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Aprender a morir

Küng: ¡responsabilidad!

A

lo largo de la historia el trato de menor de edad que ha sido impuesto a la sociedad humana por las instancias de poder, tanto político, económico, científico, religioso y académico como mediático, ha redundado en notables beneficios para las jerarquías de esos poderes y sus aliados, pero en terribles prejuicios para el resto de los individuos, independientemente del sistema político imperante, trátese de las tiranías más desalmadas o de las democracias más aturdidas. Ante esta contradicción de valores, a saber si son las limitaciones de la humana naturaleza o sólo las ambiciones y los delirios de grandeza.

El hecho es que la supuesta intención del poder establecido de contribuir eficaz, organizada y honestamente al bienestar de los pueblos, salvo confirmadoras excepciones se diluye en abusos y burocracias, en engañifas y amenazas de toda índole, habida cuenta de que ese poder antepone la obediencia a la responsabilidad y el sometimiento a la reflexión, dando como resultado una lentísima evolución de la libertad, pues su ejercicio carece de responsabilidad, a nivel individual y colectivo, de habilidad para responder al procurar el beneficio propio sin menoscabo del ajeno.

Así, Hans Küng, el pensador suizo recientemente fallecido, se preguntó a lo largo de sus obras: Si Dios ha confiado la vida entera a la responsabilidad del ser humano, entonces esa responsabilidad ha de ejercerla también sobre la fase final de su vida. Tamaña afirmación no autorizada determinó que en 1979 el Vaticano, con Juan Pablo II en sus inicios, le retirara la licencia eclesiástica para enseñar, si bien Küng siguió haciéndolo, no sin antes publicar infinidad de cuestionadores libros sobre las religiones y de crear la Fundación Ética Mundial.

Se pregunta si en los casos donde no hay esperanza la Iglesia no pone objeción –desde 1957 de hecho, pero sin que se divulgara entre la grey católica– a que se omitan o interrumpan medidas destinadas a mantener artificialmente la vida (eutanasia pasiva), ¿por qué ha de merecer un juicio moral radicalmente diferente la administración de una dosis sobreelevada de opio con consecuencias mortales (eutanasia activa) en casos sin esperanza? Ojalá la frialdad dogmática, el rigorismo inmisericorde y la burocracia del buenismo empiecen a dar más espacio a la muerte digna. No es cuestión de moralidad, es un principio de humanidad responsable.