierden las siembras de productos básicos. Mal distribuida, el agua no se entrega en los distritos de riego de manera justa. Hay acaparamiento de líquido. Los programas oficiales hacia el campo se realizan descoordinadamente y olvidan la urgencia de cuidar al máximo las fuentes de agua y utilizarlas racionalmente; de evitar la deforestación. Así las cosas, el calentamiento global seguirá minando al sector rural, el más necesitado de atención por el sector público y la ­sociedad.